El ruiseñor de madera
Por los caminos del sur, vamonos para Guerrero.
Esta pintaba para ser una tarde como cualquiera hasta el momento que entro Josesito por la puerta del jacal; nos miró espantado, con sus dos ojos saltones que le daban la apariencia de un sapo de río.
--¡burros! ¿Qué hacen aquí?—
--jugando canicas que no ves, menso —dijo Pedro el más grande de todos
--¿no vieron al güero?, el del pájaro que canta—todos nos miramos
--¿el güero y el pájaro que canta?—gruño --¿Qué no todos los pájaros cantan?, tas loco ¿ya volviste a comer de los hongos que están en el rió, ¿verdad?—
Pedro era el único que había hablado ahora y siempre, los demás permanecíamos callados. Nosotros seguíamos muy pendientes del juego.
--¡no!—replico José –en la mañana había un siñor güero, colorao como camarón hervido, y el pájaro no es como todos los que andan por aquí menso, ese canta rebonito.
Pedro hizo un sonido gutural y volvió a jugar sin prestarle atención.
El se quedo parado en el umbral de la puerta y se volvió una silueta sin rostro, muda; esperando sigiloso cualquier comentario, pensando en el pájaro que cantaba bonito.Juana la hermana mas pequeña de Pedro apareció por la puerta de atrás, al pasar borro el circulo dibujado en la tierra y golpeó con la tinaja de nistamal la cabeza de Felipe, que se agachó y sobo.
--¡guila fíjate! ¿Qué no ves?, pareces mensa—Pedro se le quedo viendo fijamente mientras lanzaba vituperios contra su hermana, se paro y alzo la mano extendida justo sobre la cabeza de el, todos esperábamos atentos el fregadazo, pero la mano choco contra la cabeza de Juana.
--si mensa, fíjate—nunca había visto que nos defendiera, y tampoco que nos golpeara cuando andábamos diciéndole cosas a su hermana, aunque ella empezara. Pude ver por la cara de Felipe que el mucho menos; pero la mano volvió a levantarse y golpeó la cabeza de el.
--y tu zonzo no le digas cosas a mi hermana ¿iste?.
Solo movió la cabeza en señal de aprobación mientras se sobaba; Juana tampoco dijo algo solo se oyó un ligero gruñido. Dejó la olla en la mesa, y se paró justo frente del grupito de jugadores, así estuvo mientras acomodaban el juego, se espero paciente hasta que habían terminado y ya estaban dispuestos a jugar cuando soltó lo que había venido a chismear.
--¿vieron el pájaro?
--otra loca—refunfuño Pedro
--ven, que les dije—dijo la estatua de José.
Ya nadie se acordaba de el, había estado parado, camuflado con la casa, con el ambiente; era como una silla mas en la mesa, como una de las flores azules de la cortina.
--¿todavía sigues aquí?—volvió Pedro hacer un comentario hiriente muy común en el; se oyeron risitas
--¿verdad tu que estaba rebonito?—Juana se quedo pensando –si taba rechulo—
Pedro se les quedo mirando, y muy adentro sabia que no le estaban mintiendo, --¿haber de que color tenía sus plumas?—nunca en toda su vida pudo quitarse lo curioso, era aparte de su mal genio, uno de sus mayores problemas, y lo siguió siendo hasta el último día de su vida.
--no tenía plumas menso—le había ganado la contestación a Felipe y dijo exactamente lo que había pensado, pero no diría.
--¿entonces?—
--¡Juana!.Juana!—gritó su mamá -- ¿aquí horas chamaca del demonio?, deja de andar perdiendo el tiempo, eso déjaselos a los hombres.
Pedro se quedo mas desconcertado aún, y no tardaría en encontrar al pájaro sin plumas.
--vamos a buscar a Lorenzo, haber si el sabe—levantamos nuestras canicas y las resorteras y nos fuimos a la casa del mas sabio de todas las personas de la campiña, Tencho.
Por que le falta un lucero y ese lucero eres tu…
En dos minutos estábamos listos y dispuestos para ir a la peligrosa excursión a la que Pedro nos convidaba. Josesito era el mas alegre de todos, a el le encantaba esas excursiones a la montaña para traer ardillas o palomas, o las descendidas hacía el río quieto pá pescar truchas y robálos,
--ya verán que no es chisme—dijo como un incentivo.
Todos estábamos serios y el único que tarareaba una leve cancioncita, era José más alegre que todos juntos.
--¡cállate!-. susurro Pedro
Estaban hablando el presidente de la región con uno de sus achichincles, nos agazapamos en los matorrales, e hicieron señas con el dedo unos a otros.
--si va venir don Martí, por que quieren hacer una canción pero no hayan lo que necesitan en la ciudad—dijo el gordo rebozante de alegría
--¿pero que es lo que buscan?—respondió el ignorante e incapaz de pensar solo de su compinche
--inspiración mi Arte, inspiración—explico sonriendo
Siempre se había burlado de el comparándolo con orín, entre frases chuscas, aquel pobre corre chepe se había maldicho una y otra vez por haberse llamado Artemio.
--¿y como a que horas llegan señor presidente?—moviendo su vivaz bigote
--como a las cuatro—dijo mientras le echaba el brazo y se iban hacia la presidencia.
La “presidencia” como la llamaban, era una casa hecha de palapa con un pisito de cemento y un pozo con bomba, era una de las pocas cosas con luz que casi no se cortaba por días como las demás. El presidente era toda una figura en la ciudad había sido quien había hecho fraude electoral en varias ocasiones el que había robado muchas veces “para el bien del partido” como le habían dicho sus superiores, por que si el partido esta bien, nosotros también, era la frase que siempre mantuvo en la cabeza, era una persona muy común en el ámbito político, pero había sido el único al que habían descubierto, y al que todos le echaron la culpa. Así que fue exiliado de la urbe al pueblo más recóndito del que se tenía idea, con la promesa de su retorno mas arriba de lo que había estado y con méritos propios de un misionero.
--hay que tratar de venderles todos lo que podamos, ¿esta bien?, alerta a los artesanos y a las tamaleras— y se perdieron de vista.
--ya oyeron—dijo Pedro, --van a regresar—.
Así que todos nos fuimos caminando mas rápido hacía la casa de Tencho.
La casa del sabio, estaba muy lejos, mas lejos que todo, el presidente lo había sacado de la comunidad ya que decía que practicaba la brujería, y había envenenado en su contra a casi todo el pueblo, pero Tencho siempre nos dijo que venia del mismo rumbo que el presidente, y que el había estado revolcándose en el mismo lodo que el, por eso estaba mejor lejos, que los cigarros que fumaba no eran por gusto si no por necesidad de olvido. Nunca lo entendimos pero igual siempre estábamos escuchando sus loqueras.
Ahora el, que había venido de la ciudad podía ser el único que nos explicar acerca del pájaro cantor.
Por los caminos del sur, hay rosas, bosques y estrellas…
En media hora estábamos en los lindares de la casa del brujo, todos confundidos y curiosos, solo Josesito no había perdido la sonrisa ni el tono de su tarareo.
--¡Tencho, Tencho!—gritó Pedro
--ya voy, ya voy— se oyó una voz
Al salir se venía cayendo y tropezando con los cacharros y cachivaches del mesón del patio,
--¿Qué quieren?—dijo acercándose a ellos.
Mientras mas se acercaba, llegaba un olor a pulque y a cigarrillo de ese que hace que duela la cabeza y digas cosas raras.
--oyes tu sabes algo acerca del señor y el pájaro cantor de enenante—
hizo un sonido gutural y escupió –si, yho she algo del pájaro ese—
--¿Qué sabes?—preguntó Pedro más curioso que nunca
--que va a regresar el señor con mas gente, gente con pájaros, muchos pájaros—estaba hablando con siseos, y palabras mochas
--pero ¿de donde vienen los pájaros?—
--de Europa—
todos estábamos viéndonos fijamente, y mas interesados que nunca
--¿de Europa?—movió la cabeza en señal de aprobación
--¿y como se llama?—pregunto José.
Casi ya no podía hablar los ojos se le entre cerraban y antes de tirarse en su hamaca del diario, pudimos rescatar de aquel mensaje inherente y encriptadom, entre palabras locas y sin sentidos, una frase.
--ñelo—
--¿ñelo?—dijimos todos
--ñelo, ñelo, ñelo, ñelo, ñelo—y se quedo dormido.
Estábamos casi igual que al principio, solo que mas confusos y preocupados. Decidimos pasar de largo por las casas, y seguirnos hasta al río para espiar a las lavanderas, y escuchar de viva voz, al único periódico del pueblito, esperábamos en cierto modo, que alguno de los tantos chismes que se contaban ahí, fuera alguno del pájaro.
Al llegar ahí, nos escabullimos por encima de los matorrales, hasta llegar al guamuche cubierto de ramas de hierbamala, que hacía una excelente casa y cuartel para nuestras travesuras. Nos quedamos callados cada quien recostado en su rama de siempre.
--si tu, y creo que le pego—dijo Doña Margarita
--pues se lo tiene bien bueno, vieja chismosa—se rieron, mientras sacaban otra prenda el tambo.
Después de un largo rato, y de repasar todos los chismes que atrapaban al aire libre, al pasar por la corriente del río, oímos algo acerca del pájaro.
--y si, van a venir al rato con unos señores, el presidente me dijo que hiciera mis tortas de papa, y unos sopesitos pá esperarlos en la plazuela—
--si a mi también me dijo de los tamales, y a Petra, que también hiciéramos agua fresca, esta muy bien que vengan aquí con su música, nunca pasa nada nuevo—
--eso que ni que—volvieron las risas. Esperamos un rato más, y después nos fuimos sigilosos.
Al salir de donde nos llegaba la brisa pluvial, compartimos el botín
--ya sabemos como se llama—
--ñelo—dijo José
–si pero cállate que no nos escuche nadie—reprendió Pedro
--entonces nos vemos aquí en un rato, pá ir a la plazuela corten frutas pá llevársela al pájaro--hubo un silencio –ahora váyanse.
Pasaron unos veinte minutos y ya todos estábamos ahí, con fruta para el ave, nos volvimos a acomodar las resorteras y salimos con dirección a la plazuela.
Son canciones y doncellas bajo un largo cielo azul.
Al llegar toda la gente estaba reunida, las aguas frescas estaban en su sitio como cuando acaba el año, e igual la de los sopes, el padre Filemon con las niñas del catecismo, hasta los perros estaban cuadrados en las periferias de la plaza. Así estuvimos por un largo rato, expectantes, hasta que interrumpió el sonido de unas llantas y el alboroto de los ladridos, la quietud de la gente, el carro se estaciono aun costado, y al abrir la puerta, salieron las personas mas claras, y de ojos verdes y azules que jamás había visto por aquí. Saludaron al presidente y después de unos minutos empezaron a sacar trastes y trastes llenos de quien sabe cuantas cosas raras. Pero Josesito rompió nuestro silencio
--ahí, ahí traen al pájaro—Pedro lo volteo a ver
--que tas loco se va a ahogar menso—
--no, no, ahí lo cargan--
Pedro se limito a verlo, no quito ni un segundo la mirada de la caja.
--saquen el tripie—dijo el señor mas viejito de todos
Tripie, nos preguntábamos todos, pero nadie dijo nada.
Todos estábamos esperando lo que nos había estado picando las costillas desde que entro Josesito por la puerta del jacal de Pedro; y empezaron a sacar los pájaros de las cajas negras y con broches brillantes. Toda la gente que había estado en la mañana se puso alegre.
--miren son varios—Dijo pedro
--y no tienen cabeza—le siguió Felipe
--de veras—.
Ya instalados y sentados en sus banquitos, el presidente hizo una seña de silencio con su dedo, también nosotros la hicimos y nos pusimos quietos desde las escaleras de la iglesia, hasta donde habíamos llegado sin darnos cuenta.
La música era bellísima, no parecía el cacaraqueo de las gallinas, ni el graznar de los patos, ni siquiera el croar de las ranas, no era igual a nada que hayamos oído. Cuando acabaron la sesión de sonidos, la gente se abalanzo para ofrecerles comida y agua, nosotros traíamos nuestras frutas en las bolsas, y esperábamos que se disipara el tumulto para írselas a entregar como ofrenda a sus pájaros.
--no tienen cabeza—dijo Felipe un poco asustado
--no importa ya nos dirán como darle de comer los señores—.
Caminamos hacia ellos y nadie se atrevió a decirles nada, estábamos viendo la vara con la que le rascaban la panza para que cantaran, eran los pájaros mas raros que habíamos vistos, un flaco con curvas, y otros gordos, pero todos con su piel bronceada y brillante. Todos nos miramos, y las personas extrañas nos miraban también; José del que nadie esperaba la palabra hablo.
--¿Cómo se llama su pájaro?—sin quitarle la mirada
El rió por un momento, dijo unas palabras muy chistosas a sus amigos que ninguno de nosotros entendíamos, y le respondió.
--no son pájaros muchacho—todos nos volteamos a ver
--este—señalo al delgado, --se llama violín—
--este otro—ahora se dirigió al gordo –se llama violonchelo—
--violín, violonchelo, y ¿Qué son?—
--son instrumentos para hacer música--
Todos nos quedamos conformes con la explicación, y nos dimos cuenta de que esa no era la única maravilla que trataríamos de descubrir, y cada semana esperábamos al señor güero y a sus amigos, para que nos enseñaran a hacer música por los caminos del sur.
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