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Los brindis iban de un lado de la mesa al otro; el ceremonial consistía en ponerse de pié y emitir el respectivo juramento, alzar el vaso y brindar hasta el fondo. Con ese ritmo de ingesta muy pronto estarían todos mareados o francamente borrachos.

La tertulia literaria del Círculo de Fiador Dostoyesvsky había finalizado y todo el grupo concurrió al bar de siempre, donde ya eran conocidos por sus sonoros y ruidosos brindis, el alto consumo de licor y el estado calamitoso en que quedaban algunos. El dueño les permitía quedarse en el segundo piso hasta altas horas de la madrugada y a veces también participaba con ellos; esa noche no lo hizo.

Héctor, quien lideraba el grupo ya fuese en conocimientos del autor o en desplante, asumía las actitudes y algunas acciones de los nihilistas Bazarov y Pior Sptepánovich. Éstos junto a Iván Karamasov, Raskolnikov y Stirner eran sus modelos y arquetipos.

Nikolai Stavros, Vsevodolovich y Kirilov constituían su obsesión.

Nada quedaba fuera del control de Héctor, ni los brindis ni los temas, menos las conversaciones privadas. El grupo estaba subyugado. Su líder indiscutido era Héctor y sus instrucciones eran un ukase para el resto.

- Nunca hemos discutido acerca de Kirilov y ya es hora que lo hagamos.

Esta noche, al calor del licor consumido, Héctor les comunicó a sus amigos que harían una representación de su última noche.

- Eduardo tú serás Kirilov y yo Stepánovich, por cierto; el resto serán acompañantes activos, que tendrán derecho a un dialogo libre sobre si él debe suicidarse o no conforme a lo convenido - instruyó enérgicamente Héctor con fin de despabilarlos un poco del sopor producto del abundante alcohol bebido.

- Sí, Sí, Eduardo estaría perfecto en su papel; vamos apartemos las sillas y corramos la mesa-, coreó un grupo

Una sola voz ser alzó cuestionando el “jueguito”. - Héctor, creo que Eduardo no es el más adecuado para esto, recuerda que ha estado bajo mucha presión y no está muy bien de ánimo- dijo calmadamente Juan.

- Pero hombre ¿de dónde te vienen esos remilgos?, además, todos están de acuerdo ¿o no?- los conminó Héctor.

El designado estaba pálido, demacrado ante la supuesta representación. No sabía por qué pero presentía que Héctor se traía algo encubierto entre manos, sabía que a él no le interesaban para nada los juegos sino el manipular mentes. ¿Qué tramará?- pensaba febrilmente Eduardo. Su mirada generalmente opaca adquirió un brillo inusual; reflejaba terror en sus pupilas.

- Ya, déjala Héctor, cortemos todo esta tontería. Mírale la cara a este pobre hombre, se nos va a mear en los pantalones de puro miedo. Recuerda que vinimos a pasar un rato agradable después de la tertulia y no para seguirte en tus estupideces- le espetó ásperamente Juan; su calma anterior se había evaporado así como parte de su estado bebido también.

Viendo que todo se podría desbaratar, Héctor preguntó sarcásticamente al mismo Eduardo si él era lo suficientemente macho como para representar a un tipo con los cojones tan bien puestos como Kirilov, quien clamó ante el mundo que era el Propietario de su poder y que podía regresar a su amaño a la nada creativa de la cual había surgido.

Balbuceos, turbación y silencio…..Luego, su rostro ya no estaba sólo pálido sino blanquecino cual mármol. Yo…., en realidad, no sé - seguía tartajeando Eduardo

- Vayámonos ya, dejemos a estos tipos aquí con sus torpes juegos - les gritó al mismo tiempo que tironeaba Juan al encogido Eduardo para sacarlo de allí.

Mas él estaba casi cataléptico, rígido y con una mirada al vacío. - ¿Quién sabe qué planea hacer Héctor conmigo, le perturbaba la cabeza hasta casi hacerlo perder el juicio? -¿Será que ya me han sentenciado al igual que Kirilov y debo cumplir con lo pactado? - ¿Por qué precisamente a mí?- se preguntaba insistentemente rayano en la histeria paranoica.

De pronto, sin que nadie lo sospechara, Eduardo corrió escalera abajo y salió del local como si Mefistófeles mismo lo persiguiese. Corrió y corrió, sin rumbo fijo, no estaba al tanto por dónde iba ni adonde se dirigía pero sabía que debía huir lejos.- ¡Me mataran, estoy seguro!- Esto es obra de Héctor, él siempre me miró como bicho raro y se mofaba de mí.

- ¿Querrán probarme así como en una ordalía?-¿Por qué Kirilov, si yo no he traicionado a nadie, no tengo dudas teológicas ni existenciales, menos aún una pistola?- ¡Qué absurdo parece todo esto pero es una realidad inconcusa para mí en estos momentos, de la cual debo escabullirme a como de lugar!

Entrada la mañana llegó a su domicilio una figura desvaída, con la ropa a jirones y balbuciendo incoherencias. Tocó el timbre del portero de su edificio pero este inicialmente no lo reconoció, luego, se percató que era Eduardo y le abrió la puerta ayudándolo a llegar hasta su departamento y abriéndole la puerta. Él no habría podido hacerlo solo.

Durmió por veinticuatro horas seguidas, despertándose con un hambre atroz. No tuvo animo de preparase nada. Sólo tomó del estante de libros un ejemplar viejo y marcado por doquier de Los Demonios de Dostoyesvsky y comenzó a releerlo por enésima vez.

Al tercer día de los sucesos Juan llamó por teléfono insistentemente a Eduardo; nadie contestaba. Siguió así al día siguiente hasta que su preocupación fue mayor y se dirigió hasta su domicilio. Allá conversó con el portero quien le mencionó el estado cómo había llegado días atrás, pero que desde entonces no lo veía. Subió junto al portero hasta el departamento y tocaron la puerta una y otra vez, siendo cada sucesión cada vez más fuerte. Nada pasó, ni tampoco se sintieron ruidos dentro del departamento.

Le costó convencer al portero de que debía forzar la puerta para ver qué pasaba. Lo hicieron e irrumpieron hasta el dormitorio. Allí estaba Eduardo vestido en un gastado chaqué; el libro Los Demonios estaba en el suelo.

Dejaron todo como estaba y salieron cabizbajos.


Texto agregado el 10-05-2007, y leído por 135 visitantes. (0 votos)


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