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Con sus arapos rajados y pies desclazos salía cada mañana de su árbol que lo protejía de las lluvias invernales. Se paseaba por entre los autos de las más transitadas avenidas para pedir una moneda con la que pudiera comprar un pedazo de pan y mantenerse de pie. La gente lo miraba, apuntaba y reía, lo comparaban con los perros que lo seguían.
Emanba un olor a repulsión, a escombros. Los niños le temían por sus largas uñas, barba y cabellera descuidada. De cuando en cuando, unas viejectias le llevaban comidas y chales para abrigarse en las noches. Sin embargo, la humillación, la desesperación, el hambre ya no le importaban, ahora lo único que le urgía era la soledad. Después de 3 años 9 meses y 15 días de silencio y soledad lo único que quería era compañía. No era de extrañar que se comunicara con los perros, o que se comportara como ellos.
Cada día se automarginaba a mayor escala y poco a poco se iba a transformando en un perro más de la calle. |
Texto agregado el 16-05-2007, y leído por 75
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