A finales del siglo XIX empezaron a extenderse por España, pero sobre todo por Madrid, una serie de cafés. Éste, digamos invento entre comillas, comenzó en Viena puede que hacia el siglo XVIII o quizá antes. La costumbre de tomar café en un lugar público, cerrado y con diseño, era algo que atraía a mucha gente, lo mismo que ahora, en eso no hemos cambiado. Aquí, y en todo el sur de Europa, gracias a su buen clima, se pudo gozar de las célebres “terrazas” a veces casi todo el año.
Casi desde el principio, en estos locales se formó un fenómeno, entre lo cultural y el chismorreo y así empezó, la llamada: Tertulia.
Fueron precisamente estas tertulias, capitaneadas casi siempre por personajes célebres, en todos los campos de las artes y de la cultura en general, las que popularizaron los cafés, e incluso hubo varios que se hicieron famosos.
Destacan, las tertulias que dirigía Valle-Inclán en el café Ateneo, o las que hacía Ramón Gómez de la Serna, líder de la vanguardia madrileña, en el café Pombo, sin olvidar por supuesto, las lideradas por Azorín y Miró, hijos de esta tierra.
Por desgracia, fueron desapareciendo los cafés de la gran bohemia madrileña de principios de siglo, el Café de Levante en la Puerta del Sol ,el del Correo en la calle Alcalá o el café Pelayo, donde se reunían los últimos de la generación del 50.
Ahora en el mismo solar, suele estar un banco o una caja de ahorros, por no decir una tienda de todo a un euro.
Tan sólo uno de estos cafés literarios, ha sobrevivido a la piqueta o a la especulación: el café Gijón. Situado en el céntrico Paseo de Recoletos, fue fundado por un asturiano Gumersindo García en 1888. Cuando lo vendió en 1913, solo puso una condición, que no dejara de ser café, ni se cambiara el nombre, que él había puesto en honor a su ciudad natal. Nunca pudo imaginar, que su café se haría célebre y pasaría a la historia de la literatura española.
Al Gijón, le hicieron famoso las tertulias de los intelectuales de la posguerra. Camilo José Cela, Alejandro Casona, E. Jardiel Poncela y un largo etcétera...
Hoy en día, todo el que ama las letras y más aún, si siente la necesidad de escribir, hubiera ido encantado a una de esas tertulias literarias. Poder codearse con los maestros hubiera sido algo inenarrable, pero lo mismo que desaparecieron los cafés, también por desgracia desaparecieron ellos. Aunque nos dejaron, una enorme lupa para intentar seguir sus pasos. Cuesta, claro que cuesta, muchísimo, y más de uno, no llegará siquiera a quitar, las migas de pan de la mesa de Pérez Galdós, pongo por ejemplo. Pero da igual, el que tiene alas en los dedos y en el alma, intentará echarse a volar.
No estamos en el siglo XIX, ya no tenemos aquellos hombres ilustres, pero tenemos seguro, muchas inquietudes como ellos, y por supuesto, más medios. Entonces ¿Por qué no intentarlo?
Existen en mi ciudad, como en muchas otras, varios lugares interesantes, dónde se leen textos propios y de nuestros autores favoritos, dónde se recita...Y donde se hacen otras tertulias literarias.
Podría decir: el Café Época, el Café Español de las artes, La Tetería...
Pero seguramente, en tu barrio, hay un café, quizá no reúna las comodidades que te gustaría, pero sirven té y café y unas mesas de madera esperan a que pongas en ellas un montón de ilusiones, vestidas de papel. Anímate, y prueba, yo misma, lo hago, y me va muy bien.
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