Qué importante es tener un lugar, donde cada vez que vuelvas puedas sentirte con 17 otra vez. Los asolescentes sueñan con la madurez, con la legalidad, con un auto, con jugar juegos de adultos, sin darse cuenta de las responsabilidades que un año implica. Si de mi dependiera, me quedaría de por vida en los 17. Donde todavía no es tarde para jugar con muñecas, y todavía es temprano para ingresar en el triste mundo real. Existe un lugar, que no visito a menudo, pero cuando siento el olor a vainilla impregnado en cada rincon de la habitación y observo las viejas fotografías, ya marchitas con el tiempo, y pruebo los chocolates que siempre abundaban pordoquier, y toco las texturas de los 15 cojines que cubrían la cama, me recuerdan aquellos días donde la felicidad era lo único que improtaba. el mismo lugar donde comezó la decadencia, en el mismo lecho donde me hice mujer, donde me despertaron con una torta donde anunciaban mi repentina madurez, donde parí a mi primer hijo, donde hoy con mas de 70 años, vuelvo y con sólo abrir la puerta, vuelven los recuerdos de aquellos tiempo de antaño. Donde hoy, por última vez en mi vida, siento que tengo 17 años y puedo, finalmente, descanzar en paz.