Me contaron una vez, no me preguntéis quien, porque no lo recuerdo, una historia de un relojero que despertó en mí, más de una pregunta que espero os planteéis vosotros y vosotras cuando ahora la relate:
Era un señor anciano, un tanto delgado, pero saludable para su edad, que trabajaba día y noche confeccionando relojes. De entre sus ya expertas manos salieron las más exquisitas obras que llegaron a presidir comedores de los más importantes palacios del reino. Este relojero, trabajaba innumerables horas con la mayor tranquilidad del mundo, evitando ansiarse por la falta de tiempo en todo momento. No importaba si para terminar un trabajo tenía que estar uno o dos meses, y los clientes, que ya conocían su método calmado y sin prisas, lo aceptaban, pues era el mejor relojero del reino y todo se le perdonaba.
Un buen día, el mismo rey en persona, acompañado de la guardia real, se le presentó en la relojería, un desordenado y caótico espacio que según contaban, constaba de más de mil artefactos que sonaban, casi mágicamente, al unísono. Pidió el monarca que en un mes, nuestro querido relojero, debía fabricar el más asombroso reloj, pues tenía una importante reunión con un emperador oriental, y quería asombrarle con una de sus obras. Era sabida la falta de humanidad del rey y añadió exigente que si no cumplía el plazo previsto, sería el fin del anciano. Éste, turbado por las dimensiones de la demanda, se puso a trabajar sin perder su preciado tiempo, algo por lo que no se había preocupado nunca. Trabajó día y noche sin descanso, y vio que no iba a poder cumplir la petición del monarca. Así pues, a la vista de que ya había vivido suficiente, se negó a renunciar a la libertad que había dado sentido a su vida, y cuando volvió el rey a la relojería, al anciano, tranquilo y sonriente, le dijo:
- Jamás nadie conseguirá enjaularme tras los barrotes del tiempo.
"las criticas mas duras son el mejor calzado pra seguir caminando"
|