SOY MUJER DE NEGROS
Aquel día, mantenían dos amigas una agradable conversación; de aquellas en las que se confiesan secretos, se explican actos y acontecimientos varios.
El marido de Remedios entró en el hogar sin que estas se percataran de su llegada. Antes de abrir la puerta de la sala oyó a su mujer diciéndole a su amiga Natalia:
-Soy mujer de negros, qué quieres que le haga.- Elías, que justo estaba con la mano en el picaporte, se quedó en blanco por uno momento, acabó de abrir la puerta y entró en la sala. Las dos mujeres, al verlo se callaron y mirándole le saludaron:
- Que silencio tan sepulcral de repente ¿se puede saber de que estabais hablando? Se os oía muy animadas.
- De cosas nuestras, cariño, de esas que a los hombres aburren tanto ¿Verdad Natalia?
- Si sí, de esas que os aburren. De cosas de mujeres.
- Qué bien se conserva tu amiga, parece que por ella no pasan los años. Os dejo con vuestra charla, voy al estudio a acabar de poner en orden unos papeles.
- ¿Crees que habrá oído algo?
- No lo creo, Reme, además los hombres van muy a la suya, son tan despistados, ya sabes.
- Si, ya sé.
Elías entró en el estudio, encendió el ordenador y se dejó caer en una de las sillas.
No podía dejar de pensar en lo que le oyó decir a su mujer. La frase le rebotaba en la cabeza. Cerró los ojos fuertemente a la vez que apretaba las mandíbulas y con las manos, se frotaba las sienes. No había manera de que la frase cesase de torturarle.
Se puso delante del ordenador a intentar trabajar, pero la mente no le quería obedecer. Salió del estudio y se fue directo a la cocina, se sirvió una tónica y de nuevo se dirigió al estudio.
Aún con los ojos abiertos, no dejaba de ver rostros y cuerpos de hombres de color.
Era como si de repente por su mente estuviesen pasando trozos de documentales
o noticias varias en las que los protagonistas eran todos hombres negros, de estirados y atléticos cuerpos.
Esa noche no pudo dormir hasta haber decidido contratar a un detective para que le sacase de sus recientes adquiridas dudas.
Al día siguiente y a primera hora de la mañana, se puso en contacto vía telefónica con un detective. Quedaron citados a media tarde de ese mismo día.
Estaba delante de la puerta de entrada del despacho del detective Jiménez, al menos es lo que ponía la placa dorada que colgaba de la puerta.
Llamó y salió a abrir una secretaria de muy buen ver. Le hizo pasar a una pequeña salita de espera diciéndole que en breve sería atendido por el señor Jiménez.
Al poco, la secretaria hizo que la siguiera y le abrió la puerta de un pulido despacho.
- ¡Oh nooo¡
- ¿Le pasa algo? Señor... ¿Quiere que le traigamos algo para beber? ¿Quiere tomar asiento? ¿Se encuentra mal? Se ha puesto blanco.
- Me voy.
- ¿Cómo?
- Que me voy por donde he venido.
- Si fuese tan amable de explicarme…
- No se da cuenta, no me puede ayudar. Es usted…negro.
- ¿Es que un detective negro ha de ser peor que un blanco?
- No, si no van por ahí los tiros, y además no tengo tiempo para explicarle…
- Lo que creo es que es usted un racista.-Llamó por el interfono a su secretaria- María, haga el favor de venir a acompañar a este señor BLANCO fuera de mi despacho.
- Lo siento, no es lo que usted se piensa. No se lo tome así.
- María, haga el favor de acompañarle a la salida. Y a usted espero no verle más señor yamiquemeimportacomosellame.
Elías, una vez en la calle, pensó en la mala suerte que había tenido con el detective.
Se dirigió hacía un bar, pidió un café y el listín telefónico. Después de ojearlo durante un rato eligió otro detective y marcó con su móvil el número. Una voz de hombre le citó para dentro de una hora.
Puntualmente se encontró delante de la puerta. Se podía leer en el cartel: Detective Martínez. Tocó el timbre pensando: que no sea negro, que no sea negro por favor. Abrió la puerta un hombre blanco con un porte muy elegante. Elías al verlo respiró tranquilo. El hombre le acompañó a una salita y le invitó a esperar un momento. Al poco el hombre le acompañó a la entrada del despacho del detective Martínez.
- ¡Ohh noo! ¡Otra vez noooo!
- ¿Qué le pasa? ¿Se encuentra bien? Tome asiento por favor señor.
- Va a ser que no. Me voy.
- ¿Qué se esperaba, que fuese un hombre? ¿Acaso es usted un machista?
- No es que sea machista, señora detective, es que necesito un hombre, quizás usted no lo entienda pero…
- Lo entiendo perfectamente –Llamó por el interfono a su secretario- Ricardo venga a acompañar a éste HOMBRE a la salida por favor.
- Bien, bien me voy, que tengan ustedes un buen día.
- No se preocupe HOMBRE, que usted me lo acaba de arreglar.
Elías se vio de nuevo en la calle y sin tener ningún detective que le pudiese ayudar en su problema. Se dirigió de nuevo a otro bar. Ahora su cabeza no sólo estaba llena de hombres negros, también se le habían sumado mujeres blancas elegantemente vestidas, pero lo peor de todo no era eso, lo peor de todo es que se estaban riendo de él a carcajada limpia. Entró en el bar más próximo y de nuevo pidió un café y el listín telefónico. Pensó para si mismo, si esta vez no me sale un detective en condiciones, desisto.
Al rato estaba delante de la puerta de entrada del detective Rama. Le llamó la atención el nombre. Se dijo para si, si el nombre es raro, el detective tiene que ser normal, no tiene que ser ni negro ni mujer, sólo pido un detective normal. Llamó a la puerta y cerró los ojos. Al abrirlos vio delante de él a un hombre rubio y muy bien vestido. Sígame le dijo y al seguirlo se dio cuenta de lo amanerado de su andar. Pensó, de perdidos al río, a este le expongo yo el caso y que sea lo que Dios quiera. Quizás ya me va bien que sea homosexual, al menos ni es mujer, ni negro.
Le expuso el caso y determinaron seguir a la mujer durante todo un mes. Acordaron que durante ese periodo de tiempo no quería saber nada del asunto hasta el día en que quedaran para exponerle el resultado definitivo del seguimiento del caso.
Paso todo el mes. Había llegado el tan esperado día por Elías. Al final podría saber si su mujer le engañaba con hombres de color.
Ese día Elías había dormido muy poco y estaba muy nervioso.
- Señor Montor…
- Llámeme Elías por favor señor Rama.
- Señor Elías, le puedo decir que tiene una mujer fabulosa. Aunque hubiese querido, no hubiese podido hacer ninguna fotografía ni de lejos comprometida. Las veces que sale de su casa, es para llevar o recoger a los niños del colegio, o para ir a comprar comida o enseres para la casa. Tampoco la ha visitado nadie que pueda levantar ninguna sospecha. Le puedo decir que de tanto en tanto le viene a ver su amiga, una tal Natalia, pero lo más que hacen es conversar tomándose algo. Yo de usted estaría tranquilo. Su mujer quiere mucho a sus hijos y se nota que a usted también le quiere. No sabe la suerte que tiene. Podría yo explicarle una de casos y cosas que…
- No se moleste señor Rama, dígame lo que le debo y muchas gracias por sus servicios.
- El gusto ha sido mío, y aunque vaya en mi contra, me alegra saber que hay matrimonios que funcionan bien aunque les falte dialogar sobre según qué temas.
- Ha sido muy amable señor Rama. Buenas tardes.
- Buenas tardes señor Elías. Y sepa que me tiene para lo que guste y precise.
Elías se dirigió directamente hacía su casa aún dándole vueltas al tema sin resolver.
Al entrar, y después de saludar desde lejos, pues en principio no vio a nadie, se fue directamente a la cocina pensando encontrar allí a su familia. Fue entonces cuando descubrió sobre la mesa dos vasos con su interior consumido. Los dos tenían restos de carmín. Acerco uno de ellos a su nariz y olfateó a la vez que Remedios entraba en la cocina con uno de sus hijos en brazos. Elías acertó lo que habían contenido los dos vasos. Remedios se percató de ello.
- ¡Vaya! ya te has dado cuenta. Ha estado aquí Natalia y hemos bebido un poco. Qué le voy a hacer si soy mujer de negros, aunque a ti te gusten blancos.
- ¿Qué acabas de decir?
- Nada, que me gusta el vino negro aunque siempre que bebemos lo bebamos blanco. Tengo una botella escondida en el estudio y desde hace algún tiempo, cada vez que viene Natalia, bebemos un "culin" de negro.
- No sabes el peso que me acabas de quitar de encima-dijo Elías mientras iba recobrando a pasos agigantados el color de su cara y riéndose de si mismo. Le abandonaron de golpe los cuerpos bien formados de los negros que desde hacía días viajaban en su cabeza, atormentándole.
- QUÉ pasa ¿No me digas, que después de tantos años, tú también eres hombre de negros?
- Reme, creo que tenemos que hablar más a menudo.
- Lo que tú digas mi amor.
- ¿Cómo está mi pequeña princesita? Deja que la coja un poco. ¿Dónde está nuestro pequeño campeón?
- Está desordenando su cuarto. Acabo de recogerlo y ya está como antes.
- Campeón ¿Dónde estas? Campeón, que ya ha llegado tu papi- Dijo mientras corría por el pasillo aún con su hija en brazos.
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Quier o dar las gracias por el pulido del texto a:
CLARALUZ
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