De madrugada me contemplaba atentamente ante un espejo muy iluminado; mi rostro reflejaba las secuelas de una larga y placentera juerga nocturna, éste presentaba un color mortecino y profundas ojeras. Me salvaba el hecho de que yo siempre tuve ojeras muy marcadas. Sentía la boca completamente reseca y mi pulso era menos seguro que lo habitual. Debía estar temprano en el trabajo para revisar las operaciones financieras que se habían realizado con las Bolsas de otros países, las que tenían un huso horario completamente diferentes al nuestro.
No podía faltar porque hoy se realizarían importantes transacciones, de opciones a futuro y de una serie de instrumentos financieros. Esta labor requería de una concentración total y rapidez de acción; toda transacción realizada por los operadores se concretaba verbalmente y era más válida que un contrato firmado, existiendo un acuerdo formal irrevocable entre las diferentes instituciones financieras. No podían cometerse errores ni tampoco desaprovechar las oportunidades.
El nerviosismo jugaba malas pasadas a los operadores y profesionales dedicados a este negocio. Había sólo una oportunidad la que debía aprovecharse en el momento adecuado, la desatención u omisión de ella traía consigo desfavorables consecuencias laborales; por ello los operadores vivíamos en una constante desesperación que mezclaba una alteración extrema del ánimo con la consiguiente cólera y enojo consigo mismo por no estar a la altura de las circunstancias.
Debido a mi experiencia y larga trayectoria en este nicho de negocio yo podía fácilmente cumplir con las exigentes metas aun cuando no estuviese en mi nivel de eficiencia acostumbrado. Consiguientemente en la mañana realice todas las transacciones pertinentes aunque no generé ninguna operación significativa. Deseé que mis jefes y compañeros no hubiesen notado mi aspecto deslucido y la falta de vivacidad en la ejecución de mi trabajo, situación que era completamente diferente a lo que me era característico.
La particularidad de mi oficio era que uno actúa transparentemente, sin fijarse en los pasos metódicos, el desempeño era similar al juego de un deportista de alta competencia que no pensaba sino que jugaba solamente. El dominio de la técnica hacía que la acción fuese transparente y sólo cuando se producía un quiebre, algo fuera de normal, uno se percataba de lo cometido o de la situación existente.
Antes de finalizar mi jornada en la mesa de dinero y al revisar mis transacciones totales para cuadrar las operaciones efectuadas en el día noté algo extraño en las cifras, seguramente alguna imputación estaba mal ingresada - aunque era difícil que me hubiese equivocado en los montos registrados como archivo de respaldo – pero dicho error era considerado como una leve equivocación y era muy fácil detectarlo y solucionarlo rápidamente. Ello determinó que me detuviese de inmediato en mi actuar semi transparente y me concentrara en el problema. No obstante, una sensación muy extraña e inusitada me invadió, alejándome de mi entorno tal le sucede a una hoja en otoño que vuela erráticamente al ser impulsada por el viento el cual va deshojando lentamente a los árboles en derredor. Aquello me desvió completamente de mi tarea y comencé a mirar a mi contorno con una perspectiva diferente y analítica; aunque en el resto de los operadores nada anormal sucedía, nada distinto a lo normal, sólo yo era el que estaba extraño al no seguir el proceso lógico de cierre y tener la mente en otra parte.
Eso implicó cambiar mi lugar de observación y escuchar detenidamente un constante zumbido y mirar detenidamente al frenético ajetreo de la mesa de dinero - éste me pareció semejante a un panel de abejas en plena actividad, donde cada tipo de abeja cumplía disciplinadamente su tarea asignada dentro del proceso - circunstancia que generaba un inconfortable ambiente de trabajo, con altas exigencias y con una fuerte competencia entre los operadores, deteriorándose con ello el clima laboral. Nadie era amigo de nadie, lo vital era destacarse por sobre el resto, lo demás no tenía mayor preeminencia, pero yo no era amigo de nadie ni tampoco me interesaba serlo; generalmente, me alejaba de las convivencias entre ellos y asistía solamente a las reuniones formales de la empresa.
En mi meditación, por primera vez, también oía palmariamente el bullicio que ocasionaban las fuertes voces de los operadores al efectuar sus transacciones y las conversaciones coloquiales que mantenían con la contraparte y aquello me incomodó excesivamente, aunque sabía perfectamente que ello formaba parte de mi quehacer y ambiente cotidiano; sin embargo, ahora que percibía y escuchaba con evidente desagrado los altos decibeles y tonos disonantes de este ruido que retumbaba en mi cerebro, desconcentrándome de mis pensamientos y de los guarismos señalados en una pantalla gigante, que registraba las últimas operaciones realizadas por cada operador e indicaba la disponibilidad o déficit total acumulado hasta ese momento que me servirían de base para solucionar mi complicación.
Si bien es cierto que la descripción y análisis del fenómeno se basa principalmente en la utilización de la epojé, que realiza las correspondientes reducciones, mi diálogo se realizaba con mi daimon: ésta era interior, una conversación con mi Ser. Entretanto, momentos antes del cierre, cada operador que finiquitaba una transacción de inmediato la registraba en su computador, si ella era ventajosa, en su ingreso los dedos se deslizaban suavemente sobre el teclado como una dulce caricia, deleitándose con el roce de las teclas mas si aquella no reportaba ninguna utilidad marginal su registro era automático y rápido.
El regocijo y la complacencia por el logro obtenido tenía una correlación directa con la ganancia de una transacción, sensación que se experimentaba varías veces durante la jornada de trabajo en la mesa de dinero, pero también ello se provocaba al escuchar los comentarios elogiosos de sus colegas los que se atendían con fruición y deleite. El leit motiv de esta total dedicación al trabajo con extensas y arduas jornadas era demostrar un grado de excelencia profesional más allá de los requerimientos usuales ya que eso era, esencialmente, el motivo determinante para los futuros ascensos. La gran mayoría de los que trabajaban en la mesa de dinero ansiaban desesperadamente tener un saldo relativo positivo con respecto a sus colegas, frustrándose, envidiando y sintiendo un gran despecho por el que lo superaba en el sitial del escalafón. Inconscientemente – y a veces con una completa convicción - cada uno estaba convencido de que el fin justificaba los medios, aunque jamás se atrevían a verbalizarlo públicamente.
Cuando cesaba la actividad bursátil los profesionales salíamos apresuradamente para almorzar puesto que la tensión y la adrenalina al máximo nos generaba mucha apetencia por comida y licor. Solamente se recuperaba la serenidad después de un tiempo, usualmente, luego de haber bebido el aperitivo y comentado en general acerca de la jornada. Posteriormente degustábamos la comida con deleite pero manteníamos los modales convencionales de urbanidad. Los locales donde almorzábamos eran elegantes y de alto costo por lo ello no eran muy concurridos lo que nos permitía conversar libre y distendidamente los detalles de cada gestión personal, coloquio del cual yo me abstenía.
La grata música de fondo ayudaba para lograr un ambiente muy acogedor. Los garzones conocían con detalle todos nuestros gustos y se dirigían a nosotros por nuestro nombres, ofreciéndonos los platos más ajustados a nuestras preferencias, con lo cual saboreábamos el refinado aroma y exquisito sabor de la comida. Los vinos eran catados por algunos con rituales exagerados con el propósito de demostrar al resto que se era experto en vinos y cepas.
Empero, nadie se percataba que este modo de vida nos generaba enormes costos ocultos que salían a relucir en cualquier momento, eran como un animal en reposo que no se sabía cuándo atacaría, reduciendo primeramente el goce por el olor y sabor de las comidas y luego insensibilizando el placer que ocasionaba el tacto con las cosas apreciadas y seres queridos o deseados. La dedicación exclusiva y la obsesión por lograr un sitial de excelencia nos hacía encerrarnos en un mundo particular, excluyente, que perjudicaba todo tipo de relaciones además que subyugaba a los sentidos en general, ocasionando que el placer se apreciara solamente por la reunión particular de todos sentidos – lo que hacía imposible diferenciarlos o cuantificar su intensidad ni apreciar su graduación - tendiente a cumplir su único objetivo. ¡Ser un triunfador! ¡ Un winner!
Este comportamiento era consecuencia de un estado de ánimo alterado. El carácter se tornaba irascible y la sensibilidad se transformaba en susceptibilidad provocando reacciones sobredimensionadas ante nimiedades, sobre todo en los dominios hogareños; en los otros dominios, aquél se disimulaba actuando como una persona profesionalizada y conocedora de su oficio poniéndose una especie de máscara personal, al igual que el significado etimológico de persona, lo que le permitía desempeñarse eficazmente en toda situación y asumir el rol más adecuado para cada ocasión. En esta situación, la angustia y ansiedad avanzaba apresuradamente y el individuo buscaba diversos productos y estimulantes para disminuir la tensión. El stress era mal visto laboralmente y más aún los derrumbes por motivos emocionales; las crisis se consideraban un claro indicio de que el profesional no era apto para desempeñarse en situaciones de mucha exigencia y de alta tensión. Eso redundaba en el traslado inmediato a un puesto administrativo y un veto definitivo para el ascenso.
Nuestra generación, de muchos profesionales jóvenes con alta especialización, creíamos pertenecer a una elite y, por ello, formábamos un nuevo grupo de pertenencia y de referencia socio económico. Vestíamos y actuábamos estereotipadamente, asistíamos a los mismos lugares y nos relacionábamos solamente con las personas que pertenecían a nuestro seudo estrato socio económico o que tenían gran poder, conducta de la cual yo hidalgamente no puedo restarme porque de hecho yo actuaba igualmente que todos ellos. La diferencia con los estratos sociales convencionales era que en el nuestro no importaba el origen social del individuo sino su especialización profesional.
Éramos tan arrogantes como lo fue Alcibíades y sus seguidores en la Grecia de Pericles, los cuales avasallaron a la gerontocracia dominante con funestas consecuencias posteriores,
Más temprano que tarde muchos de nosotros que en el pasado habíamos soñado con un mundo posible de ser cambiado - seamos realistas, pidamos lo imposible, era nuestra consigna de antaño - creyendo fervientemente en las utopías y deseando ser la generación precursora del relevo de la generación decisiva en el poder que implantaría los necesarios cambios en los uso sociales vetustos, ya que habíamos sido observadores o parte de cambios radicales en nuestra sociedad, nos miramos al espejo y vimos descarnadamente a un sujeto al cual no conocíamos.
No éramos los mismos de otrora, nuestros principios y valores de antaño tenían actualmente otra jerarquía, no siempre grata ante nuestra consciencia; nuestra vida había sido un gerundio que nos causó una mutación total. Para algunos - como yo – el reflejo de esta imagen se asemejaba a una pesadilla en donde, tal como sucedía con el retrato de Dorian Gray, mis acciones pasadas – no todas dignas ni encomiables - quedaban plasmadas en mi rostro envejeciéndolo y distorsionándolo grotescamente. Así también hogaño estaba lentamente aprehendiendo, cognitivamente, que todo lo que había deseado ser, no lo era ni lo fui, aunque la impronta de mi formación y sueños pasados irrumpía frecuentemente en mis pensamientos, generándome una intensa angustia.
Desilusionado con el devenir personal y de la sociedad, donde se cumplía cabalmente el aforismo del Príncipe de Salina que señalaba que todo debía cambiar para que todo siguiera igual, en una época me volví escéptico y cínico permaneciendo en el sistema pero desesperanzado en mis expectativas y probabilidades para construir un nuevo mundo, con un estado de desarrollo superior al actual. Otros, por el contrario, oyeron el canto de las sirenas que los invitaba a tomar un nuevo rumbo en sus vidas, y efectuaron un cambio fundamental de ésta, lo que les permitió revertir el proceso inexorable de la pérdida paulatina de sus sentidos y su alejamiento de la realidad.
Ahora la música tenía un nuevo sonido que les hacía vibrar el alma; las comidas se disfrutaban nuevamente como otrora no siendo ellas solamente una necesidad corporal de pervivencia sino que simultáneamente poseían un sabor y aroma que generaba una delectación especial además de que al mismo tiempo alimentaba; los objetos y la textura humana la percibían con plena intensidad otorgándoles un goce intenso para los sentidos y las emociones, disfrutaban otra vez de la sensualidad, el afecto y el cariño; así como también buscaban la placidez de estar rodeados por los suyos y amigos, en donde el dialogo coloquial y afectuoso era constante. Habían recuperado la esencia de su ser, el que había estado oculto o soterrado durante mucho tiempo como consecuencia de la obsesión por el trabajo y del tráfago de su quehacer.
En ese instante distinguí, meridianamente, que perseguir cual galgo a una inalcanzable liebre que corre por un riel eléctrico era vano puesto que si, en una supuesta situación, se lograse apresarla, lo que se comería finalmente sería solamente algo de metal recubierto con tejidos. Un objeto con un sabor insípido, desagradable y sin olor.
La frenética persecución no valía la pena en ningún caso y, en esta situación, era mejor abandonar la competición y transformarse en un observador que podía retirarse de las pistas y del canódromo en cualquier momento para vivir la vida conforme a sus expectativas. Esta realidad fue una concusión decisiva para mí, como el golpe de un mazo, remeciéndome completamente siendo objeto de una creciente angustia y ansiedad. Mi estado de ánimo estaba exaltado, el panorama lo observaba oníricamente y rayano en un período crepuscular, similar a un cuadro del Bosco, seductor, inquietante pero peligroso al mismo tiempo. La amplia sala de operaciones la sentía lejana y totalmente ajena a mí, sintiéndome fuera de lugar, como un transeúnte que sólo está de paso.
En esa condición en donde mis sentidos estaban completamente agudizados, mirando y oyendo en derredor, me levanté rápidamente de mi estación de trabajo y me encaminé resuelta pero moderadamente tambaleantemente hacia la oficina del Subgerente de Operaciones. Esta era una oficina pequeña, como todas las de la empresa, pero estaba decorada con finos muebles totalmente funcionales que aprovechaban todo el espacio del lugar. Frente a su puerta entreabierta titubeé y me sacudió un ligero temblor; respire profundamente y a los pocos segundos recuperé en gran parte mi aplomo; toqué la puerta y entre antes que me contestase. Al cruzar la puerta e ingresar a la oficina él continuo ocupado con su computador, Luego de un instante – que me pareció una eternidad - el Subgerente dejó de lado su ocupación y fijó su mirada inquisidora en mí, su voz fue cortante pero cortes, y molesto me preguntó qué deseaba puesto que abandonar la mesa de operaciones durante los últimos momentos de plena actividad era inexcusable.
Controlando ni nerviosismo, sostuve decididamente su fría mirada y escuetamente le comuniqué que le presentaba mi renuncia verbal pero que durante la mañana la formalizaría por escrito. Él me miró desconcertado pero no atinó, o quizá no lo consideró necesario, a preguntarme por el motivo de mi renuncia y a dialogar conmigo para analizar esta situación. La insensibilidad del negocio le había mitigado sus sentidos y sentimientos, sólo le importaba el negocio y consideraba que todo, pero todo, no era indispensable y que podía fácilmente ser reemplazado. Prontamente me exhortó para que mi renuncia se la hiciera llegar a la brevedad y volvió a ocuparse del computador. Aquello me irritó, por mi mente pasaron diversas opciones de reacción, desde la agresiva y ofensiva hasta la aceptación de una situación dada pero sin caer en la resignación; no obstante me contuve y salí calmadamente de su oficina.
Liberado de un peso enorme me sentí alivianado y sereno, despreocupadamente feliz, como no lo era desde hace mucho tiempo atrás. Mi insospechada acción representaba un gracioso abandono del statu quo, como si esta pérdida de la responsabilidad laboral y de los parámetros convencionales de éxito hubiese sido ocasionada por motivos de fuerza mayor y fuera irreversible y poco a poco me fui sensibilizando y captando la realidad de la sala de operaciones.
Ya no sentía amenazante ni opresor al ambiente de trabajo, no era mi asunto, en concreto la sala era una simple oficina con una caterva de personajes que se movían automáticamente desempeñando perennemente un rol que ya se había constituido en su esencia, no era como el actor que luego de la función de teatro se quita el ropaje y sale con sus amigos o comparte con su familia; por el contrario, esto ya era su personalidad, la máscara le había transformado definitivamente su rostro, ése era el suyo, y para ellos cualquier costo o precio valía la pena con tal de obtener lo que ellos fervorosa y obsesivamente anhelaban..
Regresé a mi estación de trabajó, mucho más tranquilo, recuperando la serenidad paulatinamente, recogí mis pocas pertenencias personales, sintiéndolas en plenitud ya que eran objetos muy apreciados para mí también recorrí con la mano mi lugar de trabajo de años y lo miré detenidamente; no sentí ninguna emoción ni placer con ello, no por insensibilidad sino porque éste no representaba nada para mí; su carga emocional era nula para mí. Luego me alejé tranquilamente del lugar. En este momento me sentía pletóricamente el Propietario de mi vida, había dejado atrás mi mascara y roles y ahora podría exclamar como el rey Lear: ¡Fuera, fuera todo lo prestado!
¡Cualquier similitud en este relato con la realidad es sólo coincidencia!
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