La travesía
Capitulo 1
El día amaneció más temprano de lo habitual, para esa época del año. Desde hacía un rato se escuchaba el canto de los pájaros. Los rayos de luz se colaban entre las rendijas de la gruesa persiana. Un hilo de luz daba a Carlos en el rostro.
Esta luminosidad no le permitió a Carlos seguir durmiendo. A su lado estaba su mujer, Victoria. Carlos miró el reloj que estaba en la mesita de luz pegada a la cama.
Los movimientos de Carlos terminaron por despertar a Victoria, que aún semidormida, preguntó la hora.
Carlos sabía que tenía dos horas para prepararse para el viaje, así que decidió levantarse. Contó hasta tres, tomó impulso y se sentó en el borde de la cama. Caminó despacio hasta el placard, que estaba en la pared, de frente a la cama.
Lo abrió suavemente, evitando hacer ruido, para que su mujer no terminase de despertarse. Se vistió y se calzó unas viejas botas de cuero marrón. Después se dirigió al cuarto de sus hijos.
Juan y Mariano, de catorce y diecisiete años, dormían profundamente a juzgar por sus intensos ronquidos y por la placidez de sus posturas.
Carlos llamó uno por uno a los jóvenes. Estos se fueron despertando con lentitud y dando fuertes bostezos. Mientras ellos se vestían, Carlos bajó y preparó un desayuno bastante pobre. Su esposa era quien los preparaba cotidianamente.
Desde la ventana, se veían, a cincuenta metros, los establos. Allí se encontraban los caballos. Detrás de los establos se veían, a lo lejos, las montañas con las puntas nevadas. Estas eran parte de Los Andes, una de las más grandes cadenas montañosas.
Los muchachos bajaron las ruidosas escaleras y se sentaron en una mesa de rustica madera. Carlos les sirvió el café con leche, tal como acostumbraban. Para acompañar habían algunas facturas del día anterior y mermelada de frambuesa casera, que hacía una anciana vecina.
Mientras esto pasaba, en una habitación pequeña al lado de la cámara del matrimonio dormía la pequeña Lulú, la niña mimada de toda la familia. Sus hermanos la sobreprotegían y la adoraban.
Abajo, Carlos había hecho una lista con lo necesario para la travesía.
Capitulo 2
Después del desayuno Carlos bajó los bolsos, mientras los muchachos iban a buscar los caballos. El caballo de Juan era un bayo negro y marrón, de pocos años de edad.
Mariano era dueño de una yegua que le había regalado un conocido de la familia. Era un hombre que vivía en la abundancia, gracias a unos negocios de contrabando.
El animal de Carlos era un caballo joven de gran linaje. Este le había costado varios meses de privaciones. A causa de esta adquisición el matrimonio había reñido y Lulú se había puesto a llorar. Sus hermanos la tranquilizaron.
Lulú estudiaba en el pueblo. Los domingos su padre la llevaba al pueblo a la casa de una tía, hermana de Victoria. Se ocupaba de llevar, todos los días, a la niña a la escuela.
Los hermanos, que hacían varios viajes al pueblo durante la semana, la visitaban y le llevaban dulces. También controlaban que estuviera todo bien. La extrañaban mucho.
Victoria quedaba a cargo de la casa. Limpiaba y mantenía todo en orden.
El motivo del viaje era traer a una cuadrilla de caballos purasangre. El contacto estaba en Chile. Ellos vivían en Mendoza. La idea era cruzar Los Andes por el paso “Pozos negros”.
El hombre que les vendía los caballos, era un comerciante de inmensa fortuna. Además era intendente de la región en que vivía. Los caballos serían revendidos a Buenos Aires. Este negocio dejaría a Carlos una, nada despreciable ganancia.
Parte del dinero sería para los muchachos. Estos estaban ahorrando para ir a la universidad, en la capital. La travesía duraría cerca de cuatro o cinco días, dependiendo del clima que les tocara.
En Buenos Aires, los caballos serían destinados a varios aras y serían entrenados para las carreras. Con suerte correrían en los hipódromos de Buenos Aires o San Isidro.
Capitulo 3
Esa misma mañana el padre y sus hijos emprendieron la travesía. Los caballos estaban preparados y los bolsos ya estaban listos. Carlos había introducido en ellos gran cantidad de víveres y abrigos.
A las ocho en punto, el trío partió en medio del frio y bajo el espeso rocío. Alrededor había una calma sorprendente.
Los tres cabalgaron hasta la tranquera de su campo y tomaron un camino de tierra que llevaba a las montañas.
A lo lejos había una vertiente que se convertía en río. Para cruzar este había un puente de madera. Cerca de allí se veía una cabaña., donde vivía un viejo ermitaño. Este les salió al encuentro y les pidió algo para comer. Pero Carlos se negó y pasó a su lado con indiferencia. El alimentó que tenían no les permitía el lujo de usarlo como caridad.
Cuando se alejaban el viejo los insultó entre gestos y gritos incomprensibles. Los muchachos se reían y hacían bromas sobre el viejo. A quien además habían hecho travesuras cuando eran niños.
El padre los reprendió con duras palabras y les contó la dura vida del vejete ermitaño. Su esposa había sido asesinada cuando un grupo de forajidos delincuentes asaltó la estancia del viejo. Este se resistió y como castigo mataron cruelmente, frente a él, a su esposa y amada Rosinda.
Después del suceso el viejo fue aislando y su mente se enfermó de tristeza por la muerte de Rosinda. Al poco tiempo un juez le quitó lo único que le quedaba: sus tres hijos. La justicia alegaba que no estaba en condiciones de criarlos como debía. Ahora el viejo no era más que un demente difícil de tratar.
Mientras los hermanos iban escuchando la historia, sus ánimos fueron declinando poco a poco. Se quedaron con gusto amargo en la boca y una sensación de tristeza en el pecho.
El grupo siguió el camino callado y cabizbajo. Su padre para reparar el desanimo, los trataba de consolar, diciéndoles que no era para tanto. Para colmo la culpa de haber sido ellos tan poco condescendiente con el viejo, cuando eran niños. En fin, después de un rato ya habían olvidado al viejo y pensaban en la travesía y en los caballos.
El camino se iba haciendo, lentamente, cuesta arriba. La inclinación no era demasiada pero se sentía. A los caballos se los sentía cansados. La naturaleza se iba haciendo cada vez más agreste.
A veces se cruzaban o se veían animalitos, como cuises, lagartos o comadrejas. Solo una vez vieron un puma a lo lejos. En el cielo planeaban los cóndores.
El caminó se empezó a poner serpenteado y ripioso. Debían estar atentos para evitar algún accidente. Por momentos tenían el precipicio a la derecha y la pared montañosa a la izquierda. A veces era al reves.
Mariano estaba tenso, tenía cierta aprensión a las alturas. Iba siempre receloso y mirando para abajo con cautela. Los viajeros iban en fila y hacían comentarios sobre el paisaje y sobre si Lulú estaría aún dormida.
Las nubes se fueron disipando, se podía ver el cielo claro y de un celeste sutil. A los tres se les tapaban los oídos, pero Juan, siempre previsor, traía unos caramelos que disminuían el efecto que producía la altura.
A medida que subían y bajaba el sol el frío iba aumentando. Hicieron una parada y Carlos sacó de uno de los bolsos algunos abrigos: camperas, buzos, bufandas, etc.
A la par del frío se hacía fuerte el viento, casi helado. Siguieron un par de horas más y, en un claro que les pareció apropiado se apearon. Los tres fueron atando sus respectivos caballos a los árboles que por hay se hallaban diseminados.
Según el mapa habían recorrido casi la mitad del camino que los llevaba a …., del otro lado de la frontera.
Juan prendió una fogata y asó algunos trozos de carne que había preparado Victoría, el día anterior. Junto a la carne habían también reservas de galletas y mermelada.
En una vertiente recogieron agua, con la cual prepararon té de manzanilla. Carlos les ofreció un poco de tequila, que llevaba escondido en una cantimplora. Así Juan y Mariano tomaron por vez primera bebida alcohólica blanca.
Por su parte Mariano traía un atado de cigarrillos Philip Morris. Su hermano y su padre aceptaron consecuentemente. Finalmente se acostaron en las gruesas y abrigadas frazadas y se durmieron.
Al día siguiente, bien temprano, reemprendieron la marcha. Después de cabalgar alrededor de dos kilómetros, encontraron al costado del camino un cuerpo tirado entre los altos pastizales.
Se acercaron cautelosamente y lo dieron vuelta. Era un hombre de mediana edad y estaba vivo. Le preguntaron si estaba bien y que le pasaba. El herido, con poca fuerza, relató lo sucedido. Un grupo de salteadores lo habían asaltado y golpeado con crueldad.
Los sujetos se llevaron su caballo y sus pertenencias. Los muchachos quisieron levantarlo pero el hombre aullaba de dolor, al parecer tenía una pierna quebrada, de milagro no lo mataron.
Los viajeros lo llevaron con ellos hasta la frontera. Allí había un puesto sanitario. Lo recibieron y se comprometieron a curarlo. Los tres lo dejaron allí, y después de un trámite siguieron por territorio chileno.
Capitulo 4
El recorrido, después de cruzar la frontera, fue ameno. El día estaba soleado. Las aves cantaban melodiosamente. A lo largo del camino se cruzaron con varios campesinos y montañeses. Estos se mostraban amables y les preguntaban a los viajeros de donde venían y si necesitaban algo.
En un valle vieron una casita humilde. Se dirigieron a ella. Una niña descalza les salió al encuentro. Esta los invitó a acompañarla. Descontó que se llamaba Natalia. Los cuatro se dirigieron a la casita. Cuando llegaron la niña les presentó a los andantes, a sus padres. Estos les ofrecieron té caliente. Los tres aceptaron gustosos dado el frío que los abatía.
Se sentaron en una mesa muy rustica. Allí les convidaron pan tostado con manteca y azúcar. El hermano mayor de la niña les dio de beber agua y comer a los caballos.
Carlos le regaló a la niña un llavero, de madera tallada, con forma de oso, que llevaba en el bolsillo. La pequeña quedó fascinada. Probablemente era lo más parecido a un juguete que había visto en su vida.
Los viajeros se quedaron charlando un rato con la familia. A pesar de vivir en aquella soledad, casi aislados, se expresaban con propiedad y cultura. Ya era hora de partir, no se podían quedar mucho. Debían aprovechar al máximo la luz del día que quedaba. Se despidieron y prometieron volver a saludarlos en el viaje de vuelta.
El padre y los hijos siguieron camino con normalidad. Este se hacía cada vez más fácil de transitar. Era hora de encontrar a Marquez, el contacto para la compra de los caballos. Preguntando a los campesinos localizaron el campo este hombre.
En la estancia de Marquez, donde vivía con su numerosa familia, tenía a su servicio gran cantidad de empleados. La casona principal tenía tres pisos y su fachada estaba pintada de un rosa salmón.
El jardín que había frente a la casa cuidadosamente adornado con flores de diversos colores. Los caminos internos eran de ladrillo en polvo de color rojizo. Más alejado estaba el establo con los caballos. Habían alrededor de sesenta boxes, con aproximadamente setenta y cinco caballos de gran calidad. Algunos destinados a las carreras y otros al salto.
En la tranquera, tanto cuando entraron como cuando salieron los vigilaron con celo tres o cuatro hombres armados de muy mal aspecto.
Marquez era de baja estatura y entrado en carnes. Usaba un bigote largo y negro, y un sombrero beige de lona. Solía fumar, con ceremonia, un habano cubano de gran calidad.
En seguida los invitó a pasar a su oficina. Esta estaba adornada con cuadros de vívidos colores. Pegada a la pared había una biblioteca y en el medio un escritorio con sillas.
Los muchachos prefirieron esperar afuera y que su padre arreglaba los detalles de la compra. Después de algunos minutos, Carlos salió con buen gesto en la cara. Todo estaba en orden.
El siguiente paso fue ir a ver a los caballos en cuestión. Debían revisar si estos correspondían a la información detallada en los documentos. Todo concordaba con gran exactitud.
Además a Carlos le había caído muy bien Marquez. Había quedado asombrado de lo culto que era. Un grupo de empleados prepararon los caballos para el viaje. Cuando estaban apunto de irse, apareció Marquez por un camino que venía de la casona y los invitó a pasar la noche allí mismo.
Fueron conducidos por una hermosa mujer a las habitaciones. Dejaron el equipaje y bajaron para la cena. Allí conocieron a la madre, la esposa y a los hijos de Marquez. Estos últimos eran siete en total, el más pequeño tenía cuatro años y la mayor veintiuno.
La comida era exquisita, de la mejor carne vacuna, acompañada de ensaladas, y bien condimentadas. Para tomar les ofrecieron pisco, típica bebida alcohólica chilena. Después de la cena hubo una entretenida sobremesa con chanzas incluidas.
Ya cansados subieron a dormir. Los aposentos eran agradables y cómodos. Se acostaron e hicieron comentarios sobre Marquez, su casa y su familia. Estaban asombrados. Se quedaron dormidos en unos pocos minutos.
Capitulo 5
Al día siguiente se levantaron temprano se prepararon para partir. Por orden de Marquez, un peón los acompaño hasta la frontera. En este lugar les indico, el según él, mejor camino que había para hacer el trecho final por la cordillera.
Agradecieron al hombre y siguieron camino.
Estaban contentos. El día era bueno. Ya estaban terminando de llevar a cabo la empresa que se habían propuesto. Los caballos eran buenos y sanos. Eran en total. Sacarían una buena diferencia.
En un arroyo pararon para tomar agua y calmar la sed de los caballos. Comentaban que ya extrañaban a Victoria y a Lulú. Se preguntaban si a ellas les pasaría lo mismo. Cuando caía la tarde encontraron de casualidad una cueva bastante habitable. Ataron los animales cerca de la entrada y se acomodaron adentro, después de prender un fuego. Ya, sin el frío viento y con más temperatura ambiente durmieron casi tan bien como la noche anterior.
Era sábado. El trío finalmente estuvo de vuelta en casa. Lulú y Victoria los recibieron con afectuosos abrazos. Hacía horas que miraban a cada rato, por la ventana de la cocina que daba al camino.
Las dos mujeres habían pasado unos días de visita en la casa de la tía Matilde, en el pueblo. Matilde era la persona que se ocupaba de Lulú durante los días de semana.
Allí, habían jugado en la plaza con el tobogán y el “sube y baja”. Frente a la plaza tomaron un helado. El preferido de Lulú era el de chocolate. Aunque no estaban del todo tranquilas. Siempre estaba el temor de que les pasara algo a los viajeros.
Ese mismo día de llegada, la madre y la hija habían cocinado unas galletas con dulces. Después de comerlas Carlos las llevó a los caballos adquiridos.
Victoria se mostró entusiasmada con uno desde que lo vio. Quería quedárselo, pero esto era imposible, valía demasiado dinero.
Esa noche, todos durmieron profundamente, menos Carlos que corría la cortina de la ventana de su cuarto a cada momento y miraba en dirección a las caballerizas.
Temía ser victima de un robo o algo semejante. Estaba algo paranoico.
Capitulo 6
Al día siguiente, cuando salió el sol la familia se fue despertando. Carlos había dormido poco y nada. Y por su culpa de sus movimientos, Victoria había corrido la misma suerte que Carlos.
A pesar del cansancio Carlos agarró su caballo y cabalgó hasta el pueblo. En una oficina de correos habló por teléfono a Buenos Aires, con la persona interesada en la compra de los caballos.
Del otro lado del teléfono lo atendió una voz femenina y joven. Dijo ser la secretaria de Smith, empresario ingles vinculado al turf.
Cuando Carlos se presentó, le pasaron la llamada con Smith. Quien lo atendió con cortesía y se mostró muy interesado en la transacción.
Estuvieron hablando un rato concertando precios y lugar de entrega.
Smith tenía un aras en las afueras de Buenos Aires.
Carlos volvió a su casa a trote largo y comunico a la familia las novedades. Debían emprender un nuevo viaje pero esta vez al sur, a la capital de la Republica. Los muchachos se entusiasmaron. Querían conocer la ciudad rioplatense.
A la tarde la familia entera fue a cenar a una cantina del pueblo. Pero el objetivo principal era averiguar en la estación de tren la posibilidad de viajar y llevar a los caballos.
El próximo tren saldría en dos días. En uno de los vagones de carga podrían acomodar con facilidad los seis caballos. Mientras que Carlos y sus hijos viajarían en un vagón de pasajeros.
Finalmente llegó el día y el tren partió con todos a bordo. Por las ventanas de los vagones iban mirando en paisaje. Nunca pensaron que podía existir toda esa cantidad de tierras destinadas a la plantación de girasol, maíz y trigo.
Esa noche la pasaron viajando y pasando por diversas estaciones. El paisaje, prácticamente no se modificaba. El tren llegó a Retiro, sin atrasos.
Allí los esperaba un camión para cargar los caballos. Dos hombres de Smith, se encargaron de subir los caballos. Un taxi con los viajeros los llevó al aras.
De camino dieron un recorrido, casual, por la ciudad. Quedaron anonadados por la anchura de las avenidas y los altos edificios. También observaban el transito sin poder creer que no se chocaban los autos entre si, con más frecuencia.
Cuando llegaron al aras los recibió Smith en persona. Era gordo y fumaba sin parar. Estaba vestido con un traje negro con chaleco. Este los llevó a una mesa ubicada al lado de una pileta y les dio el dinero billete a billete.
Al final de la conversación, los invitó al teatro y al hipódromo. Y les comunicó que tenían a su disposición la habitación de un hotel y que se podían quedar todo lo quisieran.
Capitulo 7
La estadía en la ciudad duro una semana. Victoria fue avisada de este retraso y no se sintió molesta, al menos no lo parecía.
Lo que restaba de ese día lo utilizaron para caminar por la ciudad. Estuvieron en la Plaza de Mayo, el obelisco, y pasearon por el centro de la ciudad.
La siguiente jornada fueron al teatro, Smith los invitó a el Colon. Allí vieron el “Tartufo” de Moliere muy bien representado. Ellos no habían estado nunca en un teatro. Después de la función tomaron chocolate en el Tortoni, emblemático bar porteño.
Los días subsiguientes frecuentaron el hipódromo de Buenos Aires. Y hasta llegaron a ver correr a un de los caballos que habían traido, y que ganó su carrera.
Con lo que ganaron con la venta de los caballos y con las apuestas en el hipódromo, les alcanzaba con creces, a los muchachos para bancarse los estudios en la universidad.
Carlos ampliaría las caballerías y seguiría con el negocio de los caballos.
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