RAGNAROK


La verdad inexorable es que no importa cuántos soldados muertos se recluten en el Valhala, nunca será suficiente para combatir a las fuerzas de Loke. No importa cuán precavido sea Heimdal para cuidar el puente Bifrost, porque en el día crucial, llegará tarde a hacer sonar el Cuerno Sagrado. Tampoco interesa la fuerza de Thor, ni cuánto blanda a Mjolner (su martillo), ya que caerá muerto por el veneno de Jumurgand, la sierpe que rodea al mundo. De igual manera, es irrelevante el poder de Odín, pues será superado por la furia de Fenris.
Dioses y hombres conocen acerca de lo inevitable de tal destino, lo saben pero igual lo intentan; las Valkirias igual transportan a los soldados muertos al Valhala; los hombres lloran a sus muertos a pesar de que es inútil; uno escribe a pesar de no saber qué escribir, sabe que nunca podrá escribir todo lo que quiera, pero lo intenta, y vive. Vive para algún día morir, lo sabe bien… pero igual vive.
Sólo Vidar –se conoce– saldrá vivo del Ragnarok, él ya lo vislumbra. Por eso vive solo en medio de un impenetrable bosque, para no tener a nadie, para no tener amigos ni seres queridos. No quiere a nadie para no tener que llorar a los muertos que inevitablemente vendrán, a los amores que inevitablemente se irán. El precio –acaso alto– es la soledad.