"Predicador de tesis heresiarcas", dijo Lezama Lima de Fray Servando Teresa de Mier, y podemos hacer extensiva esa denominación a Andrés Bello (ambos, en la Europa romántica, buscando una comunión imprescindible, alcanzaron a reconocerse como americanos: paralela la trayectoria de Emerson). Porque también fue hereje y predicador este último: por oficio y por elección existencial. Verdad es, sin embargo, que el espiritualismo de Emerson se alza frente al pragmatismo ilustrado desde un fondo cultural en donde lo imaginario y lo real convivían desde siempre, en donde las aguas profundas del pensamiento hermético rebrotan aquí y allá, a cada paso. El imaginario hispanoamericano se fragua -por eso, lírica- en una visión plural de la naturaleza como ser otro, formas del mundo que se traducen en cuerpos de palabras, y en su laberinto (de las formas, de los significados); el imaginario norteamericano parte de la posesión de la naturaleza, de la comunión espiritual con ella, y se manifiesta como acción: una épica. El patriarca Whitman, admirado por Martí y por Darío; ese mismo impulso, asumido en la reflexión americana de Rodó. La 'realización', sin embargo, hubo de ser otra, porque otra fue la orientación drástica que adoptó la historia en cada una de esas regiones culturales del Nuevo Mundo.
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