Eugenio y Eugenia.
Los amigos los llamaban los “Coné”, adictos a las caricaturas de Condorito y su sobrino Eugenio: Coné “que gozaban de gran simpatía en niños, jóvenes y adultos porque es un buen amigo de ellos y es, además, un héroe macanudo con todos sus cachivaches y con toda la barba. Se trata del cóndor chileno ave que goza del alto privilegio de ostentar su arrogante efigie en nuestros blasones, y al que el dibujante Pepo (René Ríos) ha humanizado con su lápiz extraordinario, caracterizando en él al hombre del pueblo, al rotito empeñoso, descachalandrado y aventurero, servicial y bueno como el pan”.
Eugenia, secretaria de una entidad fiscal, Eugenio, estudiante de contabilidad vespertino y empleado de una fábrica de juguetes, durante la jornada laboral diurna. Se conocieron en un asado, invitados por amigos en común, se enamoraron y se casaron a poco meses del encuentro, la Coné era casi una niña y su familia de antiguas costumbres y tradiciones no le permitían al Coné cortejarla sin una hermana o hermano presente, lo que determinó a la pareja de jóvenes tortolitos contraer matrimonio, así, con el trabajo de ella, con el trabajo de él y los deseos de tener una vida propia.
La abuela de la Coné les concedió el privilegio de pasar el fin de semana de recién casados, en su departamento de la Avenida La Marina, en Viña del Mar, frente al puente Casino, cruzando éste, el Casino Municipal de Viña del Mar, imponente edificio que con su multiplicidad de salas de juegos, espectáculos y restaurantes, es sin duda el mayor centro de atracción durante todo el año, los Coné, no fueron la excepción, y como se dice popularmente “con las patas y el buche y unas pocas monedas en el bolsillo del Coné”, una noche de Sábado visitaron el Casino, solo para mirar.
Temerosos y extasiados por las luces, alfombras y público delirante, se pasearon entre las mesas de juego y los tragamonedas, la música, la voz del croupier al lado de la ruleta, que dirige la partida, promueve las apuestas, lanza la bolita, cobra y paga por cuenta del casino, los mantuvo mudos e incrédulos ante el cúmulo de emociones que se respiraban y se oían en cada lugar, en cada mesa, en cada máquina.
Luego de una largo rato y habiéndose aprendido de memoria el entorno, el Coné se animó a jugar en una máquina tragamonedas, perdía, ganaba unas cuantas, volvía a perder, recuperaba su inversión, entretenido, ajeno a la presencia de la Coné, ella aburrida y con ganas de retirarse del lugar, se hacía tarde y su única ilusión era un paseo en “Victoria”, típico paseo viñamarino en un coche o cabrita tirado por un caballo, dejó al Coné en su ensimismamiento y se detuvo a observar una mesa de juego en que todos parecían muy concentrados además de silenciosos. Se hacían apuestas con cartas y había que sumar veintiuno. Una señora ya mayor que jugaba en esa mesa, vio a la joven y le pidió que se sentara en su lugar por mientras que ella iba a comer algo, le dijo tener mucha hambre y que no se demoraría.
La Coné aceptó sin saber, ni siquiera imaginarse que el juego seguiría y que ella debería jugar, el Coné que ya estaba a su lado le compró una ficha y ella jugó y ganó, la señora que reemplazaba no llegaba y tuvo que volver a apostar, y apostó más, volvió a ganar y en consecuencia de la apuesta, ganó más, siguió las apuestas cada vez más altas y siguió ganando uno a uno cada juego, los demás jugadores siguieron su apuesta y comenzaron a ganar todos, la mesa tuvo que reponer las fichas ordenadas en cajas, la señora mayor que ya había regresado de su cena no aceptó tomar nuevamente su lugar, siguiendo el juego de la Coné, -¡suerte de primeriza!- decían algunos, suerte o no la Coné siguió ganando, y los que la siguieron también.
No hubo paseo en Victoria, un taxi los llevó la cuadra y media de distancia hasta el departamento en donde pasaban el fin de semana, la cantidad de dinero obtenida era exorbitante y tentadora para quién hubiese sido testigo de los hechos, los Coné prorrogaron su regreso a Santiago a mediodía del Lunes siguiente, dejando depositada la millonaria suma en su escuálida cuenta bancaria.
Esto sucedió hace treinta y dos años en el Casino Municipal de Viña del Mar, los Coné supieron aprovechar el gran golpe del destino, compraron un departamento, formaron una familia y el Coné pudo continuar sus estudios universitarios con tranquilidad y solvencia.
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