Sueño tanto con ese día
Se fue, cerró la puerta. Pero sueño con el día en que se levantará muy temprano, saldrá de puntillas de la habitación para no despertar a su esposo, bajará las escaleras esquivando las maderas delatoras, se duchará en el baño del primer piso, se pondrá la blusa azul de las reconciliaciones, se preparará aquel café sin azúcar y dos tostadas que disfrutará de pie, los nervios y la ansiedad la ponen así. En menos de diez minutos lavará todo, tan ordenada como siempre, y saldrá de la cocina. Junto a la puerta principal, habrá esperado toda la noche ese bolso negro que le obsequié en su cumpleaños y que ahora guardará sus ropas y esperanzas. Escribirá una breve nota de despedida que dejará junto al teléfono y huirá de allí, correrá hacia su automóvil y arrancará muy rápido, tomará el atajo que siempre elegíamos para ir a casa, no le gustan los embotellamientos ni las bocinas impacientes. Pasará al supermercado para comprar aquel delicioso vino que solíamos acompañar con sofás y noches. Volverá al automóvil, sigue la ruta habitual, se va acercando, faltan tan sólo un par de cuadras. Se detiene frente a la casa, que fue suya alguna vez, baja del coche, camina despacio, tropieza, se arregla el cabello, respira hondo, He vuelto, piensa la mujer, y toca el timbre. Segundos de silencio le laten fuerte en el corazón, vuelve a llamar, pero no hay respuesta. Echa un vistazo por la ventana, intentando vislumbrar algo por el hueco que no cubre la cortina. Nada. Rendida, cierra los ojos, da media vuelta y regresa a su automóvil, cargando ropas, lágrimas y un vino en un bolso negro. Él, desdichado dentro de casa, no escuchó el timbre, es que sueña tanto con ese día, tanto.
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