Te encontré un día adormecido tocando las puertas de mi cráneo,
mi fuerza de voluntad no existía asique decidí coinciderar la oferta.
Me abrí a tí esperando que tus brazos me consuelen, y fue así, pero por un ratito.
Después me empezaste a confundir; ya no tenías sentido del humor, sino que tu seriedad se veía hasta en mi reflejo.
Entonces me empezé a asustar porque ya no parecías quererme, y quise hecharte de cualquier conexión en mi, pero te rehusaste y te saciaste con mi pena y con mi mente.
Mucho tiempo viví luchando contra vos para volver a ser yo,
Pero cuando me dejaba llevar crecías, hasta que llegó el punto que desistí porque ya tu poder era el que reinaba y mi fuerza estaba contigo.
De mí solo quedaba un trozo diminuto y débil.
Perdí el significado de las palabras,
Tuve miedo al verme al espejo,
Sentí dolor cuando te llenabas de mi inocencia,
Irradié pavor cuando dejaste a mi mente convertirse en cenizas.
Pero a lo que más le temía era a que no me abandones, a tener que compartir mi cuerpo con tigo vida entera, a que me hagas desaparecer por completo. Y ahí entré en pánico y sentí tus risas como lóbregas y mis ojos estallaron en llantos así como estalla una bomba, así estaba yo, destruyendo cosas, matando vida, peliando poder, igual que una bomba en una guerra, solo que mi propia bomba me mataría a mi.
Me convertí en un monstruo con el frenesí de eliminarte porque era más grande mi odio hacia tí que mi amor propio.
Entonces decidí que era mejor desaparecer ambos del mundo a que termines de comer mi cordura y seas vos la que viva y yo desaparezca.
Y así lo hice, convencida de mi idea, por primera vez firme y segura de que lo que hacía era lo correcto. Sin miedo, sin dolor, con mis sentimientos entreberados, riéndome con macabredad y llorando de alegría tome mi cuchilla preferida. La más afilada, la más gruesa, la que me encantaba imaginar en mis historias de muertes y así de felíz la atrabecé por mi cien hacia el cerebro liberandome sanguinariamente de la peor pesadilla que quizás no existía. |