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El silencio era algo que deseaba pero no hallaba. Silencio verdadero, del espectral.
Ese que se te cala en los huesos y hace posible el instante infinito de adrenalina máxima que te recorre como nadie, haciendo de tu cuerpo el tensor de corriente mas primario.
Lo buscaba en los eructos descarnados de su prolongada acidez, que intentaban desterrar miedos y culpas por igual. En los estertores de su ansiedad y en el minúsculo espacio de paz que aún poseía en su torrente. En la mente brillante y exquisita que no lograba controlar y en el prodigioso mundo de sus hijos a los que solo acompañaba a ritmo de latidos sin poder vivir de verdad sus vidas junto a la de él.

La casa que habita es simple pero llena de detalles que hacen posible vislumbrar cultura, aunque su aspecto desprolijo, a veces aniñado, lo desmientan. En el alto living que da acceso a toda la vivienda la pinotea desparrama su aroma en piso y estantes llenos de libros, la antigua mesa de pino europeo hace las veces de un nuevo sostenedor de historias, colmada de diarios y álbumes de viajes preciosos y pasados. El pasillo que se abre levemente a la derecha es ancho y relajado y las puertas de cedro asentadas por los años dan majestuosidad. El solado travertino lleva levemente a un amplio comedor cuyo ventanal estremece. Y la cocina se abre a la derecha nuevamente, como marcando una inclinación casi ideológica.
A ambos lados del pasillo hay cuatro puertas, y tras ellas el baño principal y los tres cuartos de la casa. Típica, pero no vulgar.






En un intento nuevo y discutible por silenciar el alma, se esconde entonces en su propia
habitación, que deja visos inconfundibles de noches aburridas y desconsoladas. Las sábanas impecables en blancura pero vacilantes de tanto girar y girar por no dormir,
la mesa de luz llena de papelitos de caramelos que quisieron saciar la tristeza de la soledad, y el pequeño polvillo del día, recorriendo la base del velador de peltre gris, como la estadía en ese lugar, sin ser soplado.

El ruido de la chica limpiando no aceleraba el bombeo de sangre ni agigantaba la ansiedad, solo sonaba. Todo el tiempo y acompasadamente. Un plumero que no alcanzaba a quitar las telarañas de sueños postergados ni los malos tragos acalorados
y ambiguos, ni los pensamientos podridos y poco santos que seguían allí; en rincones desconocidos por otros y desgraciadamente propios.
Las palabras de ella sonaban huecas y las respuestas eran mecánicas y pobres, solo respuestas.
El perdió el espacio y la motivación cuando murió Claudia, los colores se destiñeron y las posibles canciones se fueron aunando en un arrullo triste y nostálgico que no lo abandonaba.
A veces, si la angustia lo permitía, tocaba sus cosas, perfumes, cremas, delicadas canastitas con jabones.
Estaba aún allí, en el aire, renuente al olvido.
Y solo cuando ella se hacia presente, llegaba el silencio.

Texto agregado el 17-05-2007, y leído por 127 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
18-05-2007 Exquisito tu texto, describes muy bien los estados y las formas, te felicito, gracias por invitarme****Pablo MELENAS
 
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