APAREAMIENTO III (Familia)
Al maestro H.P.Lovecraft
A la par de las últimas gotas del orgasmo, se fue del cuerpo del hombre la vida. Ella se quedó un momento quieta, exhausta, disfrutando de las olas finales de placer. Luego, con un movimiento desdeñoso, empujó el cadáver hacia un lado. Parecía un muñeco desinflado, piel sin huesos que la sostuvieran.
Ella sabía que hacer. No tardó más de una hora en tomar el cuerpo, enrollarlo y enterrarlo en un pequeño agujero en el jardín. Desaparecería en algunos días, como si nunca hubiera existido.
Tras completar la tarea, bebió del zumo que mantenía siempre frío en el refrigerador y se fue a dormir.
En la madrugada sintió los dolores del parto. Era la única parte que no le gustaba del asunto, pero no podía ser de otra forma. Tras un grito angustiado, el bebé salió a la luz. Ya tenía toallas preparadas al efecto. Con un mordisco rápido y preciso cortó el cordón umbilical y envolvió al bebe en mantas. Lo acercó a su lado y cerró los ojos. Tendría unas cuantas horas para descansar, antes de comenzar con la crianza.
Hora tras hora vio crecer a su hijo. Con una rutina sabida de memoria, lo instruyó en su destino y lo alimentó para cumplirlo. Llegado el sexto día, ya era un hombre hecho y derecho.
Era esta la mejor etapa del proceso. Sabiendo que el conocimiento estaba plasmado en sus genes, fácilmente pudo guiarlo en el camino de las artes amatorias. Pronto sus caricias aprendieron a ser expertas y sus pausas enloquecedoras. Al llegar la noche, era un amante experto.
El séptimo día transcurrió entre caricias y orgasmos, entre besos y sudor. Al llegar la medianoche, vivieron la última cumbre del sexo y su hijo, tras un estremecimiento final, dejó de existir. Ella dejó que su aliento se calmase y apartó el cuerpo.
Se vistió y fue en busca de la pala.
|