La intromisión de la abeja. (Prosa)
Era de noche, el hombre había llegado de un arduo día de trabajo, vivía solo en su cómodo departamento. Se alistaba para dormir se quitó la corbata, la camisa, los pantalones y se puso su ropa de dormir y sin mas espera se entrego al sueño. Soñaba, soñaba que tocaba el piano delante de un gran público y que todos lo aplaudían, su música era grandiosa cuando de pronto se vio interrumpida por un molesto ruido.
El hombre se despertó bruscamente y el ruido volvió, venía de afuera, salió de su habitación y de repente sintió como el zumbido de una abeja pasó volando muy cerca de su oído izquierdo. El hombre recibió un gran susto al ver al animalejo dentro de su habitación revoloteando por todo el lugar sin descanso.
No pasó mucho para que el hombre se ofuscara de no poder dormir, primero por que ese ruido era un estorbo para su sueño y segundo que era peligroso tener una abeja en el dormitorio. Pensó y pensó en una forma de deshacerse del animal, y recordó que en una esquina había una telaraña de esa arañas atrapamoscas, con la funda de la almohada trató de guiar al indeseado visitante a la trampa, sin embargo cuando estaba a punto de llegar volaba en línea recta hacia el techo y escapaba, una y otra vez lo intentó con los mismos resultados. Harto el hombre aplastó la telaraña y sacó el matamoscas, pero la abeja esquivaba cada golpe del hombre sin problemas, una y otra vez el hombre trataba y la intrusa lo esquivaba, pasaron horas y el hombre no lograba su cometido.
Hasta que al fin se escuchó un ¡paf! Y se acabaron los zumbidos, el hombre levantó el matamoscas para ver un pequeño grumo naranja en el. Cansado se disponía a dormir cuando sonó la alarma del despertador y otro día de trabajo había comenzado, entre alegría y tristeza se debatía el hombre, feliz de matar a la abeja triste de no haber podido dormir, se vistió y cuando iba a marcharse lo vio.
Allí en el manubrio de la puerta estaba parada y despreocupada, la abeja. Al hombre le pareció como si el insecto se estuviese burlando de él, desesperado a ahuyentó con el maletín salió corriendo rumbo a la puerta tirando sus cosa, riendo, gritando y perdiendo la razón. Mientras la abeja se posaba en la mesa, despreocupada, tranquila, serena y si loa vieses mejor también verías que se burlaba del hombre.
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