Ahora que el tiempo y la calma
anidaron en mis ojos,
mi alma se confiesa
para no morir.
Ahora que la vida sigue,
sin cómplices
ni intención,
no quiero volver a callar
lo que aquella vez fui.
Ahora,
confesar que mentí,
que te quise sin que nadie supiera,
sin que nadie adivinara,
no viola los límites,
siquiera,
de esa amistad.
Ahora, cuando todos se fueron,
cuando me quedo sola,
en silencio,
puedo admitir
mi cobardía,
mi miedo,
que, simplemente, me rendí.
Ahora lo grito bien alto:
te quiero.
Y ahora,
cuando la ternura y la pena
son cómplices de mi mirada,
entiendo,
al fin,
que nunca,
jamás,
podré olvidarme de ti.
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