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Inicio / Cuenteros Locales / La_Columna / La Matra. Historias de nuestra gente.- Escribe Sara Eliana invitada a la columna de los lunes

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Historias de nuestra gente


LA MATRA


Fue sólo tocar la “matra” y sentir el sacudón. El tiempo y el entorno se borraron. Un temblor sacudió su cuerpo y tuvo que contener el llanto.

El grupo había llegado al Restaurante del Museo atraído por el aura de historia y misterio que se escondía tras su nombre sugerente. Al primer golpe de vista, desde la vereda, se podía apreciar la elegancia y la calidez del lugar. Sobre las mesas, la luz de las velas dibujaba extrañas figuras en las copas de fina cristalería y en la vajilla impecable. Todo estaba envuelto en una semipenumbra.

En el interior, las paredes y el techo, en cálidos y armoniosos colores combinaban elegantemente con los cortinados y la mantelería. Sin embargo, carcomidas baldosas en damero eran mudos testigos del paso inexorable de los años, marcando un mágico contraste e instalando una inquietante sensación de atemporalidad. El decorado era sobrio. Los mozos y mozas, vestidos con camisa o blusa blanca y largo delantal en blanco y negro, esperaban a los comensales en la puerta. Los recibían con simpatía y cordialidad. Llamaba la atención la belleza y prestancia de las dos mujeres y los dos hombres. Todo el ambiente transmitía elegancia y fina sencillez.

Se ubicaron en el salón de paredes verde oliva y techo naranja. Una mesa redonda brindó su hospitalidad a los seis colegas. La moza retiró los abrigos, carpetas y demás accesorios de los viajeros. Se sentaron, disfrutando de antemano el placer de una cena en buena compañía, en un lugar acogedor. Agradables aromas cruzaban de un cuarto a otro... crepitar de velas... cebo que se escurre lentamente... aroma a roble de antiguos muebles...cera que fluye... tiempo que se escapa...

- Mientras se sirve la comida, ¿quieren pasar a ver el museo?
- ¿Se puede?
- ¡Claro! ¡Por supuesto! El señor los va a acompañar.


Llegó el dueño del lugar. Tres se levantaron y lo siguieron al salón contiguo: el museo. Era un almacén tradicional de ramos generales detenido en el tiempo. El viejo mostrador, las vitrinas, las altas estanterías que vestían las paredes sostenían un sinnúmero de las más variadas mercancías: arneses, sombreros, zapatos, medias, frascos, libros, radios a válvulas, calentadores, una vieja máquina de escribir, faroles, los almanaques de Molina Campos... Polvorientos testimonios de tiempos que no terminaban de irse...

- ¿Y ésto?
- Ésta es una colección de matras mapuche.
- ¡Qué hermosas!
- Éstos tejidos ya no se hacen...
- ¡Qué belleza!


Ella miraba con asombro y una creciente e inexplicable angustia todas las piezas exhibidas. Algunas, prolijamente dobladas en las estanterías, exponiendo los enigmáticos dibujos del mensaje y sus brillantes colores. Los ponchos, como si estuvieran sobre sus dueños. Rojo y blanco. Blanco y Negro. Rojo liso.

Se desplazaba junto al mostrador con la mirada clavada en los tejidos, sin saber adónde fijar la vista. El dueño contaba la historia de las piezas de colección y las dificultades de mantenerlas a través del tiempo. Ella apenas lo escuchaba.

- Mire ésta.- Los dibujos le hablaban. Rojo oscuro y negro. Cubriría una cama grande, seguramente.
- ¡Qué hermosura!


Y el dueño tendió un tejido en verde y blanco, de considerable tamaño, sobre el mostrador.

- Mire. ¡Toque ésta!

Tomó la tela con ambas manos. Firme. Blanda. Suave. Cálida. Era increíblemente delicado el contacto con ese grueso tejido. Una profunda emoción le humedeció los ojos. Sin querer pasó las manos, acariciando la tela. El vellón... el olor de la lana cruda y sucia... el agua del lavado... el hilado... el fuego en el teñido... miraba como hipnotizada, sin ver. Las hebras bicolores se combinaban con belleza y precisión indescriptible. Una obra de arte inmortal, inigualable. Su alma llegó a la tejedora, laboriosa y sacrificada mujer que pasaba infinitas horas junto al telar, enredando el grito de su pueblo entre los hilos. Sus niños. Su hombre. Su humilde ruca. Su lengua y su cultura. Y el viento le sacudió el alma y el río le trajo el canto de las voces antiguas... Voces ancestrales llegaban hasta ella por el maravilloso contacto con la “matra”. Las lágrimas amenazaban escaparse y un nudo le endurecía la garganta.

El tiempo y el entorno se borraron, y sólo fue la lana, el telar, y ella sentada... debía plasmar el mensaje. La voz de su pueblo surgiría entre los hilos por toda la eternidad.



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MATRA: Manta tejida artesanalmente, con la que se cubre una cama.
MAPUCHE: Pueblo originario que habita en la región central de la República Argentina y en igual latitud en el territorio chileno.


Sara E. Riquerme : Sara_eliana

Neuquén, 14 de mayo de 2007


Texto agregado el 14-05-2007, y leído por 393 visitantes. (11 votos)


Lectores Opinan
16-05-2007 Sara amiga, por segunda o tercera vez leo tu matram cada vez le encentro significados diferentes, diferentes en la unidad de su implicancia, oy, me siento frente a la ventana de la ruca, el sitio huele a arvejas secas con tocino, en el muro, ella, sentada frente a su telar tejiendo una manta de gris color.***** curiche
15-05-2007 La matra es cultura; la matra encierra el espíritu de un pueblo degradado por la invasión de otra cultura depredadora: la occidental. La matra es historia olvidada porque nadie o casi nadie se esfuerza en recuperarla. Tu relato nos devuelve al cauce de la conciencia, nos abre los ojos y clama: Despertad! Hay que salvar las culturas milenarias!Ese es el mensaje que me traspasas con tu relato; y yo lo recojo y lo hago extensible a todas aquellas culturas que la Santa cristiandad devoró en nombre de un Dios único, superior, y perfecto. Un saludo! Sea como sea No permitiremos que civilizaciones tan nobles, caigan en el olvido. josef
15-05-2007 Ya la había leído. Y qué decir más. Ya lo has dicho todo. Me emocionó mucho,me recordó la magdalena de Proust. mis5* salambo
14-05-2007 **************, y agradecida de que lo hayas informado, como chilena que soy te aplaudo lapluma_impresa
14-05-2007 ...estos tejidos ya no se hacen... Pertenecen a otro tiempo, a la cultura de nuestra gente mapuche. Esos tejidos se van adentrando y construyendo la historia no siempre contada, no siempre cuidada. Aun así, el mensaje de ese pueblo perdurará entre esos hilos que fueron hilvanando historias. Shou
14-05-2007 El pueblo mapuche "gente de la tierra", el que nunca se doblegó ante el conquistador español, el que luchó 300 años por su libertad y que aún hoy lucha por sus derechos, se ve reflejado en esas matras que he podido sentir entre mis manos gracias a tu magnífico relato. Mis estrellas, todas, para ti. borarje
14-05-2007 El escrito es elegante, se disfruta la frescura de la buena narración, como si el lector acompañara en el recorrido admirando los colores del tejido y el arduo trabajo de quien lo desepeñaba plazmando el mensaje del pueblo felicidades. ***** gfdsa_elisa
14-05-2007 "enredando el grito de su pueblo entre los hilos", frase que a mi parecer sintetiza el mensaje de este texto descrito con la sensibilidad y el buen hacer de quien sabe que es lo que teje entre sus manos. Y miro a mi alrededor en estos momentos y descubro que la mayor parte de las cosas que me acompañan: las moreras, la palmera, el velillo del aparador bordado por la abuela, el mantel de la mesa, las cortinas, la mecedora, el cañizo del porche, el sombraje de la parra,... son obras, dádivas de quienes me precedieron y que aún perduran entre nosotros gracias a su generosidad y compañía. ¿Totemismo? No lo sé, pero percibo en su representación su presencia amorosa. azulada
14-05-2007 Si, también lo había leído, tiene un hermoso mensaje. loretopaz
14-05-2007 Un texto excelente que recuerdo haberte leído, fue un placer volver a leerlo. Besos y estrellas. Magda gmmagdalena
 
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