No me voy a rendir así nomás
-¿Mis datos? Sí, Guillermo Sanfre, argentino, 23 años, 32.856.897. Ocampo 2251. Soy el hijo del doctor Sanfre, su amigo.
- (
) la voz del otro lado del teléfono sonaba cansada, le preguntó por los hechos.
- Ya le dije, discutimos, llegó la policía, y acá estoy, en la tercera.
- (
)- el leyó con vos maquinal una lista que le había llegado por fax, comenzó a preguntar
- No, no soy payaso, soy estudiante. Me disfracé de payaso, para que no me reconociera. La quería ver, necesitaba hablar con ella, entiende, necesitaba verla.
- (
) el siguió preguntando
-Usted no me entiende, si la viera vestida en esos jeans gastados, con la remera cortita, mostrando el piercing del ombligo, me entendería. Cuándo se movía tenia una desenvoltura distinta, una cadencia felina... esos ojos color verde claro, esos labios carmín encendido, ese cuerpo para encontrar amparo, y cuándo sonreía, le sonreía, a alguna clienta, o a un niño, o a la vida, era como dice Guantanamera, me hacía volar los versos del alma.
- (
) el lo interrumpió y volvió a preguntar lo mismo.
- En Febrero del 2005, yo trabajaba en el Mc. Donald`s de San Martín y Córdoba, me tocaba ir los domingos. Uno de esos domingos cuando volvía a casa la vi, vendía anillitos en la feria hippie. Iba cada domingo, a su puesto a mirarla, jamás compraba nada, Solo la miraba y soñaba con ella, como en el tema de Sabina. Si hubiera vendido carricoches de miga de pan, sea lo que eso sea, se los hubiera comprado todos. Pero vendía bijouterie, y yo no tenía un mango, solo iba a mirarla. A veces me acercaba y le señalaba algunos anillos, solo para que me contesté con esa voz que exhalaba merengues, salsa tibia abajo del sol. Me estaba volviendo loco, pero para ella era invisible.
- (
) el le habló de la declaración, le pidió que fuera más específico.
- No, escríbalo así. Acaso no tengo derecho a decir lo que pienso, acaso no hay constitución en este país.
- (
)- el le contestó enojado, le explico una vez más acerca de la declaración que tenían que preparar.
- Escuche mi historia, después juzgue, usted también es hombre- dijo Guillermo alzando la voz
- (
) el habló más tranquilamente, intentaba calmarlo.
- Escúcheme, yo la amo, jamás hubiera intentado matarla, es importante que usted me crea. Sino me cree usted
¿Quién carajo me va a creer?
- (
) el le preguntó sobre las llamadas, tranquilo, buscando ganar su confianza.
- Sí, llamaba muchas veces al día, a veces era para hablar con ella, pero ella no me atendía, o si atendía, me pedía que no la llamara más. Otras veces, el que no contestaba era yo, intentaba escuchar que pasaba en la casa. A veces había música, son cubano o Silvio Rodríguez, o contestaba la voz del hijo, esas noches podía dormir tranquilo. Otras veces, contestaba la voz de un hombre que me insultaba, esos días me quería morir; de solo pensar que otro la tocaba no podía dormir, le juro doctor, ni con pastillas.
- (
)- el le explicó que eso era acoso.
- Lo sé, pero eso no significa que yo la quisiera matar. Entiéndame doctor, ella esta enojada, yo la amo y ella a pesar de qué no se da cuenta también me ama.
- (
) el suspiró, le pidió que se tranquilizara. Encendió un cigarrillo, aspiro con placer y luego le pidió que continuara.
- Una mañana, monté guardia en el parque desde temprano, la esperé como dos horas sentado en un banco. Mi plan era simple, cuando llegara, iba a ayudarla a armar el stand, ofrecerle un mate caliente e invitarla a salir. Pero no llego sola, llego con un flaco, un morocho metro ochenta, que tenía cara de boludo, cara de woody allen con anteojos de contacto. Pensé en la ley del embudo, en las leyes de murphy, en las del código penal de 8 a 25 por un boludo-, en la ley del eterno retorno y en la leyes de la física cuántica. No sabía que hacer.
- (
) tosió, tomaba notas en su cuaderno.
- Pero no me iba a rendir así nomás, mientras ella armaba su puesto, noté algo que hasta ese momento no había notado: el puesto de al lado estaba vacío. Yo no era artesano, no tenía nada que vender, pero se me ocurrió vender mis libros, los había heredado de mis abuelos; el era escritor, ella antropóloga, tenía en el sótano muchas cajas llenas de libros, que nadie leía.
- (
) - el se refirió a la denuncia de hurto.
- Bueno sí, eran de mis padres, no eran míos, pero algún día iban a ser míos.
- (
)- el le explicó de los antecedentes.
- Sí, cuando se dio cuenta me echó de casa, me dijo algo de unas primeras ediciones de Heidegger, de Sartre, de otros alemanes y franceses, que sé yo, había muchos libros, todos amarillos, todos con mucho polvo, algunos estaban escritos en francés, otros en alemán e inglés, que sé yo.
- (
)- preguntó.
- Sí, por eso estoy hablando con usted, el es abogado pero no me habla.
- (
)
- Entonces pensé, puedo vender libros usados, como el flaco del Palacio de la Luna. ¿Leyó ese libro doctor?
- (
)- el negó y lo apuró a seguir
- Me acerqué y le pregunté a ella si conocía al dueño del puesto del al lado, me dijo que sí y me señaló al pelotudo; el que era parecido a Millhouse de los Simpsons. Yo se lo alquilo a él, me dijo; con un vocecita caribeña que me dejo bailando las neuronas por cinco minutos. Pedí vacaciones en el trabajo, me las debían del año anterior, no me las quisieron dar, entonces un médico me enfermó de pneumonía. Una consulta generosa, siempre ayuda a olvidar a Hipócrates.
- (
)- preguntó.
- No, prefiero no involucrarlo, es un amigo. A los pocos días estaba al lado suyo, vendiendo libros. Estaba viviendo en el cielo, ni siquiera me daba cuenta de los libros que vendía, del vuelto de los clientes, nada, ella al lado mío absorbía toda mi atención, todo mi aire, todo. Sus palabras precisas, su mirada constante, su sonrisa perfecta.
- (
) lo interrumpió.
- Ojalá, si, de Silvio Rodríguez. ¿La conoce?
- (
) el le contó que tocaba la guitarra. Luego, retomó el tono frío y distante pidiéndole que continuara.
- Salimos tres o cuatro veces, una noche dejó al hijo en lo de la vecina e hicimos el amor. Nunca voy olvidar esa noche, su belleza era incomparable, era como un sueño, perfecta
Doctor tiene que ayudarme a recuperarla, ¿me va a ayudar?.
- (
)- el respondió enojado, le dijo que se ciñera a los hechos.
- Sí, disculpe. Estuvimos juntos tres meses, exactamente 85 días, salíamos, una tarde abrí el mail de su computadora, había salido con otros flacos mientras salía conmigo. Yo la increpé, discutimos fuerte y me echó de su casa. Pero no me iba a rendir fácilmente, yo hice todo lo posible para recuperarla.
- (
) preguntó.
- ¡Cómo le voy a pegar, doctor! ¡No le dije que la amo!
- (
) insistió.
- Solo un cachetazo, con la mano abierta, pero no fue fuerte... Ella me dijo que el del puesto de lámparas la tenía más grande que yo. No me pude aguantar, pero eso fue hace mucho, hace más de un año.
- (
)- preguntó
- La esperaba a la salida del trabajo, la llamaba al celular, a la casa, le escribí poesías, pasacalles.
- (
) preguntó el conteniendo la risa
- Sí, para el cumpleaños, y otro para nuestro aniversario de novios, hacía nueve meses que estábamos peleados, pero para mí seguía siendo una fecha importante
8 de marzo, ese día fue el día más féliz de mi vida.
- (
)- el fue al grano, lo tranquilizó y le dijo que lo entendía, necesitaba que le contara lo que había sucedido ese mañana.
- Ella es fotógrafa, a veces trabaja haciendo sociales, a veces expone, la llamé por teléfono, fingí otra voz, le dije que era un payaso profesional, que había dejado un circo y que necesitaba un book de fotos para que me contrataran. Ella aceptó el trabajo. Me maquillé y fui a la casa.
-(
)- preguntó
- No, fui pintado de payaso, fingía otra voz, vestido de payaso, no me reconoció, me sacó fotos durante media hora. En un momento, yo no me aguante más y le dije que me perdonara, que quería volver con ella. Ella reaccionó muy mal, se puso a gritar auxilio, los vecinos llamaron a la policía.
- (
) preguntó pidiéndole que sea sincero.
- ¡No, doctor! Le juro que no hice nada, solo quiero que ella me quiera.
- (
)- le dijo que lo esperara, que no declarará hasta que el llegara.
Se cambió rápidamente y se tomó un taxi a la comisaría.
Al llegar a la comisaría tercera, ella estaba declarando. Conteniendo el aliento se presentó y le ofreció tomar un café. Ella fue muy reticente al principio, pero él la convenció con su natural simpatía.
En quince minutos de charla amigable, acordaron retirar los cargos a cambio de una orden de restricción. Luego volvieron a la comisaría, e hicieron las declaraciones que habían acordado: si Guillermo se acercaba a menos de doscientos metros de su domicilio iría preso.
El doctor estaba contento, el sol de esa tarde de septiembre tenía un brillo especial. Recordó su tarjeta en los dedos morenos de ella.
- ¿Me llamará?- se preguntaba, mientras manejaba de vuelta a su casa.
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