La cuidad se mostraba ante sus ojos, ante su mirada. Le había absorbido por miles de años, cuando deambulaba por sus calles, sin rumbo fijo; acompañado por su sombra y su conciencia, aunque no sabía si tenía esta última.
Su cotidianidad se repartía entre la soledad y la compañía, la nada y el todo, la falta de compromiso y la responsabilidad a terceros...
Ante sus ojos se encendían las luces de los muchos bombillos en la ciudad, luz que alumbraría a las familias que cenan, a los solteros en busca de cualquier cosa para calmar su hambre, a los acomodados atendidos por su empleada, a los que carecen de casa, a quienes duermen en finos colchones, a quienes lo hacen en la calle, a los que no comen, a los que creen vivir, a los que viven muertos...
Pero él estaba allí, observándola, la había amado, pero ella le había alienado; la había amado, pero decidió escapar de ella, y, aunque la tristeza se manifestaba en sus ojos, le dio la espalda a la cuidad, y marchó de ella para siempre....
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