¿DEBERIAN MOVERSE BLANCAS?
Tenía que ir por motivos de trabajo a Valencia.
Perdonen, primero me voy a presentar:
Soy un vagón de tren. Sí, no ponga esa cara, ha leído bien. Tantas y tantas veces he oído decir eso de que si las paredes hablasen. Pues yo, que tengo algo parecido a paredes, además de ventana y puerta, me he decidido a hablar. Pero no se emocionen demasiado, sólo les explicaré dos anécdotas ocurridas en mi vagón.
Después de leerlas, si quieren se pueden imaginar la de historias que podrían contarles los vagones de trenes.
HISTORIA UNO. Viaje de Barcelona a Valencia.
Estaba casi al completo y a punto de iniciar el viaje, cuando entró en mí, un último pasajero. Al abrir la puerta, saludó a todo el mundo con una inclinación de cabeza y diciendo no sé qué... De todas formas, supongo que dijo algo parecido a buenos días, a lo que todos contestaron con otros desganados buenos días, pero en español. No, que había cuatro catalanes que dijeron: Bon dia.
Les puedo decir que era un hombre de origen chino, vestía un traje de tonos claros y de su brazo izquierdo colgaba una gabardina oscura.
El caso es que el chino se sentó entre la ventana y una chica preciosa, que parecía algo tímida. Luego, no sólo lo parecía, sino que resultó serlo.
Delante de la chica estaba sentado un muchacho muy fuertote él. Vestía con una camiseta de tirantes, un pantalón desgastado y con multitud de parches. Salvo la cara, todo su cuerpo se adivinaba tatuado. Para rematar, su pelo teñido de color naranja lo mantenía en forma de cresta a base de fijador. El punky no levantaba la vista de un cómic y de tanto en tanto se le oía reír.
El chino había dejado su gabardina, como el que no quiere la cosa, encima de su regazo, pero como era muy larga, también estaba sobre parte de la pierna de la chica, que por timidez no le dijo nada.
El chino miraba por la ventana el paisaje, pero no crean que era el paisaje el que corría, era la máquina nueva que nos arrastraba a todos los vagones a gran velocidad.
Todo continuaba igual hasta que el chino cerró los ojos. Parecía que estaba medio dormido, pero nada mas lejos de la realidad. Ví que a la chica se le cambió la expresión de la cara, pero no entendí hasta después el por qué.
Casi todos dormitaban, menos el punky, que continuaba con su cómic y con su ji ji ji de tanto en tanto.
Tampoco dormía la chica. Se le habían subido los colores, y es que el bien vestido chino deslizó su mano por debajo de la gabardina hasta llegar a la pierna de ella.
Pobre chica, no dijo nada, pero hubiese asesinado al chino de buen gusto.
Al no decir nada la chica, el chino se pensó que a ella no le molestaba su mano, que fue paseando primero por su rodilla y luego subiendo poco a poco hasta que... el punky se levantó para ir a tomarse algo al vagón bar, lo que aprovechó la chica para salir también de mí.
La chica se fue al servicio, y a la vuelta se encontró de cara con el punky "cuadrado él" se armó de valor para pedirle si le podía cambiar el sitio. Al explicárselo le dijo que no había problema y volvieron a mí.
La chica ocupó el asiento del punky y éste se sentó en el que ella ocupaba anteriormente.
El chino, que no abrió los ojos cuando los dos entraron en mí, se lo montó para depositar la gabardina sobre la pierna supuestamente de la chica.
Al poco el chino acariciaba la rodilla del punky. Tendrían que haber visto su cara de placer, haciéndose además el dormido. El punky le dejaba hacer. La mano del chino cada vez subía más y más y más hasta que se topó con algo inesperado, abrió de golpe los ojos y quiso mirar a la chica pero sólo acertó a ver cómo el punky le rompía la nariz de un puñetazo.
El chino, sangrando abundantemente por la nariz y manchándome con su roja sangre me abandonó pidiendo perdón o algo parecido.
El resto dejo que ustedes se lo imaginen.
HISTORIA DOS. Viaje de Valencia a Barcelona.
En éste segundo viaje coincidieron tres parejas de amigos, una mujer mayor y un hombre africano.
Pero vamos por partes.
Primero entraron en mí las tres parejas. Iban muy contentos y gastándose bromas. Habían quedado para ir a pasar unos días a Barcelona.
Entró también un hombre de color, bien vestido, parecía muy bien educado. Saludó a todos en un perfecto castellano.
En otro viaje me enteré que era profesor de una universidad.
Tomó asiento al lado del único lugar vacío que quedaba. Sacó entonces un libro y se puso a leer. Llegó entonces una mujer mayor. Al abrir la puerta y ver al hombre negro, se le cambió la cara. No le gustaban los negros. Ni mujeres ni hombres, no le importaba que fuesen africanos, ni americanos, ni europeos, ni nada, simplemente no le gustaban los negros.
Hizo la mujer una señal a los chicos dándoles a entender que pretendía que le cambiasen el sitio. Primero no la entendieron, pero después, aún entendiéndola, disimularon.
La mujer no tuvo mas remedio que sentarse al lado del hombre que notó las miradas despectivas que la mujer de reojo le enviaba.
El hombre, educado como era y también porque no quería tener problemas, no le dijo nada. Además, como la mujer era ya mayor, y él era profesor...
La señora le miraba hasta con asco, incluso miraba a los chicos, luego al hombre y después ponía cara de disgusto y hacía muecas.
Los chicos no daban crédito a lo que estaba sucediendo, pero de tanto en tanto se reían, no del hombre, se reían de las caras y lo remilgada que era la mujer.
Uno de los chicos salió de mí, cosa que aprovechó la mujer para salir también y abordarlo.
-No señora, que no le cambio el sitio- le dijo- si usted está muy bien dónde está, va de cara y además dudo que el negro le muerda. En cuanto a eso de que huele fuerte, no lo sé, señora, y sobre que se parece a un mono, yo no lo veo así, de todas formas estará a punto de venir el revisor y quiere que todos los pasajeros permanezcan en sus sitios.
Resultó que todos los que me ocupaban oyeron la conversación. Hasta yo mismo la oí. Eso sí que enfado al hombre que en vez de negro se estaba poniendo rojo, morado...bueno, no sé, pero es que mi vista no es tan buena como mi oído.
Pronto se pudo oír que se acercaba el revisor pues lo iba anunciando por el pasillo del tren. Todos empezaron a buscar sus billetes para tenerlos preparados.
La mujer buscó en su bolso, lo encontró, pero al ir a cerrarlo, el billete voló hasta la pierna del hombre de color. La mujer no se atrevía a cogerlo. Mas que nada para no tocar al hombre. El hombre lo cogió y estaba a punto de dárselo, pero no lo hizo, en vez de eso se lo metió en la boca y empezó a masticarlo.
Sí, lo habéis leído bien. Empezó a comérselo.
Los ojos de la mujer se le salían de las órbitas. ¿Habéis visto? – Les preguntaba a los chicos - que no se habían perdido detalle pero que disimulaban haciendo ver que no se habían enterado de nada.
El hombre aprovechó para sacarse el billete masticado de la boca y ponérselo en el bolsillo del traje sin que la mujer se hubiese dado cuenta. Hizo entonces el hombre como si se lo tragase justo cuando llegó el revisor a pedir los billetes.
Todos le dieron el billete menos la señora, que aún no había reaccionado.
El negro ponía caras graciosas cuando los chicos lo miraban y cambiaba el semblante cuando la mujer le miraba.
- Señora, por favor su billete.
- No lo tengo, se me lo ha comido el negro.
- ¿Queee? ¿Qué se lo ha comido el negro? – El revisor miró al hombre que ponía cara de no entender nada. Los chicos casi no podían contener la risa, pero lo hacían para no perderse como terminaría la historia del negro come billetes.
- Que síi, que se lo ha comido.
Los chicos no se han dado cuenta porque van jugando y riendo entre ellos, pero éste negro se ha comido mi billete.
- Basta ya señora. O me paga inmediatamente el billete y la multa, o en la próxima estación me encargo personalmente de que se baje del tren. Mira que decir que el negro se le ha comido el billete. Es que se lo explico a mis amigos y no se lo creen.
La señora, por descontado que tuvo que pagar otro billete y la multa.
Al hombre de color sólo le oímos decir al irse: Buenas noches, pero se fue hasta contento.
Bueno me despido de ustedes pues mi trabajo me reclama.
Debo hacer otra vez el mismo trayecto, veremos qué viajeros me tocan en suerte.
Me dejaba por decirles algo y desde mi experiencia:
Lo malo o bueno, no son los colores, lo son las personas.
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Quiero dar las gracias por el pulido del texto a:
CLARALUZ
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