TU COMUNIDAD DE CUENTOS EN INTERNET
Noticias Foro Mesa Azul

Inicio / Cuenteros Locales / Mriram / LA LITERATURA VENEZOLANA

[C:288786]

Historia de la Literatura Venezolana
Historia de la Literatura Venezolana
La Época Colonial
La primera referencia escrita que se posee con respecto a Venezuela es la relación del tercer viaje (1498) de Cristóbal Colón (c. 1451-1506), durante el cual descubrió Venezuela. En esa epístola (31 de agosto de 1498) se denomina a Venezuela como la "Tierra de gracia". Pero poco a poco aparecerán los escritores de literatura. Desde los días de la isla de Cubagua (1528) los encontramos. De ellos ha llegado el nombre y el poema de Jorge de Herrera y las vastísimas Elegías (1589) de Juan de Castellanos.
Durante los tres siglos coloniales la actividad literaria será constante, pero los textos que se conservan en la actualidad son escasos, debido a la tardía instalación de la imprenta en este país (1808), lo cual impidió a muchos escritores editar sus libros. Pese a ello, de 1723 es la Historia de José de Oviedo y Baños, la mayor obra literaria del barroco venezolano; de las últimas décadas del siglo XVIII procede el Diario (1771-1792) de Francisco de Miranda, la mayor obra en prosa del periodo colonial.
De fines del mismo siglo es la obra poética de la primera mujer escritora del país de la que se tiene noticia: sor María de los Ángeles (1765-1818?), toda ella cruzada por un intenso sentimiento místico inspirado en santa Teresa de Jesús. Pese a que se puede nombrar a varios escritores de este periodo, los rasgos más notables de la cultura colonial hay que buscarlos más que en la literatura en las humanidades, en especial en el campo de la filosofía y de la oratoria sagrada y profana, en las intervenciones académicas y en el intento llevado a cabo por fray Juan Antonio Navarrete (1749-1814) en su Teatro enciclopédico.
Los primeros escritores venezolanos de la literatura colonial fueron los cronistas de Indias, entre ellos Juan de Castellanos, fray Pedro de Aguado y fray Pedro Simón. Podemos también mencionar a José Oviedo y Baños, quien residió en Caracas desde los 14 años de edad, como el primer escritor criollo. Oviedo y Baños con un estilo clásico y realista contaron la conquista y población de la Provincia de Venezuela.
Durante la revolución de la Independencia, Simón Bolívar también usó su pluma para defender y divulgar los principios republicanos, y a veces para expresar sus emociones y vivencias personales. Las creaciones literarias que marcarán pauta pertenecerán a los géneros de la prosa y la poesía de sabor neoclásico de Andrés Bello. A su lado, destaca la escritura genial de ruptura y parodia de Simón Rodríguez.
Neoclasicismo y Romanticismo
En los inicios de la era republicana figuran cuatro grandes nombres de las letras venezolanas: Andrés Bello, Fermín Toro, Rafael María Baralt y Juan Vicente González. El más destacado poeta, de clara autenticidad romántica, se llama Juan Antonio Pérez Bonalde.
Entre los costumbristas venezolanos están Daniel Mendoza, Francisco de Sales Pérez, Nicanor Bolet Peraza, Francisco Tosta García, Rafael Bolívar Alvarez, Rafael Bolívar Coronado y Miguel Mármol. Dos escritores de carácter señalan la transición hacia nuevas posiciones intelectuales y creadoras: Cecilio Acosta y Arístides Rojas.
Positivismo, Modernismo y Literatura Venezolana
Fue después de 1880 cuando se perfiló en Venezuela un movimiento literario de más ambiciosa inspiración. En el género narrativo, el descubrimiento del naturalismo inspiró a Tomás Michelena una novela: Débora (1884) y a Manuel Vicente Romero García, su obra Peonía (1890), primera tentativa de novela criolla integral. Otros autores dentro de la tendencia serían Gonzalo Picón Febres (El sargento Felipe, 1899), y Miguel Eduardo Pardo (Todo un pueblo).

Manuel Díaz Rodríguez, prosista y narrador de refinado lenguaje, se destaca como la figura más importante que el modernismo produjo en Venezuela. Le suceden Luis Urbaneja Achepohl, Rufino Blanco Fombona, José Rafael Pocaterra, Teresa de la Parra y Rómulo Gallegos.
Con la obra portentosa de Rómulo Gallegos, donde se destaca la inmortal novela Doña Bárbara, culmina toda una etapa de la narrativa venezolana, aquella sometida a las influencias del nativismo, del costumbrismo, del realismo, del lirismo descriptivo que alcanza tonos épicos cuando contempla las luchas del hombre con la naturaleza.
Es importante mencionar a Arturo Uslar Pietri (Las lanzas Coloradas, 1931), quien se afirmó como la mayor promesa narrativa novelesca; a Enrique Bernardo Nuñez, a Julio Garmendia, a Antonio Arraiz, a Ramón Díaz Sánchez, a Guillermo Meneses, a Miguel Otero Silva. Del grupo "Contrapunto", entre 1946 y 1949, surgen narradores destacados (Andrés Mariño Palacio, Ramón González Paredes, Héctor Mujica y otros), dueños de una información literaria más actual que los anteriores, y cuyas creaciones pretenden liberar la narrativa de los resabios del costumbrismo, del criollismo, de la temática rural, del mensaje edificante, del modo de contar lineal. Más tarde, aparece Salvador Garmendia, quien desarrolla su temática hasta consecuencias de hiperrealismo anonadante, y aborda otros espacios, entre ellos el fantástico.
También se destaca la narrativa paródica y densa de Luis Britto García, pasando por la importante obra de José Balza, un experimentador incansable, y por la de Oswaldo Trejo, atrevidamente textual. Se impone citar a Humberto Rivas Mijares y a Gustavo Díaz Solis, a Pedro Berroeta, a Oscar Guaramato, a Antonio Márquez Salas, a Alfredo Armas Alfonzo, Manuel Trujillo, Orlando Araujo y a Adriano González León, la gran promesa del grupo Sardio y de la generación de 1960.
También están presentes Argenis Rodríguez, José Vicente Abreu, Laura Antillano, Francisco Massiani, Denzil Romero, Ednodio Quintero, Alberto Jiménez Ure, Gabriel Jiménez Emán, Armando José Sequera y Antonia Palacios, autora de la más importante obra narrativa de pluma femenina después de Teresa de la Parra.
La Poesía
A pesar de que la poesía venezolana tardó mucho en alcanzar la modernidad, un poeta que debe ser leído y valorado como el único gran poeta modernista que tuvo Venezuela, es Alfredo Arvelo Larriva, virtuoso de la rima y del soneto. Otros poetas dignos de ser recordados son Andrés Mata, Sergio Medina, Ismael Urdaneta y Andrés Eloy Blanco, el poeta más popular de Venezuela, situado entre lo tradicional y la vanguardia.
Vale mencionar también a Fernando Paz Castillo, a Luis Barrios Cruz, a Jacinto Fombona Pachano, a Rodolfo Moleiro, a Enrique Planchart, a Luisa del Valle Silva, a Enriqueta Arvelo Larriva, a Héctor Cuenca, a Julio Morales Lara y a Luis Enrique Mármol. Mención aparte merece José Antonio Ramos Sucre, maestro del poema en prosa, erudito, simbólico y misterioso.
Entre tanto, tanto los poetas de 1918 como Antonio Arraiz, cada cual por su lado, dieron al traste con las formas y el lenguaje poético atrapados en las lecciones de versificación y rimado. La vanguardia produce sólo dos poetas: Pablo Rojas Guardia y Luis Castro. A cierta distancia de estos poetas, despuntó en el movimiento vanguardista Carlos Augusto León.
El grupo Viernes, que se impuso entre 1938 y 1941, estuvo compuesto por Rafael Olivares Figueroa, Ángel Miguel Queremel, José Ramón Heredia, Luis Fernando Álvarez, Pablo Rojas Guardia, Pascual Venegas Filardo, Oscar Rojas Jiménez, Otto De Sola, y Vicente Gerbasi, aceptado hoy día como una de las voces líricas más intensas de Venezuela y de América. Entre los poetas que no siguieron las pautas viernistas destaca Juan Beroes, la figura que aupó el grupo "Suma", quien regresó a las formas poéticas clásicas y renacentistas. Luego surge Juan Liscano.
Dentro del contexto de "españolistas" hay que situar la obra de Ida Gramcko, Ana Enriqueta Terán y Luz Machado. Estas mujeres poetas ocupan un sitio de privilegio en las décadas de 1940 y 1950. En la actualidad destacan la poesía muy personal de Yolanda Pantin, Margara Russoto, Edda Armas, Cecilia Ortiz y Lourdes Sifontes.
José Ramón Medina es uno de los valores poéticos más firmes del posviernismo y el posespañolismo; sus compañeros Luis Pastori y Aquiles Nazoa no cambiaron los rasgos iniciales de su escritura neoclásica o neomodernista. Los poetas Dionisio Aymará y Carlos Gottberg, entre otros, se adentraron en la condición del hombre cotidiano.
De la llamada "Generación del Sesenta" surgen poetas excepcionales: Rafael Cadenas, Francisco Pérez Perdomo, Juan Calzadilla, Arnaldo Acosta Bello, Ramón Palomares, Caupolicán Ovalles, Hesnor Rivera. Entre este grupo de poetas y el pasado hay que situar a Juan Sánchez Peláez, cuya obra reducida pero de intensa virtud visionaria y metafórica, de desgarrones existenciales y lirismo atormentado, reconoce como fuente la generación del sesenta. La breve experiencia de la revista Cantaclaro (1950), reveló a tres poetas: Rafael José Muñoz, Jesús Sanoja Hernández y Miguel García Mackle. Alfredo Silva Estrada se concretó a crear una obra que se cuenta entre las más coherentes de la poética venezolana.
Otros poetas de ese período son Luis García Morales, Luis Guillermo Sucre, Víctor Salazar, Gustavo Pereira, Ludovico Silva, Ramón Querales, Luis Camilo Guevara, Víctor Valera Mora, Eleazar León, Elí Galindo y Julio Miranda. En Valencia, los poetas Eugenio Montejo, Alejandro Oliveros, Teófilo Tortolero, Reynaldo Pérez Só, en la revista Poesía de la Universidad de Carabobo, descartan las actitudes polémicas y crean un espacio propio.
El poema breve encuentra en Luis Alberto Crespo a un cultivador original. De la generación de los ochenta, se encuentran voces como Enrique Mujica, Miguel y Vasco Szinetar, Willian Osuna, Armando Rojas Guardia, Igor Barreto, Salvador Tenreiro, Alberto y Miguel Márquez, Alejandro Salas, Luis Pérez Oramas, Nelson Rivera y Armando Coll Martínez.
La poesía de la década de 1960 la dominan Eugenio Montejo y Luis Alberto Crespo; la de 1980, Yolanda Pantín y Rafael Arraíz Lucca (1959- ); la narrativa, figuras como José Balza, Francisco Massiani, Luis Britto García, Denzil Romero, Guillermo Morón, Gustavo Luis Carrera (1933- ), Ana Teresa Torres (1945- ), Laura Antillano (1950- ) y Stefanía Mosca (1957- ); el ensayo, Juan Carlos Santaella; y Víctor Bravo (1949- ) y Javier Lasarte (1955- ), la crítica literaria.
De la prosa y sus aplicaciones
El ensayo como subgénero vendría siendo una toma de conciencia de la propia escritura; desde este punto de vista Simón Rodríguez sería un ensayista. Ensayistas venezolanos de comienzos de siglo son Gonzalo Picón Febres, Luis López Méndez y Jesús Semprum.
Es importante la obra de Julio Planchart, Luis Correa, César Zumeta, José Gil Fortoul, Pedro Emilio Coll y Arturo Uslar Pietri, quien ha cultivado esporádicamente el ensayo literario. La enseñanza, la bibliografía, la compilación, la investigación deben mucho a humanistas extranjeros nacionalizados o integrados a la vida del país hace años, como Pedro Grases, Manuel Pérez Vila, Segundo Serrano Poncela, Juan David García Bacca, y otros muchos fallecidos, como Federico Riu, Agustín Millares Carlo, Edoardo Crema, Juan Nuño y Ángel Rosenblat.
Igualmente, sobresalen los trabajos de Eduardo Arroyo Lameda, Mario Briceño Iragorry, Laureano Vallenilla Lanz, Pedro Manuel Arcaya y Augusto Mijares. Entre los escritores de los sesenta sobresalen José Francisco Sucre y Ludovico Silva. Guillermo Sucre y Francisco Rivera pueden ser distinguidos como los mejores ensayistas actuales sobre literatura.

LA INDEPENDENCIA
La literatura hispanoamericana se hizo autónoma de la española durante este periodo (1823) gracias a los trabajos de Andrés Bello, porque él lo llenó todo con su obra intelectual, la cual traza el sendero que iba a recorrer esta literatura naciente y emancipada. Sin embargo, durante la etapa bélica (1810-1826) predomina la literatura de orientación política, cuya gran figura para Venezuela, sin duda alguna, fue Simón Bolívar, quien, además de ser el Libertador de Venezuela, fue también un escritor epistolar, orador, periodista y orientador de lo que sería la independencia.
Textos suyos como La carta de Jamaica (1815), un ensayo vertido dentro de la forma epistolar, o el Discurso de Angostura (1819), composición ensayista para ser leída en voz alta, están considerados entre sus textos más significativos. Poetas menores concibieron obras de combate, o canciones patrióticas, que los compositores musicaron y llenan la atmósfera de aquel periodo de emergencia.

ROMANTICISMO
Será dentro del romanticismo cuando la literatura venezolana logre sus primeras obras significativas. En poesía brillan los nombres de José Antonio Maitín, el primer poeta romántico, y Antonio Pérez Bonalde (1846-1892), quien logra una plena expresión romántica, convirtiéndose así en el escritor mayor de esa escuela. En prosa, la novela da sus primeros pasos, pero no logrará desarrollarse hasta finales de siglo, pese a que la primera publicada, Los mártires (1842) de Fermín Toro, sea una obra de los años cuarenta.
Al mismo tiempo la literatura vive el periodo costumbrista, que será el puente que conduzca a la expresión nacional en la novela, cosa que se encuentra en Zárate (1882), de Eduardo Blanco (1838-1912); en Peonía (1890), de Manuel Vicente Romero García —obra considerada el símbolo por excelencia del criollismo venezolano—, y en Todo un pueblo (1899), de Miguel Eduardo Pardo. En prosa crítica, durante este periodo, hay que citar a los grandes humanistas de la República; la mayor parte de ellos fueron además de ensayistas penetrantes críticos literarios. Los nombres de Fermín Toro, Cecilio Acosta, Juan Vicente González y Amenodoro Urdaneta (1829-1905), crítico literario, autor de Cervantes y la crítica (1877), son esenciales en este momento.


MODERNISMO
Durante el modernismo hispanoamericano (1882-1916), desde la publicación del Ismaelillo (1882) de José Julián Martí hasta la muerte de Rubén Darío (1867-1916), Venezuela aportó su contribución. Y lo hizo más por el camino de la prosa que de la poesía. De ahí que haya que comenzar citando al gran maestro de la prosa modernista, Manuel Díaz Rodríguez: novelista, cuentista, orador, ensayista, crítico, gran esteta de la palabra de todo el continente; no se podría dejar de mencionar a Pedro Emilio Coll, ensayista, pensador, cuentista, o al gran satírico de la novela: Rufino Blanco Fombona (1874-1944), polígrafo de esa generación.
Durante el proceso del modernismo se hicieron presentes tanto el positivismo como el criollismo. El primero dio ensayistas de la calidad de José Gil Fortoul o un crítico de la perspicacia de Luis López Méndez. Siguiendo las estéticas de su época compuso el mismo Gil Fortoul su novela Julián (1888). El criollismo se desarrolló en paralelo al modernismo. Su figura mayor es la del cuentista Luis Manuel Urbaneja Alchelpohl, considerado el padre del género en la literatura venezolana; en poesía la figura central del criollismo fue Francisco Lazo Martí, autor de la Silva criolla (1901). Los días finiseculares tuvieron en los críticos Julio Calcaño (1840-1918), Gonzalo Picón Febres (1860-1918) y Jesús Semprum sus mejores exponentes.

EL SIGLO XX
La primera generación literaria que se dio en el siglo XX fue la de "La alborada" (1909), y Rómulo Gallegos es su figura central. Coetáneo con ellos se desarrolló el trabajo novelístico de José Rafael Pocaterra (1889-1955), cuyas narraciones están más cercanas al naturalismo. Se le considera la figura esencial de la narración corta venezolana por sus Cuentos grotescos (1922); sus novelas Vidas oscuras (1916) y La casa de los Abila (1946) se encuentran entre las mejores que escribió. Contemporánea suya fue Teresa de la Parra, quien noveló en sus dos únicos libros, Ifigenia (1924) y Memorias de Mamá Blanca (1929), el carácter marginal en que vivía la mujer venezolana y memoró el fin de un universo vivencial. Durante este mismo periodo, finales de la década de 1920, Rómulo Gallegos llevó a la madurez la novela venezolana a través de Doña Bárbara (1929), Cantaclaro (1934) y Canaima (1935).
La poesía del mismo periodo la encabezaron los miembros de la generación de 1918. Entre ellos se destacan las obras de Fernando Paz Castillo (1893-1981), José Ramos Sucre y Andrés Eloy Blanco. Como una isla quedó uno de los fundadores de la modernidad poética: Salustio González Rincones. Durante este periodo la mujer insurgió en el dominio de la literatura. La lección de Teresa de la Parra fue seguida por singulares poetas como Enriqueta Arvelo Larriva (1886-1963), Luisa del Valle Silva (1902-1962), Mercedes Bermúdez de Belloso (1915- ) y una pléyade de narradoras cuya principal figura es Antonia Palacios. Rafael Angarita Arvelo (1898-1971), sistematizador del sendero de la novela, y Julio Planchart (1885-1948) se contaron entre los más hondos intérpretes del fenómeno literario en esos días.
La vanguardia se impuso en Venezuela en torno a 1928 con la publicación del número uno y único de la revista Válvula. Pese a ello, ya Antonio Arraíz (1903-1962) había abierto el sendero con su poemario Áspero (1924). Miguel Otero Silva (1908-1985) y Pablo Rojas Guardia (1909-1978) se contaron entre sus poetas más influyentes.
En la ficción narrativa Julio Garmendia había abierto el sendero del tratamiento fantástico de la narración corta con La tienda de muñecos (1927). Al año siguiente Arturo Uslar Pietri ofreció otro modelo de renovación a través de Barrabás y otros relatos (1928) con el cual inició una de las obras centrales del cuento venezolano.
Poco después, Uslar Pietri enriqueció la novela con Las lanzas coloradas (1931). A él siguieron novelistas que dejaron su impronta en la narrativa mayor, como Enrique Bernardo Núñez con Cubagua (1931), Guillermo Meneses con El falso cuaderno de Narciso Espejo (1953), Miguel Otero Silva con Casas muertas (1954) o La piedra que era Cristo (1984) o Ramón Díaz Sánchez con Mene (1936) y Cumboto (1950). Durante este mismo periodo pudieron leerse los primeros ensayos de Mario Briceño Iragorry, Augusto Mijares, Mariano Picón Salas y del propio Uslar Pietri.
En 1936, terminada la dictadura (1908-1935) de Juan Vicente Gómez (1857-1935), se inició un nuevo periodo político en el país. Éste tuvo también su impronta literaria. Se expresó primero en el decir poético del grupo literario viernes (1939), el cual trajo nuevos aires más contemporáneos a la poesía. Su figura central fue el poeta Vicente Gerbasi. No puede dejarse de señalar la significación que tuvo también el poeta Luis Fernando Álvarez. Críticos como el alemán Ulrich Leo (1890-1964) o el erudito español Pedro Grases (1909) se sumaron a la aventura de los viernistas. El primero propuso los puntos de vista críticos para interpretar la estética de viernes.
Durante este mismo tiempo se hizo sentir el magisterio crítico del profesor Eduardo Crema (1892-1974) e inició su labor de intérprete de las letras venezolanas Luis Beltrán Guerrero. También a finales de la década de 1930 hizo su aparición el poeta y crítico Juan Liscano. Su obra poética es de las más singulares de la aventura creadora venezolana. Gran animador del debate cultural a partir de 1936, ha sido el poeta y comentarista Pascual Venegas Filardo (1911- ). El periodismo literario tuvo su gran iniciador en José Ratto Ciarlo (1904- ), creador en 1945 de la página de arte de El Nacional.
En 1942 surgió el grupo de poetas que fue bautizado con el nombre de ese año. Aedas significativos como Juan Beroes, Ana Enriqueta (1918- ), Ida Gramcko, Luz Machado y Luis Pastori forman parte de esta promoción.
En 1946 apareció el grupo Contrapunto, el cual, si bien tuvo poetas como José Ramón Medina o Rafael Pineda (1926), contribuyó a la mayoría de edad del cuento. Entre sus cultores se cuentan verdaderos maestros, como Gustavo Díaz Solís o Héctor Mújica (1927- ). En esta promoción quien pugnó por innovar la novela fue Andrés Mariño Palacio a través de Los alegres desahuciados (1948). Sus Ensayos (1967) deben considerarse como la exposición de aquello que se propuso hacer a través de la prosa de ficción, ya que él fue el crítico de esta generación. Durante este mismo periodo hay que destacar la obra ensayística de J.L. Salcedo-Bastardo (1926- ), Guillermo Morón y los críticos Óscar Sambrano Urdaneta, Alexis Márquez Rodríguez, Efraín Subero (1931- ), Domingo Miliani y Orlando Araujo, cuyas obras se conocieron a partir de las décadas de 1950 y 1960.
El gran cambio dentro del decir poético se realizó en la década de 1950 a través del libro Elena y los elementos (1951), del poeta Juan Sánchez Peláez. En esa misma década los nombres de Rafael José Muñoz y Alfredo Silva (1933) constituyen otros hitos de la poesía, la cual se eslabonará luego con la de los poetas de la década de 1960.
Los nombres de Juan Calzadilla, el primer poeta verdaderamente urbano de la literatura venezolana, Ramón Palomares, Guillermo Sucre, Rafael Cadenas, Francisco Pérez Perdomo y Miyó Vestrini (1938-1991) forman el cuadro esencial de este periodo. La renovación de la narrativa será la obra de Salvador Garmendia a través de Los pequeños seres (1959); Garmendia, Adriano González León y Rodolfo Izaguirre contribuyeron a un cambio en la perspectiva del narrar. En el ensayo hay que nombrar a Elisa Lerner, a críticos como Guillermo Sucre, Ludovico Silva (1937-1988), Francisco Rivera o Arturo Uslar-Braum (1940-1991), ensayista singular.
La poesía de la década de 1960 la dominan Eugenio Montejo y Luis Alberto Crespo; la de 1980, Yolanda Pantín y Rafael Arraíz Lucca (1959- ); la narrativa, figuras como José Balza, Francisco Massiani, Luis Britto García, Denzil Romero, Guillermo Morón, Gustavo Luis Carrera (1933- ), Ana Teresa Torres (1945- ), Laura Antillano (1950- ) y Stefanía Mosca (1957- ); el ensayo, Juan Carlos Santaella; y Víctor Bravo (1949- ) y Javier Lasarte (1955- ), la crítica literaria.







PROGRAMA DE LENGUAS Y LITERATURA INDÍGENA
México

Varias de las lenguas indígenas mexicanas están a punto de desaparecer; de no realizarse alguna acción para su supervivencia habrán desaparecido en los próximos años, alrededor de quince idiomas. En 1993 se creó el Programa de Lenguas y Literatura Indígenas, con el propósito de atender las demandas de desarrollo lingüístico planteadas por los pueblos y organizaciones indígenas.

Necesidades atendidas
México tiene al menos 62 lenguas indígenas y una población de más de 12 millones de personas que representan alrededor del 12% del total de la población nacional.
Al reconocer la composición pluricultural de la nación, el Programa contribuye a atender las necesidades de un Estado multilingüe. La valoración de las lenguas indígenas permite que los hablantes desarrollen y potencien sus capacidades al emplear sus lenguas y el español. Se atiende a rezagos y demandas añejas de los pueblos indígenas que no eran reconocidas constitucionalmente.

Objetivos
• Promover el uso de las lenguas indígenas para fortalecer su presencia y ampliar su contexto de uso en las comunidades.
• Promover en la sociedad nacional el conocimiento de la diversidad lingüística que existe e impulsar procesos interculturales que enriquezcan a las culturas del país.
• Contribuir a la construcción de una política lingüística que tome en cuenta la diversidad de lenguas vivas que están presentes en el país.

Fecha de inicio, cobertura y población a la que se dirige
El programa se inició el 16 de marzo de 1993 en 25 estados de la república y el Distrito Federal. Está dirigido a niños, jóvenes y adultos (hombres y mujeres) pertenecientes a los 62 pueblos indígenas del país.

Descripción
El desarrollo del programa se ha dado en tres grandes etapas:
Primera etapa: Durante el periodo 1993-95, el Programa impulsó y fortaleció procesos organizativos, en esta etapa surgieron Academias y Organizaciones Culturales Indígenas a nivel regional y nacional. En el ámbito de la difusión se inició la publicación de las colecciones bilingües “Letras Indígenas Contemporáneas” y “Lenguas de México” dirigidas a los pueblos indígenas y no indígenas. Se instituyó el Premio Nezahualcóyotl de Literatura en Lenguas Indígenas para estimular y reconocer la producción literaria de nuevos escritores indígenas. Se inició la realización de encuentros continentales de escritores en lenguas indígenas con la colaboración de embajadas, organizaciones indígenas, escritores y universidades de otros países de América.
Segunda etapa: De 1995 a 2000, el Programa se consolidó a nivel nacional y se definieron las estrategias de Capacitación, Promoción y Difusión de las lenguas y literaturas indígenas. Se fortaleció la colaboración con las academias y las organizaciones indígenas del país, así también con las instancias de cultura y educación superior de algunas entidades federativas del país. Se atendió de manera prioritaria a las lenguas indígenas en peligro de extinción y se profundizaron las acciones de capacitación de maestros y promotores culturales para el dominio de la lectura y la escritura de las lenguas indígenas a través de talleres y Diplomados de lectoescritura y desarrollo lingüístico. También se llevaron a cabo un Simposio sobre la Certificación de Conocimientos de Lenguas Indígenas.
Etapa actual: El Programa, a través de acciones de coordinación interinstitucional, se propone realizar una campaña nacional de comunicación a favor de las lenguas y culturas mexicanas, generar procesos de planificación lingüística, impulsar programas de fomento a la lectura y promover entre los hablantes el uso oral y escrito de sus lenguas.

Fuentes de financiamiento
El área administrativa de la Dirección General de Culturas Populares e Indígenas establece los mecanismos y es el encargado de entregar, asesorar y dar seguimiento a la aplicación de los recursos. El Programa de Lenguas y Literatura Indígenas ha manejado en promedio, un presupuesto anual de $ 400,000.00 (cuatrocientos mil pesos 00/100, M.N.).

Fortalezas del Programa
• El Programa de Lenguas y Literatura Indígenas se ha replanteado con base en el nuevo orden jurídico que establece la Constitución, los principios del Programa Nacional de Cultura 2001 – 2006 y la política planteada por el Ejecutivo Federal en el Programa Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas 2001 – 2006.
• La noción de pluriculturalidad adquiere especial relevancia en el México actual que busca alternativas que permitan superar el aislamiento, la discriminación y las condiciones de pobreza extrema que viven las comunidades indígenas.

Logros
• El uso oral y escrito de las lenguas indígenas está permitiendo revitalizarlas, ampliando sus funciones y ámbitos de uso, ya que estaban restringidas al uso doméstico. En las lenguas de los 62 pueblos indígenas existen alfabetos consensuados que permiten contar con propuestas de escritura alfabética que los hablantes usan para producir diversos materiales, generar propuestas de enseñanza bilingüe, crear literatura y realizar investigaciones sobre las gramáticas de las lenguas.
• Las publicaciones en lenguas indígenas han diversificado la oferta editorial existente en el país al estar escritas de manera bilingüe (lenguas indígenas – español)
• La apertura que las lenguas indígenas están teniendo en espacios públicos, en algunos medios de comunicación y universidades es un indicador de que se está generando una conciencia en la sociedad nacional sobre el valor de las lenguas.
• El Premio Nezahualcóyotl de literatura en lenguas indígenas ha permitido reconocer la calidad de la producción literaria de los escritores indígenas en la cultura nacional.

Desafíos

• El reconocimiento de la característica multilingüe de la nación y la definición de una política lingüística que fomente la diversidad lingüística.
• El acceso al conocimiento de las lenguas indígenas de la población no indígena y éstos del español para crear conciencia del valor de las lenguas indígenas y desarrollar procesos de bilingüismo.
• La alternancia de las lenguas mexicanas en los espacios públicos.
• La formación de una cultura basada en el respeto, el intercambio y el enriquecimiento mutuo.
• La instrumentación de una educación bilingüe que tome en cuenta no sólo a la lengua de los pueblos indígenas sino también a su cultura.

Recomendaciones en torno a su posible transferencia a otros contextos

El programa ha permitido que escritores indígenas de diferentes países de América como: Guatemala, Perú, Bolivia, Ecuador, Chile, Paraguay, Nicaragua, Venezuela y Estados Unidos se reúnan y compartan sus obras y experiencias a través de Encuentros Continentales. El primer Encuentro fue realizado por México (1994) y posteriormente otros países como Chile (1996), Venezuela (1997), Nicaragua (1999), y nuevamente México (2001).
Para su transferencia, se sugiere considerar:
• La participación de profesionales indígenas para su diseño e instrumentación.
Ser un programa institucional con posibilidades de atender las necesidades de información de las instituciones y organismos nacionales e internacionales.

Literatura indígena
Otra parte de nuestra identidad
Juan Gregorio Regino
La literatura indígena es la creación individual o colectiva (oral o escrita) que se recrea, se piensa y se estructura a partir de los elementos estilísticos y patrones culturales de los pueblos indígenas. Esta literatura, refleja no sólo el sentir y la sensibilidad de cada creador, sino que está impregnada del pensamiento filosófico de los pueblos, de la palabra de los ancianos, los acontecimientos históricos y cotidianos, así como la concepción de belleza y armonía que cada cultura posee.
Esta literatura se diferencia de la literatura indianista, indigenista y la literatura en lenguas indígenas, pues cada una tiene sus propias características. La literatura indianista surge después del movimiento de independencia en el que existe la búsqueda de una identidad propia y se exacerba la pasión nacionalista. El esplendor del pasado prehispánico se enaltece y las culturas indígenas se convierten en símbolos de resistencia frente al colonialismo español, sin embargo, la valoración de lo indígena es sólo externo, pues los escritores de esta literatura no eran indígenas, sino portavoces de las culturas oprimidas que no podían levantar la voz. Entre los escritores destacados de esta corriente literaria figuran: Mariano Meléndez Muñoz, Eligio Ancona, Eulogio Palma y Palma, Ireneo Paz y José Luis Tercero.
La literatura indigenista en México surge durante el gobierno del general Lázaro Cárdenas, El indio, de Gregorio López y Fuentes inaugura esta corriente en 1935. La literatura indigenista, particularmente la narrativa, tiene distintas tendencias desde su aparición. Un rasgo común que comparten es que la mayoría de las obras resaltan los aspectos sociales, son frecuentes los temas sobre la explotación, la pobreza, la marginación y el choque entre la cultura hispana y las indígenas. Los escritores de esta literatura tratan de adentrarse al pensamiento indígena desde su perspectiva, pues no pertenecen a estas culturas. Otras obras importantes de esta época son: El resplandor de Mauricio Magdaleno, La rebelión de los colgados de Bruno Traven, El callado dolor de los tzotziles de Ramón Rubín, El diosero de Francisco Rojas y otros. La narrativa indigenista de 1940 a 1960 fue una combinación de etnografía con testimonio, Juan Pérez Jolote de Ricardo Pozas es la obra más representativa de esta época. La narrativa indigenista de los años cincuenta trata de penetrar la cosmología indígena y los personajes indígenas son más convincentes; se intenta mostrarlos en su contexto cultural. Eraclio Zepeda con Benzulul, Rosario Castellanos con Balún Canán, Ciudad Real y Oficio de Tinieblas y María Lombardo con La culebra tapó el río, cierran este ciclo.
La literatura en lenguas indígenas apareció recientemente. Es realizada por indígenas que han accedido a la escritura de sus lenguas autóctonas y han producido diversos textos. Sin embargo, las lenguas indígenas son empleadas sólo como instrumento para decir lo que se piensa y se construye en español, es decir, no hay una reflexión y búsqueda de formas literarias en las lenguas indígenas. Esta literatura que no ha generado obras relevantes, tiene como contribución más importante la escritura de las lenguas indígenas y la recopilación de la tradición oral existente en las comunidades.
La literatura indígena contemporánea se inicia con el escritor zapoteco Andrés Henestrosa; su obra, Los hombres que dispersó la danza, está recreado de las costumbres de su pueblo e introduce vocablos zapotecos en el español que emplea. Andrés Henestrosa no sólo escribe narrativa en español, sino también poesía en su lengua materna. De esta generación de escritores zapotecos figuran también Gabriel López Chiñas y Pancho Nácar y más tarde, Víctor de la Cruz y Macario Matus.
Hablar hoy de literatura indígena es un paso muy importante, significa haber superado dificultades de diversa índole al interior de cada comunidad lingüística. Recuerdo que durante la década de los ochenta había mucha discusión en torno a los alfabetos. La estandarización de éstos se consideraba requerimiento indispensable para escribir las lenguas indígenas. Superada esta discusión en la que muchos temas aún están pendientes, se optó por escribir y producir materiales escritos y audiovisuales, convencidos de que es el uso de los alfabetos lo que va a permitir su consenso, estandarización y la normalización de las lenguas indígenas. De esta forma, se empezaron a generar diversos textos y las publicaciones se diversificaron. El uso de las computadoras para registrar nuestras lenguas ha sido también otro logro importante para fomentar la lectura y la escritura, así como la difusión de las lenguas indígenas.
Al final del milenio las lenguas indígenas muestran no sólo su capacidad de resistencia, sino otros conceptos, otras formas de mirar lo cotidiano y lo sagrado, otras formas de maravillarnos de la riqueza del lenguaje. Jóvenes escritores indígenas de diversas lenguas como: Briceida Cuevas, maya (1969), Natalia Toledo, zapoteca (1967), Gabriel Pacheco, huichol (1963), Víctor Terán, zapoteco (1962), Alberto Gómez, tsotsil (1963), Jorge Cocom, maya (1952) y Mario Molina, zapoteco (1958) entre otros, son los que han retomado la palabra de los antiguos y han sabido proyectar el tiempo y el espacio poético y narrativo en sus respectivas lenguas y en español.

La narrativa venezolana - o la crónica invisible de un país
Enodio Quintero

La literatura venezolana nace con la República, y su padre fundador es don Andrés Bello. El maestro de Bolívar, radicado en Londres, escribe con fervor americano y señala el rumbo de lo que un siglo después podríamos llamar literatura nacional.
El sino y el signo de la historia y la política predominan en nuestra literatura – como un karma o una culpa por redimir.
La narrativa tiene su primera eclosión en la tercera década del siglo XX, con autores de primera línea: Rómulo Gallegos, Teresa de la Parra, José Antonio Ramos Sucre, Enrique Bernardo Núñez, Julio Garmendia, Arturo Usar Pietri. Narradores que se ocupan de los avatares de un país en formación, poniendo un acento especial en la problemática social.
Sin duda fue gallego quien mejor supo expresar la esencia de lo nacional. Doña Bárbara (1929), Cantaclaro (1934) y Canaima (1935) forman un fresco vigoroso que dibuja no sólo el exótico paisaje sino también el alma de un país. La influencia de Gallegos se extenderá por décadas, proyectando una sombra enrarecida sobre una generación.
Guillermo Meneses rompe con la tradición galleguiana. Su novela El Falso Cuaderno de Narciso Espejo (1952) incorpora a nuestra literatura un nuevo arte de narrar. Lo subjetivo, el inconsciente, la fragmentación del yo, la incertidumbre, el erotismo, constituyen valiosos aportes a una literatura que amenazaba estancarse en la repetición.
La segunda eclosión se produce en los años sesenta, en la así llamada “década de la violencia”. El advenimiento de la democracia y la irrupción de la guerrilla ofrecen a los narradores temas novedosos y actuales. Salvador Garmendia, Adriano González León, Oswaldo Trejo, Carlos Noguera, José Balza y Luis Britto García son los “cronistas” más representativos de aquella época turbulenta. País Portátil (1968) de González León es el testimonio más elocuente y eficaz de los tiempos de la guerrilla.
Mucha agua ha pasado bajo los puentes y mucho petróleo por los oleoductos hasta este comienzo de siglo. Y aún aguardamos por la tercera eclosión. Apostamos entonces por la obra de los jóvenes: Antonio López Ortega, Silda Cordoliani, Wilfredo Machado, Ricardo Azuaje, Juan Calzadilla Arreaza, Israel Centeno, Juan Carlos Méndez Guédez. Juana la Roja (1991), la nouvelle de Azuaje, tal vez sea la primera muestra de una literatura que sin renunciar a la tradición aspira a la frescura y la visibilidad.
Barbaria. Nº 27 Noviembre y Diciembre del 2000.


Vanguardismo criollo
Antonio Planchart Burguillos
Asombro, no otra cosa -asombro desparticulador [sic] de mandíbulas- producirá a los estudiantes de retórica la lectura de las poesías clamadas hoy vanguardistas. Desconcierto ingenuo desdibujará todos los músculos de sus caras y un desaliento se apoderará de ellos, semejante al que posee al novicio, cuando el iniciado le da a sentir, con una martingala, toda la hondura de lo esotérico. Ellos leen Garcilaso, Lope, Quevedo y Argensola, gustan la pompa de un Herrera y la mediocre bondad de un Racine traducido, mas de pronto, después de una partida de foot, o tal vez en jugosas vacaciones hojean cualquier Revista literaria y es llegado el instante del espanto y de las consultas candorosas.
El profesor de literatura, un buen lego conservador, atribuye el fenómeno a veleidades sociales periódicas, se da a recordar a los gongoristas y trae a la memoria aquello de la «Alfalfa divina para los borregos de Jesucristo». Los chicos tranquilizados duérmense al arrullo de todas las tradiciones y, en paz con el porvenir, sueñan con las excelencias de la costumbre. A los dos meses de abandonar las aulas enamóranse y escriben versitos bien medidos. Después, un fracaso amoroso y la llegada de todas las locuras: cabaret, restaurant, charleston, deportes acompañados de música sincopada de antillanos y la oreja y el tacto reconciliados con los ritmos del motor de explosión interna. Y al leer de nuevo los versitos bien medidos de un año antes, el rubor en las mejillas, mal avenido con la sonrisa alcahuete de remembranzas sentimentales.
Durante muchos años continuarán las protestas contra la nueva poética y muchas serán las consecuencias, pero bueno será tener presente que las apostasías a lo Juliano carecen de repercusión. Cuando una [372] forma de la actividad humana está en la agonía, vana tarea es reanimarla con inyecciones de aceite alcanforado.
Pero ¿cómo explicar el fenómeno? Trátase tan solo del «paso de la costumbre a la moda» que con tanto brillo nos describe Tarde, que revoluciona por igual la institución de la familia y los procedimientos económicos, la indumentaria femenina y la hechura de los versos. El de la costumbre a la moda verificóse ha muchos años en países como Inglaterra, pero España, cuya Real Academia de la Lengua ostenta un crisol en sus blasones, solo ayer incorporóse de lleno al movimiento revolutivo. Y si España comenzó a la par del Japón, la América Latina comienza hoy junto con los Nacionalistas de Cantón y la viuda de Sut Yan Sen [sic].

El salón llámase ahora boudoir y no ostenta ya en sus vitrinas abanicos pintados por Fragonard y auténticas porcelanas del Pekín imperial. El boudoir está lleno de baratijas de un raro mal gusto, que la industria moderna produce por millones, de cuadritos cuya liviandad procura en vano la litografía cubrir de un barniz de gracia erótica, de muebles que en vano trata de standardizar la manufactura mundial de cojines de lujo. La división del trabajo lo invade todo, en su afán de máximo rendimiento, la escultura tanto como la juguetería y no es raro ver como un cuento o un poema son fabricados por dos o más escritores vanguardistas, que logran mayor incoherencia con el novísimo procedimiento: uno comienza el cuento y otro lo termina. De esa manera la obra tiene un subjetivismo independiente del subjetivismo de los autores, tiene un alma sui generis, producto de dos espíritus divorciados en la concepción artística. Y, como está de moda la literatura rusa allí va un seudónimo terminado en vich o en iev.
Trátase de producir, de producir al por mayor, de dar un rendimiento neto, como en las industrias extractivas -para dejar con un palmo de narices a los pobres economistas-, de lanzar al mercado un chorro de literatura porque tal reclama la actual vorágine, sin tener en cuenta normas.
Un hecho cierto hay: estamos cansados de los ritmos clásicos. Más aún, apenas una orientación se precisa pasa de moda, porque la orientación supone vejez, como toda cristalización. El reinado de la moda es un reinado sin leyes. Por lo menos sólo la moda está sometida a una ley, pero tan general que no puede sentirse en las manifestaciones transitorias de su imperio. [373]
¿A quién se le ocurre buscar un camino en la huella que han dejado los antepasados? En las «Leyes de Imitación» nos lo dice Tarde: «Cuando el pasado de la familia y de la ciudad no se juzga venerable, con mayor razón dejará de serlo cualquier otro pasado y sólo el presente parece inspirar respeto; pero por el contrario, desde el momento en que hasta ser parientes o compatriotas para juzgarse iguales, sólo el extranjero, en general, parece debe producir la impresión respetuosa que predispone a imitar; el alejamiento en el espacio obra como, no ha mucho, el alejamiento en el tiempo». ¿A qué hombre de habla castellana se le ocurre imitar hoy en día a Garcilaso o Quevedo?
Son los signos del tiempo. Mr. Ford -se había jurado no cambiar nunca su clásico modelo- transforma su viejo fotingo en un carro elegante, para afrontar la competencia. Porque la industria marcha de invención en invención; a diario aparecen nuevos frenos, pulituras mejores, engranajes más perfectos y enchufes sin precedente.
Y lo mismo pasa en literatura. El periodismo hace una competencia cruelísima a todos los otros géneros. El poeta, el cuentista, el novelista vense obligados a romper los moldes, a no atenerse a reglas para poder tenerse firmes frente al cronista. Así, vemos que, entre otros, el principal inconveniente de la normalización literaria es la fecundidad de ese Píndaro criollo que se llama el cronista MARIO. Gabaldón Márquez, ya lo hemos visto, tiene éxito con sus poemas informativos: escribió uno al limpiabotas que murió en el incendio, otro al cambio de itinerario de los tranvías de Caracas, otro al finado Bedel de la Escuela de Ciencias Políticas, todo de un día para otro, sin la meditación y la serenidad requeridas para hacer obra de arte. En esas producciones ni más ni menos, el bate [sic] expresa, con precisión, el sentimiento ambiente pero, como lo hace de una hora para otra, con la misma prisa del que traduce el cable, han de llamarse sus versos poemas informativos. Y tenemos hecho ya, al poeta de las fugaces emociones sociales. Y a Dios gracias que Gabaldón Márquez es claro, que otros hay que enfilan los versos con un verdadero procedimiento moderno de enchufe, sin tener en cuenta no digo ya las más elementales reglas de la gramática -que eso importaría poco- sino los más simples dictados de la lógica.
Góngora y Argote procuró injertar en nuestra lengua las retóricas latina y griega y trató de reformar la técnica del verso de acuerdo con normas que suponían una enorme erudición. ¿Dónde van a buscar, me pregunto, [374] los nuevos reformadores la regla nueva? Tablada y los poetas del hai kai (EL ALACRAN: Sale de un rincón entre un paréntesis y una interrogación) hallan un venero limpio en el oriente mimoso y sintético del Japón estadístico, el de los jardines microscópicos y la imaginación ceñida. Allá hay tres metros cuadrados para cada hombre y por eso un parque no puede tener más de ocho metros. Pero aquí, en Venezuela, hay dos hectáreas por habitante y la imaginación tiende a expandirse, no siendo por ello el sintetismo nipón lo más apropiado a nuestra fogosidad tropical.
¿A dónde ir a buscar la norma? El camino se nos impone él solo, con una fuerza implacable, con un determinismo de ley físico-química. El Universo redúcese al tiempo y el espacio. Tarde nos indica cuál es ese camino y los poetas de hai kai confirman la observación. ¿Hacen eso nuestros vanguardistas? Me parece que no. Ni siquiera eso ha hecho. Su técnica no es otra que la divertida regla del juego que llaman el grito del diablo: reúnense varias personas para lanzar un grito; uno dirá A, otro E, otro I, otro O y otro U. A una señal determinada cada uno grita su letra y el resultado será un alarido desarticulado y extraño.
[Mundial, XII, 300, Caracas (14 de enero de 1928), pp. 1 y 2]. [375]



Música celestial
Rafael Silva
¿Por qué los músicos vanguardistas de Caracas no han dicho nada del milagro lírico realizado por León Theremyn, ese ruso que cada vez que quiere, hace llover del cielo -sin metáfora- cataratas de armonía?
Yo también, aunque viejo, creo en el vanguardismo y lo admiro. Vanguardismo es ir adelante, no siempre sobre las cuatro ruedas de una carreta. Lindbergh recorriendo en 27 horas de vuelo interrumpido los 3.200 kilómetros que separan a Washington de México, es un vanguardista. Y en el orden intelectual, el alado Pegaso de la fantasía es un buen vehículo para salir, llegar y triunfar. Ahora, so pretexto de vanguardismo, no caigamos, para llamar la atención, para que se hable de nosotros, en el snobismo de cortarle la cola al perro de Alcibíades.
¿Vanguardismo? ¡Por qué no! Cuando Galileo sostuvo ante la amenaza de la Inquisición su E PUR SI MUOVE! era un vanguardista. Ayer no más, cuando en la aeronáutica pretendía predominar el criterio -al parecer lógico- de «más liviano que el aire», el que dijo «plus lourd que l'air» fue un audaz vanguardista. Un ingeniero inglés, Campbell, ensaya actualmente un automóvil que correrá a razón de 400 kms. Por hora. Ese es un vanguardista. Rubén Darío fue un vanguardista que llevó a España en sus líricas carabelas una nueva forma del verso que no tenía las extravagancias que prematuramente les presentara Góngora.
En materia de arte poético es admisible la teoría de Schlegel: «El principio de toda poesía es suspender la marcha de las leyes de la razón y recaer en el «bel égarement» de la fantasía, en el caos primitivo de la naturaleza humana». Pero hay que ser loco, como Colón, como Bolívar, como Wagner, como Rodin. Lo loco de Catia.
Se ha dicho mucho -observa Ribot- que la esencia del arte es la libertad absoluta y nada tendría que objetar a eso, pues la finalidad [376] del arte está en él mismo, y no creo que esté sometido a otras exigencias que a las de crear obras viables aceptadas de sus contemporáneos.
¿Vanguardismo? ¡Cómo no! Todo el mundo tiene derecho a decir en el ágora su palabra... Pero sin llegar al apóstrofe del gran cantor suramericano cuando exclamó: «El sentido común, razón menguada, no ha sido nunca artista, ni poeta, ni paladín, ni redentor, ni nada!».


Panorama de vanguardia
Rafael Angarita Arvelo
A esta nueva edad que nos corresponde, por obra y merced de la guerra -nueva edad media la pretenden- impúgnanla de incierta, desconcertada y contradicha. Una filosofía ad-hoc señala en ella descomposición de los elementos esenciales de la sociedad y corrupción del principio tradicional -andamiaje lejano. El panorama mismo del arte, cruzado de líneas divergentes, dislocadas las unas, apostáticas las otras, descentradas en apariencia las más, contribuye a reforzar la tesis conservadora, especie de presa de río, debilitada por filtraciones trascendentales. Luego del 918, los hombres de la antigua edad hallaron sus trazos ideológicos al margen del trazo universal inesperado. Todavía ahora -10 años corridos- disputan la utilidad de sus demarcaciones inútiles (Fantasmas, cifras de la necrópolis intelectual, sombras sin espesor que, como en los postulados espiritualistas -ciencias psíquicas- contienen apenas partículas astrales en liquidación).
La guerra fue escuela de hombres y estímulo de voluntades. Contra lo propio natural, de los campos de batalla surgió una visión juvenil de las cosas y de los pueblos. Por todas partes renació el antiguo y fresco ideal clásico de libertad, de pasión y de alegría. Y el nacimiento de la nueva edad presenció -con olvido del horror- la creación de mejores y más limpios ideales por la voluntad absoluta de aquellos hombres que tenían entre las manos las llaves del ciclo sangriento. Ya nadie se ocupa hoy en serio de la guerra. Pertenece a la edad pasada, con sus problemas que abultara la vocinglería politiquera. (Preocupa alguna vez -a lo sumo- la guerra de nuestra edad -que la tendrá- como todas las edades). Sólo se atiende a la organización general del pensamiento y a la eficacia social de sus aplicaciones. Aniquilado el individualismo que el siglo anterior nos legara -romántico y terrible- las multitudes [380] dominan y arrasan. Guardan el secreto de los días por venir y tienen caballos de fuerza irresistibles como las locomotoras y como los motores hispano-suizos. A la manera de los poetas de la nueva Rusia -Bjely- saludan la patria en la resurrección universal:
Tú eres hoy
La esposa.
Recibe la nueva
De la primavera.
Tierra
cúbrete de flores
verdea tus
Riberas.
Es la resurrección.

El vanguardismo
Avelino Martínez
No sopló con tanta fuerza el viento renovador del modernismo de Rubén Darío en nuestra intelectualidad de aquella época, como sopla en estos momentos el del Vanguardismo.
La sensación literaria, producida en nuestra sensibilidad estética por el viento dariano era animosa, reactivaba al espíritu, disponía la voluntad al impulso viril, hacía soñar el corazón varonilmente con ideales realizables; era un buen viento, como esos que augura la luna a los marinos cuando aparece roja, y las espumas del mar cuando resplandecen de noche. Pero el viento vanguardista, sobre todo, cuando trae hasta nosotros unos versos de nuestro amigo Rivero Navarro (leader), en los que las palabras pierden el sentido al unirse para formarlos, la sensación es horripilante, sugiérenos un jardín cultivado por loco con la manía de arrancar los rosales y resembrarlos con las raíces para arriba.
Según nuestros poetas vanguardistas, escribir versos es la cosa más fácil del mundo, porque es, simplemente, una función mecánica cerebral, puesto que el poeta no hace más que escribir palabras en forma de versos; prescindiendo por completo del gusto, del sentimiento, de la inspiración, de la música, de la armonía, de los preceptismos del arte y todo lo que huela a preparación psicólogo al mismo tiempo de las palabras, a fin de coaccionarlas y combinarlas de



Epístola a un aspirante.
No ha dejado de sorprenderme, mi joven amigo, el que te hayas dirigido a mí en demanda de lecciones y consejos sobre eso del «vanguardismo», lo cual viene a ser lo mismo que pedirle lecciones de jazz band a un viejo misacantano.
Pero quiero servirte lo mejor que pueda, ya que me basta que tengas esa aspiración para que yo te considere mozo listo y de provecho. Me inclina a tenerte por tal el que hayas columbrado en el «vanguardismo» la ciencia de alcanzar honra y gloria con poco o ningún trabajo.
Nada te podré decir de las «interioridades» del vanguardismo, porque yo sólo lo conozco exteriormente, es decir, por sus dichos y por sus hechos.
He oído decir que el vanguardismo responde a algo así como al «estado de ánimo» de la humanidad actual. Puede que así sea, porque la gente parece haberse vuelto loca después de la guerra. Pero yo no estoy para meterme ahora en ciertos intríngulis y averiguaciones psicológicas.
Lo que sí te puedo asegurar es que el «vanguardismo» es una bendición que redime de muchos trabajos y pejigueras a la gente joven, sobre todo a la que piensa dedicarse a las Bellas Artes y a la Literatura.
Ahora la juventud ya no tiene que estar sometida a la tiranía de las reglas, leyes y preceptos con que la necedad de los antiguos maestros había sobrecargado al infeliz artista o escritor Ahora ya puedes trotar, galopar y revolcar a tus anchas, sin que te vaya a la mano dómine más o menos fosilizado. [388]
El vanguardismo ha establecido la más perfecta igualdad y democracia en el mundo del arte, pues lo mismo puede sobresalir en él desde el más delirante hasta el más zoquete. Es más, los más zoquetes y los más delirantes son los que tienen mejores «chances» de alcanzar el triunfo.
Por lo pronto no necesitas calentarte los cascos de arriba con estudios de ninguna clase. Con trazar a lápiz o a pluma lo que buenamente te salga del cerebro o del hígado ya has hecho lo bastante para sentar plaza de genio.
Si te da por el dibujo o la pintura, no te afanes por imitar a los grandes maestros ni por reproducir la naturaleza con la gracia de Dios que hay en ellos.
Vuelca el tintero sobre el papel y te saldrá, naturalmente, un borrón, pero en ese borrón verán tus cofrades, los críticos de vanguardia, un rasgo de genialidad inmensa, y ya tienes asegurada la popularidad y la gloria y algunas veces hasta los garbanzos.
Cuando te pongas a escribir no busques la inspiración en la realidad y naturaleza de las cosas sino en los sueños y pesadillas que hayas tenido la noche anterior. Para

El vanguardismo aquí es un mero pasatiempo de muchachos principiantes
Carlos L. Capriles
[El artículo está dividido en cuatro partes, marcadas con números romanos. La primera parte está dedicada a la cuestión de los «nombres puestos a las escuelas artísticas», que «no califican nunca lo que se proponen». Se afirma que rótulos como clasicismo, romanticismo, decadentismo, son producto de una manía de titular, y lo más que hacen es señalar períodos cronológicos, épocas. Todo ello para decir que «ahora estamos en plena época vanguardista».
El resto de esta primera parte se va en ejemplificar estas tesis, para lo cual son considerados los casos de Baudelaire, Wagner, Ibsen y los simbolistas (o «decadentes»).
La segunda parte se centra en el problema de qué constituye lo clásico y lo innovador en el arte, y la figura de Góngora es utilizada corno eje de este desarrollo. En términos un tanto vagos, se llama la atención sobre su individualismo, que le llevó a alejarse de la norma literaria de su época para crear una propia, que a su vez atrajo muchos seguidores. Luego, volviendo a insistir sobre el carácter individual y rebelde del verdadero genio, capaz de orientar a las multitudes porque él ha señalado un camino nuevo y diferente, se plantea esta pregunta: « ¿Qué es, pues, el clasicismo?», ya que alguien podría decir de Góngora hoy: «Aquel clásico que fundó escuela propia...» (Resumido por Luis Bruzual)]. [392]

VANGUARDISMO
En los diccionarios modernos, hechos por las Academias, ¿se define bien este vocablo, y otros, por el estilo, que le precedieron? ¿Se citan siquiera? Confieso que lo ignoro en suma. Pero, ¿qué es el vanguardismo? ¡Terrible pregunta!
Si lo manejan personas de talento, verdaderos valores poéticos, el vanguardismo puede llegar a ser algo sólido, digno de estudio y de atención, algo que perdurará; si, por el contrario, es sólo una moda que usan caprichosamente determinados escritores, ya se perderá en la nada, cayendo en la eternidad del más profundo de los olvidos.
Si es un simple deseo, un anhelo vago y melancólico de novedades líricas, con su imaginación, el quela tenga puede inventar lo que guste.
Si es puramente paisajista o contemplativo nada nuevo habrá añadido esta vanguardia a la lírica de todos los tiempos, porque la naturaleza aparente no ha variado en lo más mínimo ni en forma ni en color.
La supresión de mayúsculas y el voluntarioso desconocimiento de la puntuación, como en Vargas Vila; los ritmos desiguales y multiformes, como en el Lunario Sentimental de Leopoldo Lugones; las imágenes feas, anacrónicas, anémicas, como en todos los ensayos vanguardistas que han venido apareciendo, francamente, señores, no fundan escuela, ni vanguardismo, ni época, ni nada.
¡Ah! El pantalón corto que en otro tiempo se usó con éxito, fue enteramente desdeñado cuando lo quiso el genio de la elegancia inglesa. Pasó de moda. Ahora quiere volver, pero nadie le ha hecho caso todavía.
Más, si el vanguardismo es una cuestión colectiva, una cuestión sociológica, hay que observarlo con mayor detenimiento.
Los modernos rusos, novelistas y poetas, han hecho alardes de entusiasmo inspirándose en la situación social de su país. Antes de la guerra, era la necesidad del cambio; después de la guerra, el cambio mismo.
Las escuelas literarias, o artísticas en general, no son asunto de formas sino de ideas, como ya se sabe. Llamemos, pues, vanguardismo [393] a las nuevas tendencias artísticas, a ese resultado definitivo y palpable de una moderna civilización de naciones, de una reciente orientación de conciencias, de un nuevo florecimiento de ideales. Digamos vanguardismo. Cada quien, sujeto a sus alcances personales, entenderá esto a su manera, al través de su modo de comprender la civilización moderna, de interpretar


El crítico Carriles ignora qué son las escuelas de vanguardia
Arturo Usar Pietri
Caracas, septiembre, 1928. En el otoño de 1924, residiendo en París, comenté un libro aparecido por aquellos días en librería, y del cual era autor un joven de la primera fila vanguardista, cuyo nombre no importa. Ese libro titulábase Mes Amis, y en sus páginas había párrafos como estos: «Los poros de mis piernas son negros. Las uñas de mis dedos de los pies son largas y afiladas; un extraño las encontraría feas». «Cuando me despierto, mi boca está abierta. Mis dientes están sucios; yo haría mejor en limpiármelos antes de acostarme, pero no tengo ganas de hacerlo».
Era una especie de diario, de autobiografía, en la cual de la primera a la última página, no había una imagen original y certera, ni bellezas de estilo, ni sugestión en el relato, ni ironía, nada de cuanto avalora un libro. Este era árido y llano como pudiera escribirlo cualquier valet de chambre. Sin embargo, en la peña a que concurría su autor en la Rotonda de Montparnasse, fue clamorosamente acogido, como un descubrimiento llamado a revolucionar las bases de la literatura; desgraciadamente, ese éxito familiar, no trascendió de puertas afuera y a estas horas pienso que toda la obra literaria de ese joven, se redujo exclusivamente a tal libro; nada he vuelto a ver en estos cuatro años, patrocinado con su nombre.
Insiste el articulista a todo lo largo de su disertación sobre el aspecto de productos necesarios de un momento que tuvieron los diversos movimientos literarios de las letras francesas.
Ciertamente que todos ellos respondieron a necesidades más o menos imperativas, pero difícilmente creo que se halle una sola tendencia literaria que haya respondido a una necesidad más efectiva e inaplazable que la vanguardia; en efecto, la guerra ocasionó el fracaso de [396] todos aquellos manoseados conceptos estéticos de los decadentistas, de aquel recargamiento vacío que expresaba el primer y típico rubenismo, las pobres musas de music-hall se hallaron impotentes para expresar aquella balumba de musculosas cosas inesperadas.

Propósitos sobre el vanguardismo L. Garza
Caracas, setiembre, 1928. En el número 6936 de El Universal apareció un artículo sobre el movimiento de vanguardia bajo la firma del señor Carlos L. Capriles. Es nuestro propósito dilucidar algunos puntos en los que diferimos totalmente de la opinión del citado señor.
Antes que todo voy a hacer hincapié sobre ciertos epítetos con que se designa corrientemente y en tono despectivo a nuestra juventud, se nos llama «muchachos principiantes» y «nuevos ricos de la literatura» ¿y qué? nos honra estar comenzando y nos honra haber hecho nuestro dinero; también un día Hugo fue principiante y Rockefeller nuevo rico!
El señor Capriles en su erudito artículo comienza por hacer una ligera reseña de historia literaria francesa y española, a la que nada tenemos que objetar como no sea la
La otra tarde un amigo abandonó a mis lecturas un folleto de poemas, obra de un menos de treinta años mexicano; lleva por título, Poemas interdicios, pero que debió bautizar mecánicos. El primero es una Canción desde un aeroplano:
Al llegar te entregaré este viaje de sorpresas,
equilibrio perfecto de mi vuelo astronómico;
tú estás esperándome en el manicomio de la tarde,
así, desvanecida de distancias,
Acaso lloras sobre la palabra otoño.
¿Puede nadie describir en la síntesis de un poema, con mayor acierto, la emoción de un vuelo? Lo dudo y hasta imagino que el lector, en más de una ocasión, sentirá el vértigo: tan compenetrado quedará con la visión del poeta.
Hojeando tu perfume se marchitan las cosas,
y tú lejanamente sonríes y destellas,
hoy que todo se apoya en tu garganta,
La orquesta del viento y los colores desnudos.
Esa novia electoral del poeta (¿será algún diputado femenino?) alcanzará a comprender su canto vanguardista? Es dudoso, en verdad.
Y en un poema a la Radiotelefonía, escribe:
T.S.H.
de los pasos
hundidos
en la sombra
Vacía de los jardines. [401]
El reloj
de la luna mercurial
Ha ladrado la hora a los cuatro horizontes.
Quizá al poeta parecióle que ese reloj ladraba la hora a los horizontes, cuando, posiblemente a lo que ladraba era a sus versos...
Al producir libros de esta índole, el autor debe comprometerse a explicar a los lectores el sentido total de esa asociación de frases, si en realidad contiene alguno. Tarea, al fin, fácil, porque los lectores habrán de ser pocos y casi siempre vanguardistas, que afirmarán haberlo comprendido de inmediato.
En conciencia, dudo que el vanguardismo de la literatura haga algo que no sea efímero, sin trascendencia ni estabilidad, y no faltarán gentes que propagándolo, escriban ateniéndose a las pautas de su conveniencia, sin tener a aquel en cuenta para nada, a la manera del español Picasso, que en París fundó el cubismo y pinta siguiendo las normas tomadas de diversas escuelas viejas, aunadas a las tendencias y originalidades de su verdadera personalidad de artista.
[El Universal, XX, 6945, Caracas (11 de septiembre de 1928), p. 1]. [403]


Uslar Pietri califica de gran hecho cultural
«la mezcla de españoles, indígenas y africanos»

MIGUEL ÁNGEL VILLENA, De EL PAÍS, Madrid

Lúcido, brillante y abierto al mundo y a sus inmensos cambios se mostró uno de los autores de primerísima fila de la literatura en español. A sus 91 años, el venezolano Arturo Uslar Pietri hace gala de una increíble agudeza y de una envidiable memoria, pero sobre todo de una vitalidad que sedujo a los periodistas que compartieron un desayuno con el escritor. Candidato al Premio Cervantes en varias ocasiones, Uslar Pietri presenta hoy en Madrid una selección de su obra bajo el título de La invención de América mestiza (Fondo de Cultura Económica). Para este autor, «el gran hecho cultural en América Latina fue el mestizaje, la mezcla entre españoles, indígenas y africanos».
Antes que nada, Uslar Pietri (Caracas, 1906) aclara que la palabra mestizo tiene mala fama y resulta malsonante, «con una carga negativa». A renglón seguido, precisa que los españoles tuvieron obsesión por la «limpieza de sangre» en un sentido religioso durante la Edad Media para evitar que personas de otras confesiones «contaminaran a los cristianos viejos». «Pero el escenario de América Latina tras la conquista abre una mezcla fecunda entre españoles, indígenas y, más tarde, africanos que convierten este mestizaje en uno de los grandes hechos culturales de la historia», relata el escritor venezolano con una erudición didáctica y nada afectada.
La conciencia de continente y una concepción unitaria del mundo a través de la lengua y del catolicismo aparecen como los efectos más visibles de la llegada de los españoles a América. En opinión de Uslar Pietri, «los ingleses o los franceses no cuentan con una figura mestiza de la talla de Garcilaso de Vega, hijo de un capitán español y de una princesa inca que fue educado en un palacio donde su padre y sus lugartenientes convivían con su madre y sus parientes». Otro caso emblemático de mestizaje fue Simón Bolívar, un criollo de clase alta, que fue educado por una aya africana a la que amó más que a su madre.
Claves del mestizaje

Como quien ofrece una amena lección, el escritor venezolano desgrana datos, cifras y análisis para explicar las claves del mestizaje. Así, cuenta que a la llegada de Cristóbal Colón al nuevo continente vivían en América, desde Alaska a Tierra de Fuego, entre 20 y 25 millones de indígenas, y apenas poco más de un millón de españoles llegaron a tierras americanas a lo largo de los siglos XVI y XVII. Por otra parte, alrededor de nueve millones de africanos, de diferentes etnias y lenguas, fueron llevados como esclavos entre comienzos del XVI y mediados del XIX.
No obstante, Uslar Pietri reconoce que los españoles llegaron a América «con espíritu de cruzada porque arrastraban los siglos de perpetua lucha y expansión de la Reconquista». «En realidad», apostilla el escritor, «llegaron a América para cristianizar como hicieron en Córdoba o Sevilla». Por todo ello, la conquista de América fue un acontecimiento deliberadamente cultural y al hilo de esta reflexión Uslar Pietri se permitió criticar a Hernán Cortés: «La primera regla que debe observar el buen conquistador es simular que respeta la cultura autóctona y Cortés vulneró ese principio al destruir, nada más llegar, las imágenes de culto de los mayas».
Con su elegante traje oscuro y apoyado en un bastón, Uslar Pietri da la impresión de sobrellevar esa maldición china de «tendrás una vida interesante». Ha escrito varias novelas, ha dirigido periódicos, ha ejercido como diplomático y ha publicado ensayos y cuentos. Pero no satisfecho con tejer una de las obras más densas de la literatura latinoamericana, también fue ministro de Educación en dos gobiernos de los años treinta y cuarenta. Impulsor de reformas educativas, de bibliotecas o de una Ciudad Universitaria, Arturo Uslar Pietri razona así su incursión en la política: «Todos los intelectuales hispanoamericanos han intervenido en la política porque allá no existen compartimentos estancos. Los intelectuales siempre han vivido preocupados por su país y han tenido una vocación profunda de educadores».
No parece muy preocupado por polémicas que le deben sonar como estériles o sencillamente estúpidas. « ¿La salud de la lengua española?», le pregunta un periodista. «Tiene una expansión formidable», responde Uslar Pietri. Hace una breve pausa y añade: «Observen que el español es la lengua materna, insisto en lo de materna, de casi 400 millones de personas. No ocurre lo mismo con el inglés o con el francés, que son lenguas de comunicación en muchos países de África o de Asia para personas que cuentan con otra lengua materna». Decididamente optimista, en contraste con otros intelectuales amargados siempre con la salud del español, Uslar Pietri remacha su argumento: «Fíjense que en Estados Unidos los descendientes de los inmigrantes hispanos conservan su lengua materna a diferencia de los muchos italianos que emigraron a América y perdieron su idioma».




Una injusticia a los 91 años

«No se es joven ni viejo. Se está vivo». A fe que esta frase de Arturo Uslar Pietri debe presidir toda su filosofía de vida a la altura de sus 91 años. Por ello encaja con donaire la obligada pregunta de « ¿por qué no le han dado a usted todavía el Premio Cervantes?» y contesta: «Bueno, no tienen porqué dármelo». Ahora bien, el autor venezolano no puede esconder un deje de amargura cuando confiesa: «En realidad poseo el récord de ser el escritor propuesto por mayor número de academias de la lengua». Cuando el galardón más importante de las letras españolas ha sido concedido a intelectuales de segunda división, sorprende todavía más la injusticia que se ha cometido con Arturo Uslar Pietri.
A partir de su novela Las lanzas coloradas, que publicó en 1931, el escritor caraqueño cultivó el «realismo mágico», un término acuñado por él mismo, en la narrativa con obras como El camino de El Dorado, Estación de máscaras u Oficio de difuntos. Pero ha destacado también en el cuento o en el teatro sin olvidar el ensayo donde ha mostrado sus preocupaciones por la historia y por la literatura latinoamericana. El mestizaje y los infinitos contrastes de un continente desmesurado e incomprendido han marcado su obra.
Uslar Pietri dijo hace unos años: «América ha sido una creación intelectual de Europa, una creación compuesta de imaginación, sorpresa, desajuste y necesidad de comprensión ante una realidad geográfica, natural y humana al principio desconocida, luego mal conocida y nunca enteramente entendida».
Amigo de juventud de Miguel Ángel Asturias y de Alejo Carpentier, el venezolano se autodefinió así ayer: «El guatemalteco Asturias era un maya y el cubano Carpentier procedía de un país donde los indígenas habían sido eliminados, pero con enorme presencia africana. Yo era el más mestizo de todos porque Venezuela alumbró un inmenso mestizaje».


Literatura y modernidad (El Indigenismo)
Enviado por Rafael Herrera Robles - tauripiedra@hotmail.com
Síntesis
El presente texto es un capítulo del libro inédito Barbarie y modernidad: el Perú en la globalización capitalista.
En las culturas primigenias (antiguas), los elementos del arte y la literatura se confundían con otros elementos, formando parte de los rituales mágicos religiosos, que servían de mediación en la acción humana sobre la naturaleza. Cuando el arte y la literatura adquieren cohesión y autonomía de esos rituales, proceso que llega a su culminación en la sociedad capitalista, tendremos un arte y una literatura moderna, al margen que de que los artistas y literatos aún puedan tener en su mentalidad elementos mágico religiosos, pero su producto, su creación, ya no es mediadora de la acción de la colectividad (sociedad) sobre la naturaleza.
El indigenismo como movimiento o escuela de arte y cultura emerge en el devenir de la sociedad peruana (ecuatoriana y boliviana), como expresión de la cultura y mentalidad andina, a veces con veracidad, otras veces con fantasía. Desde sus orígenes (con la conquista española) hasta hoy, tiene continuidad, pero en esa continuidad, cuyo trasfondo es el devenir andino inmerso en el conjunto de la sociedad, han existido cambios, por lo que es congruente decir que hay diversidad en la continuidad. Si bien la continuidad está garantizada por la reivindicación de lo andino, la diversidad consiste en el cambio de visión y perspectivas a través de los tiempos.
En primera instancia, en la conquista y parte de la colonia, los símbolos del indigenismo eran las elites sobrevivientes de la nobleza inca (exterminados al ser derrotada la revolución acaudillada por Túpac Amaru en 1780), y en el siglo veinte, como ruptura en la continuidad, el indigenismo está inmerso en las conflagraciones de clases en lo social (político), y en el arte y literatura es contemporáneo de las vanguardias, a las cuales pertenecen muchos de sus integrantes.
Una corriente o escuela, por lo general se ciñe al arte y cultura, cohesionándose en base a manifiestos y caudillos. El indigenismo sobrepasa a una simple escuela o corriente de arte porque, como diría Mariátegui, representa el devenir de una nacionalidad, de una cultura. Aquí está la raíz de su larga duración y su proyección futura porque la formación de la nacionalidad se está construyendo sobre "cimiento andino".+
LITERATURA Y MODERNIDAD (EL INDIGENISMO)
a.- Sobre el arte
Trotsky1 decía que en el arte, el hombre busca plenitud a la existencia que las sociedades, sobre todo las basadas en clases sociales, lo niegan. Y es que el hombre por naturaleza, es artista o esta condenado a ser artista, si se entiende como fundamento del arte, a la creación, a la imaginación e invención, a la proyección de un mundo diferente. Desde esta perspectiva, el arte es rebelde por naturaleza, buscando un nuevo horizonte, que unos lo proyectan al porvenir, y otros lo encuentran en el pasado, condenando de una u otra manera al presente.
Pasado y futuro rondan en la perspectiva del arte buscando plenitud a la existencia. Se añora del pasado la unidad perdida, los lazos comunales (de "parentesco") entre semejantes y entre el hombre y la naturaleza del tiempo de los orígenes, y a la vez se vislumbra un futuro diferente, aunque no se tenga plena conciencia de ello.
Los ancestros del hombre actual, a la vez que parte integrante de la naturaleza, la parte más activa, "dialogaban" o se "comunicaban" con ella, en su mentalidad panteísta-animista, del modo más "normal" y cotidiano, inmersos en el sometimiento y la enajenación, de la cual atrevidamente intentaban a la vez compenetrarse y sacudirse, al inicio por mediación de los rituales mágico religiosos, donde ya aparecían elementos de lo que posteriormente serían las artes, la ciencia y la técnica, intentando compenetrarse y someter a la naturaleza, buscando mejorar su condición de vida, en armonía con ella.
Aun hoy, los hombres (modernos) del siglo veintiuno, "rememoran" -sin darse cuenta- el pasado primigenio, particularmente mediante la música y canciones, donde hacen referencia a la naturaleza -cielo, estrellas, luna, sol, mar, flores, ríos, animales, plantas, etc.-, como si se tratara de seres vivos y como si entendieran su mensaje.
El ser humano se resiste, inconscientemente, a romper definitivamente su cordón umbilical con la naturaleza, de la cual había sido parte pasiva, transformándose luego en la parte más activa. El parentesco en tiempo de los orígenes no era solamente entre semejantes (humanos), sino también con el universo (naturaleza) en su conjunto. La tierra era la madre y todo lo que existía en ella -animales y cosas- guardaba relaciones de parentesco con el hombre. (Por ejemplo existían relaciones de "hermandad" entre una persona y un árbol o un animal).
Todo ser humano tiene contacto con el arte desde las canciones de cuna, y aun antes, en el vientre materno, donde los estudiosos consideran que (el no nacido) puede percibir cotidianamente estímulos de diversa índole, entre ellos los artísticos.
Lo que hoy se considera arte, no siempre ha tenido la misma acepción y el mismo lugar en la sociedad. En sus inicios, cuando no era arte propiamente dicho (si lo comparamos con el arte actual), sus elementos se confundían en el mundo de la magia y la religión, siendo su función principal, mediante ritos y ceremonias, acrecentar su relación de "parentesco" con la naturaleza, intentando "domesticarla" para su bienestar utilizando sus recursos. Todos los hombres tenían o podían tener aptitudes artísticas, pero no existía arte propiamente dicho ... ni ciencia propiamente dicha, que van surgiendo y cohesionándose, diferenciándose entre sí paulatinamente, proceso que culmina con la aparición del capitalismo y de la sociedad moderna.
El arte surge con la vida, pero no todos los seres humanos tienen las mismas cualidades artísticas, por lo que, debido a diversas circunstancias, que van desde la predisposición natural, a las oportunidades que encuentran en la sociedad, ocupan un lugar determinado, de manera activa o pasiva en el hacer o percibir el arte.
Por su mismo carácter de creación que integra lo racional con el subconsciente, el espíritu de un pueblo, la identidad de un pueblo, vive o supervive y se proyecta, principalmente por sus artes, particularmente en sus creaciones más líricas, más íntimas, entre ellas la música, la poesía, las canciones.
En las culturas primigenias, las diversas actividades, entre las cuales estaban latentes los elementos artísticos, por ejemplo los rituales con danzas y canciones, tenían carácter colectivo, y las "creaciones" eran hechas las más de las veces, por diversas generaciones. El autor individual no sobresalía aún del ente comunal al cual pertenecía, ya que sólo existía en tanto parte de la totalidad hombre naturaleza.
Cuando surge la división social del trabajo y posteriormente hacen su aparición las clases sociales, el mundo de la colectividad se va desmoronando y van sobresaliendo individuos, entre ellos los brujos o hechiceros, que hacen de intermediarios entre la colectividad y la naturaleza, de la que a la vez forman parte, temerosos de sus fuerzas (lluvias, terremotos, movimientos de los astros, animales, montañas, ríos, etc.) a las que pretenden conjurar con sus rituales mágico religiosos, esperando literalmente lo que hoy conocemos como milagro: que cambien las cosas por mediación de poderes sobrenaturales y mágicos. Este elemento mágico, de esperar el milagro, sobrevive en rituales de las religiones actuales, sobre todo en los creyentes más ingenuos. Así, en la religión católica, se dice que el sacramento del bautizo, "borra" el "pecado original", o sino, el que confiesa sus pecados, luego de cumplir con alguna "penitencia" ordenada por el sacerdote, se purifica de ellos.
Ya con el establecimiento de sociedades claramente diferenciadas en clases, el arte se va no sólo diferenciando del quehacer cotidiano del conjunto social, sino también especializándose e individualizándose y el anonimato en las creaciones persiste en el conjunto social, como una tradición y recreación por ejemplo en festividades colectivas, pero sobre ellos surge el creador, el autor personificado en un individuo, que sigue siendo un crítico en potencia, progresivo o retrógrado respecto del orden imperante.

b.- La literatura peruana
La literatura, un arte basado en la palabra, oral o escrita, no escapa a los criterios expuestos, entre otras cosas, en que hubo una época donde no era literatura propiamente dicha, sino que elementos de lo que sería la literatura, estaban entrelazados con otras actividades y elementos en los rituales mágico religiosos, de los cuales fue emergiendo hasta alcanzar cohesión intrínseca propia, al igual que otras artes, en las sociedades modernas.
Mariátegui en su estudio de la literatura peruana hizo la distinción entre la "literatura propiamente dicha" que trajeron los conquistadores, y la literatura anterior aborigen, que se confundía con la religión y los rituales mágicos. Como se sabe, hasta hoy, su propuesta no ha tenido fortuna en los medios académicos, y al contrario la crítica, (incluyendo de "mariateguianos"), lo ha acusado no solamente de negar la existencia de las artes y literaturas orales precolombinas, sino de negar la cultura aborigen en general. En realidad una crítica sin ningún sentido, ya que Mariátegui, más que nadie en su tiempo, reivindicó a las culturas aborígenes en todas sus vivencias, elevándolas al grado protagónico del cambio al socialismo, en la revalorización de las comunidades campesinas subsistentes a inicios del siglo veinte.
El fundamento de los que critican a Mariátegui, es cuando dice: "La civilización autóctona no llegó a la escritura y, por ende, no llegó propia y estrictamente a la literatura, o mas bien, ésta se detuvo en la etapa de las aedas, de las leyendas y de las representaciones coreográfico-teatrales2".
Sin embargo, sus críticos no reparan en que, líneas después afirma: "La infancia de toda literatura, normalmente desarrollada, es la lírica. La literatura oral indígena obedeció, como todas, esta ley3". (El subrayado es nuestro).
En otras palabras, para Mariátegui, antes de la llegada de los conquistadores, hubo literatura oral, que aun no se constituía en "literatura propiamente dicha", ya que para eso, entre otras razones, a su criterio, debe existir escritura.
La cuestión está aclarada. La propuesta de Mariátegui no deja de lado las culturas aborígenes, menos su literatura oral. La falta de comprensión por parte de sus críticos, se debe en gran parte, a que sus propuestas o enunciados en Mariátegui son un esbozo, que no fueron desarrollados por su temprana muerte. Por otra parte, su obra fue silenciada cuando no tergiversada por la corriente stalinista (que intentó "Acabar con el Amautismo").
Lo que es pertinente aclarar, es de que la literatura propiamente dicha no se reduce a la escritura, como equivocadamente pensaba Mariátegui, sino que puede ser oral, siempre y cuando logre cohesionarse así misma, con sus métodos de creación autónoma, independientes de otras disciplinas y al margen de rituales mágicos religiosos. Si es así, es evidente que estamos ante una literatura oral "propiamente dicha". De lo contrario, si la literatura oral forma parte del mundo ceremonial de la magia y religión, donde también hay elementos de lo que posteriormente sería la técnica, la ciencia..., no constituye "literatura propiamente dicha". Pero la respuesta concreta se tiene que particularizar de acuerdo al devenir de las culturas. En el caso peruano antes de la llegada de los conquistadores, la literatura oral, en palabras de Mariátegui, estaba en la "etapa de las aedas, de las leyendas y de las representaciones coreográfico-teatrales", cuestión que ha sido corroborada por otros estudiosos.
(Por otra parte, está aún por descifrar el significado de los Quipus en la cultura incayca. Se suele aceptar que se limitó a ser un sistema contable, estadístico, pero hay cronistas, entre ellos el sacerdote jesuita Bernabé Cobo en su Historia del Nuevo Mundo, quien afirma que además de sietmas contables, eran registros del devenir social, es decir, de la historia social económica en sus diversas facetas. En el supuesto que esto sea cierto, no cambia la concepción sobre la "literatura propiamente dicha".)
Queremos plantear dos cuestiones sobre la literatura oral. La primera es la creada luego de la conquista española, en la lucha de resistencia contra el colonialismo donde, junto a la literatura escrita, por ejemplo de los Comentarios Reales de los Incas de Garcilazo de la Vega, se propaga una literatura oral, para perpetuar en la memoria popular el pasado autóctono, pero junto a este proceso y formando parte de él, surge una literatura oral anticolonialista, por ejemplo en los mitos y relatos revolucionarios mesiánicos y milenaristas que se propagan de generación en generación (por ejemplo Incarri). También adjuntemos aquí, a los cuentos, leyendas,.., trasmitidos de generación en generación. Dejamos la pregunta de si esta literatura oral, (que en gran parte es diferente a la literatura oral de antes de la conquista), puede ser catalogada de propiamente dicha.
Por lo demás, danzas y canciones para las labores agrícolas subsistieron tiempo después de la conquista, y hoy, en gran parte es rememorado, pero sin su función original, transformándose en parte del folklore y costumbres populares.
La otra cuestión que queremos hacer referencia, ligado a lo anterior, es de que no es necesario retroceder en el tiempo para verificar que la literatura no se reduce a lo escrito, sino que además, en sus formas elementales está inmerso en la oralidad, no solamente por la subsistencia de pueblos o regiones iletradas en el proceso de desenvolvimiento desigual y combinado, sino también por otra razón fundamental, de que el arte y la literatura está inmerso en la vida cotidiana del conjunto de la sociedad, (en sus formas elementales), por ejemplo en el tarareo de canciones, en las representaciones teatrales, en los recitales, en las fiestas populares denominadas "folklóricas", en los medios de comunicación, en los centros de enseñanza, etc., Universo a partir del cual emerge la literatura más elaborada. Pero hay que decirlo que la oralidad literaria de los tiempos primigenios no es lo mismo que la oralidad de los tiempos presentes (que es moderna).
La oralidad del arte en los países andinos actuales, se puede decir que está en gran parte dentro de lo moderno, en tanto su creador o sus creadores (que pueden ser anónimos), ya no forman parte del mundo mágico religioso, aunque en sus creaciones (en su "inspiración"), estén permeados de esa tradición, pero ya no existe el vínculo ritual afectivo, práctico, en la sociedad. Distinto es que supervivan rituales antiguos, desvinculados de la vida diaria, por ejemplo en ciertas festividades folklóricas, muchas de las cuales ya no tienen su significado original, sino que se han "modernizado", ya que su función no es estrechar vínculos con la naturaleza sino divertir, adquiriendo un carácter hedonista, aunque mantenga en gran parte sus rituales tradicionales.
Mariátegui se hacía la pregunta: ¿Desde cuándo existe literatura peruana? y explica que la literatura que trajeron los españoles, pensada y sentida como españoles, aunque escrita en el Perú o sobre el Perú, no es literatura peruana, sino parte de la literatura española en sus colonias, la que deja su estela en el colonialismo de la literatura y cultura que supervive durante la república.
El primer valor signo de la literatura peruana para Mariátegui es el Inca Garcilazo de la Vega, el autor de Los Comentarios Reales de los Incas, del cual dice que es "el primer peruano, sin dejar de ser español", resumiendo o sintetizando toda una concepción, donde la conquista "escinde" el devenir de desarrollo autónomo, [una ruptura en la continuidad], originándose otro proceso, donde dominadores (conquistadores) y dominados forman una unidad en las relaciones sociales, en la cual los dominados hacen suyo para liberarse, los elementos libertarios de lo autóctono y de la modernidad, constituyéndose en el "cimiento" (andino) en la formación de la nacionalidad, contrariamente a los dominadores que para perpetuarse en el poder, hacen suyo el lado siniestro y bárbaro de la modernidad bajo una mentalidad de casta racista.












Alejo Carpentier
Vigencia política de lo real maravilloso
por Tulio Monsalve*
En diciembre del 2004 se conmemoró el centenario del nacimiento del cubano Alejo Carpentier. Por eso el Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos se unió a su homenaje y publicó una tetralogía integrada por Visión de América, Los pasos perdidos, El reino de este mundo y El siglo de las luces, que pretende mostrar parte de su obra novelística así como aspectos de su destacada e importante dimensión como periodista y ensayista.






17 DE MAYO DE 2006

Desde
Caracas (Venezuela)



"Las palabras no caen en el vacío" Zohar
La vida del maestro Alejo Carpentier se organiza en ciclos cargados con grandes significaciones y un solo sino, resaltar el valor que tienen nuestras expresiones históricas, artísticas y mitológicas.
Amalgama que permite dar relieve a la figura de los héroes militares y civiles que viven dentro del espacio de la sabiduría de nuestros pueblos. Que sin duda tienen que dar marco y fuerza a nuestros procesos civilizatorios. Se propuso, y logró, que nuestra cultura tuviera un camino para alcanzar su ubicación, sin temores ni complejos, al nivel de las grandes y antiguas culturas del mundo. Sus ciclos vitales se pueden resolver al asociarlos al influjo de tres ciudades, La Habana (1904-1928; 1939-1945; 1959-1966); París (1928-1939; 1966- 1980) y Caracas (1945-1959).
Queremos resaltar los 14 años que vivió en Venezuela que para muchos críticos son de los más fructíferos que se le conocen. En este período produjo cuatro de sus más notables novelas, El reino de este mundo, Los pasos perdidos, El acoso y El siglo de las luces, así como los cinco reportajes sobre la Guayana venezolana que constituyen su trabajo Visión de América. Que han de servirle como fundamento para desarrollar su novela Los pasos perdidos. Durante el lapso termina su libro La música en Cuba, que le había solicitado el Fondo de Cultura Económica de México.
En Venezuela es notable su trabajo periodístico en su columna del diario El Nacional, donde acumuló cerca de dos mil artículos y crónicas sobre los más diversos temas: literatura, música, cine, artes plásticas, arquitectura, arqueología, antropología, historia, y en general muchas tesis sobre el saber humano. Entre los caraqueños, que tuvieron la suerte de recibir su cordial trato, recuerdan su participación en la actividad publicitaria, en la empresa ARS que dirigía su amigo Fernán Frías, allí compartió ideas, y no pocas ocurrencias, con otros colegas a quienes asombraba con sus salidas y recursos discursivos de gran vuelo.
Según escuché decir a Miguel Otero Silva, otro de sus amigos cercanos, escogió la publicidad como oficio temporal por cuanto le permitía mayor ventaja para estar cerca del mundo de la novela, para el que estaba más que dispuesto, capacitado y comprometido.
En 1959, a raíz del triunfo de la Revolución Cubana, Carpentier deja Caracas y se reinstala en La Habana. Una de sus tareas más destacadas a favor de las letras del continente fue su presencia como Director Ejecutivo de la Editora Nacional de Cultura, sin abandonar sus compromisos con diversas publicaciones en toda América Latina.
Una de las constantes que más nos motiva y acerca a la obra de Alejo Carpentier, es su fervor por rescatar y darle valor a los orígenes del intelecto que, en la contemporaneidad, permitió construir nuestros esquemas civilizatorios actuales. Reivindica las infinitas formas que adoptó la historia para defenderse de la banalidad oficial con la que se le ha pretendido teñir, buscando en todo cuanto estuvo a su alcance los datos para rescatar la memoria de nuestra América.
Él lo dijo, esta historia sigue pesando sobre el presente, y quizás con más fuerza, por ejemplo, sobre el moderno mundo europeo. Tenemos la suerte de tener muchos datos que asombran sobre la atemporalidad de nuestra realidad contemporánea y, más paradójico aún, su permanente influencia de todo cuanto en nuestro derreredor político existe. En él viven grupos cuya savia y costumbres están aún animados por leyes muy anteriores al descubrimien- to, y el proceso de conquista de nuestras tierras.
En contra de la lógica (y a pesar de la obra de don Alejo) conviven en América, desde irritantes prácticas políticas surgidas del medioevo hasta formas y estilos sociales y políticos propios de la posmodernidad. Toda esa intemporal realidad es parte actora de nuestra vida. Su presencia es dinámica, poderosa y fácilmente se constituye en la materia prima que anima a nuestros escritores a navegar en la complejidad de los tiempos sin que pierdan el sentido de lo real maravilloso. La preocupación de Alejo Carpentier por la historia es una obsesión. Su tiempo ensarta realidades que van desde el rompimiento del diablito ñañigo con las cortes celestiales (Ecue yamba-O), o la reunión en un cementerio entre Vivaldi y Stravisnky (Concierto barroco).
Descubre y se divierte con las extrañas esencias de ese juego del tiempo donde el presente vive enmarañado con el pasado, o viceversa. Destaca el valor casi mítico del tiempo, presenta seres, realidades, procesos sociales, en los que las líneas del espacio no tienen la lógica formal de la esperada linealidad. En su modo y técnicas de narración los temas que aparecen no respetan costumbres literarias apegadas a lo convencional.
Existe, obvio, la realidad, pero es tenida como un elemento de la historia que no se complica ni se aferra a los órdenes de la cronología. Logra con su magia de literato mostrar lo real y hacerlo verosímil, según una lógica anárquica propia de nuestro temperamento latinoamericano y caribeño. Crea, inventa, desarrolla una armonía entre el tiempo y nuestra cultura, tan perfecta, que no puede ser otra cosa que "real" y cónsona con su profunda y original manera de narrar o más exactamente de narrarnos como seres de esta porción de la tierra.
En esta búsqueda logra plasmar lo que de universal tiene nuestro sencillo mundo latinoamericano. Ese modo de vivir de nuestra gente lo encontramos en sus obras de mayor significación. El reino de este mundo (1949), se apoya en hechos históricos, pero no cae en la tentación de presentarlos como meras crónicas, y verlos en su forma concreta y sucesiva, sino que su ánima literaria está ordenándolos por caminos de lo inexplicable maravilloso; valen por el orden de una estética, de un fervor narrativo, para dejar mensajes cuyo primer correlato simbólico es el político y el social. Siempre lo social. Por siempre lo político.
No se trata de Haití, o el Caribe, es todo un continente. Los datos, su unidad, su conexión están anudando el mundo político de nuestras repúblicas. Le retuerce el pescuezo a la realidad de lo actual para decirnos hoy, algo que Alejo Carpentier ya sabía de muy antes. Lo vemos:
Optimista: "la grandeza del hombre está en querer mejorar lo que es".
Blasfemo: "en el reino de los cielos no hay grandeza que conquistar".
Utópico: "el hombre sólo puede hallar su grandeza, su máxima medida en el reino de este mundo".
Irónico: "vivimos un mundo descabellado. Antes de la Revolución andaba por estas islas un buque negrero, perteneciente a un armador filósofo, amigo de Juan Jacobo. ¿Y sabe Ud. cómo se llamaba ese buque? El Contrato Social".
Terminante: "Una revolución no se argumenta: se hace".
La novela cuenta de los enfrentamientos entre variadas fuerzas. Pueden ser los esclavos, los esclavistas, o sus cipayos, encomenderos o adelantados, no importa el nombre o la clase que representen. Son paradigmas los que retrata para que vuelvan a revivir en el presente… y todos los presentes que tengan que superar nuestras repúblicas. Pinta a su Mackandal, para que, cual mito eterno, se muera y vuelva a resurgir en tantos Mackandal como sea necesario. Eternos, testarudos, feroces, infranqueables. Radicales hasta en su esperada muerte e impensada resurrección. Circularidad que aterra con su disciplina. Terca vida. Insistente presencia que nunca nos abandonará por el resto de nuestra vida como repúblicas.
La narración pasa de Mackandal al reinado de Henry Christophe, gestor de una paradoja tan real como funesta, al convertir a sus hermanos ya libres por la ley vigente, en esclavos, término abolido de los códigos vigentes. Arbitraridad propia de dictadores. Idea que luego desarrolló en forma entre dramática y humorística en su novela: El recurso del método. Esta, como también El reino de este mundo, está llena de símbolos. Unos teatrales otros calamitosos, ambos terriblemente reales. Lo significativo de todo esto es su indiscutible vigencia contemporánea. Tan real que pareciera estar prescribiendo signos a la agenda de muchos de nuestros gobernantes contemporáneos. Esa es la grandeza de su obra, llena de visiones que no pueden soslayarse y que, por la fuerza de su precisión, siguen germinando en la obra de novelistas que fueron sus lectores.
Esto me conduce a otra novela que también se vincula con el recuerdo vital de su etapa venezolana: El siglo de las luces (1962). Acá se remarca una de sus ideas estelares, la obligada relación entre los procesos de socialización de nuestras repúblicas, y los fenómenos políticos y sociales del resto de la humanidad. Se descubren allí muchas de las falsedades estructurales que dieron forma a nuestras indescifrables democracias representativas, al desnudar cómo fue desnaturalizada nuestra libertad para pensar y actuar en el campo político.
En El siglo de la luces, surgen claves para buscar la identidad de este "nuevo mundo", y tender líneas que hoy podemos rescatar para dar orden y sentido a nuestros procesos de relación entre naciones o como nacionalidades. Sobre todo es vía para saber por qué y cómo mirar al Caribe, y evidenciar la realidad de políticas que logren, a partir de todas las conexiones que nos presenta Alejo Carpentier, maneras más precisas que realcen nuestras semejanzas como culturas aptas para crear unidad y comunidad. En síntesis, integración. La obra es, para mí, una narración de orden político, que busca a través de bellísimas y logradas figuras y notable estilo literario, ir creando cuadros cuya realidad aterra por la densidad de los símbolos que rescata.
Una vez lo hace para delatar la eterna confrontación ideológica (libertarios asociados a las ideas de la Revolución, enfrentados con practicantes de ritos de religiones diferentes a la católica); otra, notando el tema de las diferencias entre clases (los notables y cipayos representantes nacionales de intereses y grupos imperiales, y sus enfrentamientos por recibir prebendas y ventajas); y, otra para evidenciar la dinámica y relación entre grupos sociales que tanto se enfrentan por privilegios, como por su potencial para generar segregación y aislamiento social (la sorpresa de Sofía al visitar los barrios cercanos al puerto de La Habana, para descubrir mundos para ella inéditos), el uso de términos despectivos para referirse a personas en funcion del color de su piel (niches, espaldas mojadas, chicanos,sudacas, chinos, caliches).
Condición que, en otro momento de la narración, se convierte en una fortaleza para quien sea negro. Discordancias, signos de grandes contradicciones sociales entre clases que, aún en el presente, no están superadas. Conflictos universales que tuvieron efecto y mantienen vigencia en nuestro continente (acompañar a los personajes en un periplo que los asocia con la toma de La Bastilla en 1789, hasta desembocar en 1808 con el levantamiento del pueblo de Madrid contra las tropas napoleónicas). Son muchas las formas alegóricas que nos conectan con el violento mundo de Goya.
Nota resaltante es el toque de violencia que origina diversas y notables resemblanzas con el presente de nuestro continente. De la misma manera como nos llegan las ideas de igualdad, fraternidad, libertad y todas sus utópicas expectativas, nos sobreviene el terror. Así, nos cuenta en el capitulo XVI: "Luciendo todos los distintivos de su Autoridad, inmóvil, pétreo, con la mano derecha apoyada en los montantes de la Máquina, Víctor Hughes se había transformado de repente en una Alegoría. Con la libertad, llegaba la primera guillotina al Nuevo Mundo".
Volviendo a la cita del Zohar, que encabeza el artículo, tenemos que el optimismo y el sentido que refleja nos hace sentir ilusionados por el valor de la palabra de Alejandro Carpentier, y los efectos que ella debe tener en quienes la escuchen. Algo germinará. Algo debe suceder. Ya en Venezuela y en América Latina y el Caribe algo está pasando. Don Alejo: esté donde esté -o, adonde la mejor fortuna lo coloque, y que tiene que ser en el espacio de los justos-, corresponde estar satisfecho... el país que vivió, amó, analizó y del cual recibió tanto como le retribuyó, parece que sin saberlo, absorbió sus señas e interpretó sus mensajes y toda su fuerza, y sentido de justicia y humor. Desde allí nos ha dado líneas y valores para una agenda en plena construcción.
Magistral en toda su obra la firmeza, convicción constante y dedicación a reinvidicar, sin complejos, todos esos notables recursos ancestrales que la naturaleza y cultura de nuestros pueblos posee, y mantiene con gran orgullo y que, recién hoy, comienzan a constituir baluartes de los órdenes de la nueva civilidad, si no que lo diga Evo, el pachacutik, y todos los nuevos liderazgos de origen atávico que surgen en todo el continente.



CONCLUSIÓN
Este trabajo de investigación lo he con el fin de conocer la historia de la Literatura Venezolana, tan extensa e interesante, así como también conocer a los ilustres representantes de todas las tendencias existentes de la literatura: como la poesía, la escritura, las novelas, etc.
La literatura propia de Venezuela, es tan antigua como el país. Esperamos, que la investigación cumpla con lo exigido
Miriam castillo
miriamjose_21@hotmail.com




























INTRODUCCIÓN
L a historia de la Literatura venezolana, es de importancia valorizar toda una gama de cambios desde la época de la colonia hasta la actualidad.
La literatura venezolana logro de muchos escritores, poetas, etc. Los cuales con sus sentimientos, llenaron a todos sus lectores de conocimientos, sentimientos, en todos los sentidos.
En este trabajo se escriben algunas características de ilustres personajes de nuestra literatura Venezolana.







































Texto agregado el 12-05-2007, y leído por 15062 visitantes. (2 votos)


Para escribir comentarios debes ingresar a la Comunidad: Login


[ Privacidad | Términos y Condiciones | Reglamento | Contacto | Equipo | Preguntas Frecuentes | Haz tu aporte! ]