(Texto extraído de sección crítica)
Aquel joven había abandonado su hogar y desde entonces se dedicaba a vagar por las calles y parques de su ciudad. Les decía a sus amigos que buscaba su destino, su razón de vivir, fue por aquel motivo que ellos le recomendaron que visitara al maestro.
Y acordada la cita, el joven fue llevado hasta la casa del maestro. Era un lugar extraño, una casa enorme adornada al estilo oriental, quizá a la usanza mística de la India. En la sala principal se podía sentir el aroma fragante de las esencias que manaban en forma de pequeñas nubes sinuosas. Una gran paz se apoderó del joven al entrar en aquel lugar y de pronto, el maestro se presentó ante él, era un hombre de largos cabellos ceñidos por un cintillo de colores y vestido con una larga túnica estampada con motivos florales.
- Paz hermano – dijo el maestro con voz ceremoniosa – sé lo que busca tu espíritu.
- Paz maestro, vengo en busca de mi destino.
El maestro asintió bajando la cabeza e inmediatamente acudió a una pipa desde donde aspiro largas bocanadas de un humo aromático y según él, propiedades místicas. Luego de aquello, el maestro se sintió más iluminado que nunca y habló:
- He aquí tu destino hermano, venid conmigo.
Y llevó al joven a un lugar contiguo donde se hallaba una pequeña y bellísima jaula de metales tan bien pulidos, oro o plata, que destellaban al roce de la luz. El maestro abrió la jaula desde donde, con gran ceremonia, extrajo un collar de bayas rojas. Lo tomó entre sus manos y dejando alrededor del cuello del joven, pronunció solemnes palabras:
- Hermano, he aquí que has obtenido la libertad que tanto ansiabas.
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- Por fin maestro, no sabe cuanta paz ha traído a mi vida, esto ha sido genial. Solo tengo palabras de gratitud para usted.
- Id en paz hermano y halla quietud en los senderos de los parques y en la belleza plácida de las flores.
Y desde entonces, las horas y momentos de aquel joven fueron dichosas y luminosas en plenitud. La búsqueda había terminado.
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