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LA PLAYA DE DIOS

Por fin, ya instalado y lejos de “la jungla”, decidí, después de almorzar tranquilo, en compañía tan solo de un buen vino y de mi alma, salir a caminar por la playa y sin metas. Dejé que mi mente se relajara y volara tan libre y lejos como pudiera, deseando que mi cuerpo la imite. Así recuperé hermosas sensaciones lúdicas y soñadas ya casi olvidadas por la vorágine diaria y las ambiciones humanas.
El paisaje colmaba mis sentidos. La pasividad del entorno y el colorido que transmitían el inmenso mar y las apacibles olas que acariciaban la playa, el incipiente y templado calor de la arena bajo mis pies descalzos, sumado a una suave, cálida y aromática brisa marina, se asociaban, para alejarme, aunque sea unos instantes, de todos mis compromisos sociales y laborales. Me permití disfrutar de sensaciones tan simples como profundas.
Ya en las proximidades de la segunda década del siglo XXI, tan controvertido como impensado y peligroso, desde todo punto de vista, mirando hacia el horizonte como queriendo vislumbrar soluciones y encontrar mágicas recetas, sin dejar de caminar espaciosa y serenamente, comenzaron a deambular por mi mente un sin fin de ¿porqué…?, y en pos de ellos caminé y caminé. Me detuve en una zona de altos médanos, dorados por el reflejo del sol, que me transportaron a una fantástica “isla” de paz, rodeada de la más absoluta tranquilidad.
Me senté en la parte más alta de un gigantesco médano, fascinado por la conjunción que regalaban, el sol, el mar y la arena, sin dejar de sentir ese agradable calor de las tardecitas de nuestra costa bonaerense que preanunciaban, claramente, la llegada de la primavera. Disfruté del placer adormecedor que impone el descanso de una caminata no acostumbrada y el momento que sigue a todo opíparo almuerzo.
Es así como al poco tiempo y después de haber fumado un cigarrillo con mis ojos clavados entre el cielo y el mar, alcancé a percibir, a la derecha y detrás de mí, una figura aparentemente de mujer que venía, tal vez, como caminando por caminar, o buscando, en su soledad, vaya a saber qué.
Cuando paso cerca de mí, casi a una docena de metros, la distinguí nítidamente, era una hermosa mujer que llevaba dibujado en su rostro tanta paz como felicidad, cosa que provocó en mí un indescriptible y misterioso encandilamiento solo por verla caminar, como decidida a pasar a mi lado, hundiéndose en la arena seca de los médanos tan vivos como mi sangre.
Su andar silencioso, su cabello al viento, su color de piel, toda su figura impactó en mí, mágicamente, impulsándome hacia ella, tímido pero convencidamente que debía hacerlo, sin invadir su espacio, ni su momento.
Y fue al llegar casi a su lado cuando sumado al flechazo visual que provocó en mí, me fulminó con un: “¡Hola Martín!”, cosa que despertó, aún más, mi intrigante curiosidad preguntándome a mí mismo “¿Cómo sabía mi nombre?, ¿Quién era es misteriosa y bonita mujer?, ¿Qué hacía ella ahí?”.
Al notar ella mi sorpresa y mirándome profunda y casi angelicalmente a los ojos, me dijo:
- ¡ Qué suerte que podemos vernos al fin !, ¿No?.
- ¿ Cómo ? - le respondí y a la vez cuestioné.
- Al fin nos encontramos cara a cara y podemos reconocernos, solos vos y yo – me reafirmó ella.
- ¿A que te referís?, no entiendo nada – le dije.
- Ya vas a entender – sentenció, - todo llega y hoy te tocó a vos – y lanzó – “El maestro no aparece hasta que el alumno no está preparado”, ¿Te suena familiar, no?.
- El dicho sí, tu imagen y presencia ¡ para nada ¡, respondí.
Y fue entonces cuando fue “derecho al punto” preguntándome:
- ¿Querés que empecemos?.
- No se de que se trata pero sí empecemos - respondí.
Y comenzó con un relato sobre mi vida personal que enfatizaba que hacía ya una veintena de años había tomado una determinación puntual y muy conveniente, desde el punto de vista económico, para mí, aduciendo más de una vez que la frase citada anteriormente, muy jactanciosamente la repetía ante mis colegas diciendo “y bueno ché, El Maestro no aparece hasta que …”, como reafirmando y avalando que los ventajosos negocios se presentan tan solo a las personas puntuales como yo y en el momento merecidamente adecuado, reiterándome al final
– ¿ te acordás ?-
A lo que respondí, queriendo preservar mi dignidad e integridad moral:
– para esa época yo era funcionario del gobierno, pero no se exactamente a que te referís, vivía tomando decisiones de importancia –
Y con el afán de opacar un poco su relato, le pregunté y dije:
– Y vos, ¿Quién sos, cómo te llamás?, porque, por lo visto, sabes bastante de mi y yo nada de vos –
- Solo puedo decirte, por ahora, que me llamo Antonnela – me respondió.
Y continuando con “la película” de mi vida me dijo:
- Me refiero a los negocios que concretaste con tus pares de otro gobierno que siendo afines a tus ideales, negociaron “muy ventajosamente” sobre residuos tóxicos, ¿te acordás?. Bueno, con ese “rentable” acuerdo condenaste a muchas familias, incluso a la tuya. Y lo peor del caso es que eras consciente de lo que hacías –
A lo que respondí inmediatamente como queriendo salvaguardar mi posición:
– solo cerré un acuerdo que si no lo concretaba yo, se lo llevaba otro –
Aproveche, entonces, otra vez a preguntarle:
- ¿ Y vos como sabes esos detalles tan íntimos, alguien te contó ? –
- A mi nadie me contó nada, solo lo se – me respondió.
Y así aturdido por sentirme descubierto, en mis miserias, por alguien que apenas sabía como se llamaba y que provocaba en mi todo lo que me estaba sucediendo, solo vomité:
- ¡¿ Y qué ?!, ¿Vos nunca te equivocaste? –
Y continuó diciendo:
– Es muy bueno que reconozcas tu equivocación, ¿sabes?. Y en cuanto a mí, sí claro que me equivoqué y muchas veces, y también aprendí y supe retractarme de mis equivocaciones; pero la tuya, ¡ Mi querido Martín !, tu puntual, oportuna y “ventajosa” equivocación me privó, por ejemplo, de conocer a mi abuelo. Como así también de no haber podido sobrellevar una vida más sana e independiente ya que estuve muchos años postrada –
Entonces la interrumpí diciéndole:
– Ahora entiendo menos que antes –
Y continuando con su alocución me dijo, pidiéndome que me serene y abra mi mente para favorecer el entendimiento:
- Aunque te parezca irreal, soy un familiar tuyo al que lamentablemente no llegaste a conocer. Cabe aclararte que mi postración me fue transmitida por mi madre que sin saberlo era portadora de una enfermedad incurable que acabo primero con ella y después conmigo. Y todo gracias a los efectos invisibles, secundarios pero implacables de desechos radiactivos, ¿Te suena familiar? –
Y fue entonces cuando sin poder controlarlo y sin ninguna otra horrible sensación, sintiéndome recorrido por una helado río interior que aceleradamente corría por cada una de mis arterias, me sentí desplomar cayéndome sobre la arena.
- Tiempo después, no supe cuanto, comencé a sentir que me iba recuperando, y volviendo en mí, muy lentamente, fui tomando conciencia de donde me encontraba, y fue entonces que busqué, como referencia inmediata, la mirada de esa mujer con la que estuve hablando pero ya no estaba y la recordaba muy
vagamente como un sueño viejo y lejano, sin terminar de entender porque no estaba a mi lado y cuanto tiempo estuve inconsciente.
El silencio y la paz desbordaban mi cuerpo y en el interior de mi ser empezaba a repiquetearme “¿Qué había sido lo que viví: un aviso, un sueño, estuve muerto o qué?.
Me incorporé y empecé a pegar la vuelta, ya estaba bajando el sol y mientras desandaba mi camino no dejaba de preguntarme que había pasado.
Así, tan desconcertado como asombrado, al pasar por la conserjería de la hostería donde me alojaba, me entregaron la llave de mi habitación con un mensaje que decía: “solo quiero escucharte y saber como estás. En cuanto puedas llamame, tengo que contarte algo importante. Besos, Fabiana”.
Y así, antes que nada llamé a mi hija, y después de los comentarios comunes que uno suele contar y le preguntan cuando se viaja, me dio por fin “la gran noticia”:
- Vas a ser abuelo –
Noticia que me desbordó de alegría y que tras felicitarla con lágrimas que recorrían mis mejillas, y con la voz quebrada, le pregunté inmediatamente y sin pensar:
- ¿Y cómo se va a llamar? –
- ¡ Antonnela !, ¿te gusta? - me respondió y preguntó.
Enmudecido y sin saber que decir sólo me despedí de ella felicitándola nuevamente, mandando besos para todos y especialmente para Antonnela que ya latía en su interior.
Y fue entonces cuando reflexionando en silencio y muy profundamente, me cuestioné:
¿Porqué no habrá aparecido antes “mi Antonnela”?, ¿Será por aquello que “el maestro no aparece hasta que el alumno no está preparado...”?

DeVa
Mayo / 07

Texto agregado el 15-05-2007, y leído por 63 visitantes. (0 votos)


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