DISCORDIA

MATÍAS RAÑA



- Tenes que entenderme Negro, todo se termina esta noche. No sé como lo voy a lograr, ni que va a pasar después, pero esta noche se acaba acá. – Dijo Rulo, mientras lustraba la hoja de su espada.

Tenía en sus espaldas una mochila llena de oro, el botín de la última aventura que habían vivido, que los había llevado por el Amazonas. Ahora los perseguían un grupo de diez fantasmas enanos caníbales que los siguieron hasta la triple frontera de Brasil, Paraguay y Argentina. Estaban en un hotel de mala muerte, y ya iban dos noches de “tranquilidad”.

- Es una locura. Hace dos noches que no podemos pegar un ojo. Las pesadillas nos están consumiendo. Este es una brujería de los enanos esos. Nos debilitaron para poder atacarnos. No podes pelear así, Negro, te van a matar.

- “No podés pelear así, Negro, te van a matar.” – repitió Jameson, mientras revoleaba el libreto en la mesa, en frente de los atónitos ojos de Teodoro, su autor. - ¿De verdad crees que alguien puede decir estos diálogos, pibe? Ni el peor actor de novelitas baratas puede pronunciar una línea de esto. ¿Copiaste todos los estereotipos de las película de aventuras yanquis? Es malísimo. Los personajes son de cartón, ese Rulo es una copia absurda de Indiana Jones, y el otro es un patético miedoso. Es todo muy trillado, pibe. Esto no se puede filmar.

- Pero se pueden arreglar algunas cosas, para mejorar la trama.

- Nene, me sale mas barato contratar dos guionistas decentes antes que esperar que vos saques algo digno de esa cabeza que tenes. Haceme el favor de irte, y no me traigas nada mas, por favor. Gracias.

Teodoro estaba sorprendido. Había depositado toda su fe en ese escrito, lo visualizaba como su salto a la fama. No podía concebir ser rechazado, y no lo iba a hacer. Sacó de su mochila una pistola pequeña, de poco calibre, pero suficiente como para asesinar a una persona. Apunto a Jameson lo mejor que pudo. El pulso le temblaba, producto de la adrenalina. Quería asesinar a ese tipo, que le había arruinado sus expectativas, que lo había humillado.

- Creo que lo tendría que reconsiderar, señor. – Dijo Teodoro, entre risas histéricas.
- Para pibe, no precipites las cosas. – Contesto, con una calma no esperada. - ¿De verdad crees que apuntándome con ese juguetito podes sacarme algo? Insisto con los estereotipós yanquis. Sos una copia fiel.
- ¡Cayese! Me va a escuchar... ¡Y a producir mi película!
- No, no te voy a producir nada. Si queres dispararme, tenes que saber que de acá no solo te vas sin película sino que te esta esperando unos cuantos años de cárcel. No seas idiota, no te voy a denunciar por esto. Te podría sacar mucho por esto que estas haciendo, pero supongo que si no te puedo sacar una idea, menos te voy a sacar plata.
- ¡Deje de humillarme! ¡Deje de humillarme!
- Bueno, esta bien. Ándate de acá y hago como que no paso nada. Todos ganamos, OK? – Teodoro parecía haber recapacitado, se estaba alejando. Pero cuando llego a la puerta, giro y disparó tres veces.
- Vio, no siempre se gana.

El señor Andrés Juilanni, editor de libros, examinó una vez más el manuscrito, como intentando encontrar algo bueno, rescatable.

- No, tenes dos fallas potenciales. El primero es tu escrito, es pésimo. No tiene coherencia, esta mal redactado y los personajes son predecibles. – El escritor novel escuchaba sin darle crédito a sus oídos. Acariciaba en su bolsillo, como su personaje, una pequeña pistola que estaba dispuesto a usar. - Y segundo es tu seudónimo, es incluso peor que lo que escribís. ¿Matt Rain?