Mi piel sigue tersa, trémula e indolora. Aún así está fría, no sé porqué, al menos puedo justificarlo. Hoy no he bebido mi café.
Pienso muchas veces en lo loco que debo de estar como para hacer lo que hice. Mamá llegará en dos días más, espero que se acuerde de mi encargo en cambio yo aún no puedo terminar con mi equipaje. Me dijo que necesitaba un cambio, que debía de borrarlo todo si es que fuese condición para poder ser feliz.
Mi vida se resume en dos palabra, Prohibición y desengaño. Tal vaz nadie tuvo la culpa y yo sigo en el mismo redeo del que nací. Esa tarde, él llevaba olor a rosas. Mi madre me dijo que las rosas habían sido siempre la mismísima imagen de la cursilería, y tenía razón, en esa estrategia él nunca dejó de ser un simple estereotipo.
Tocan el timbre, debe de ser ella, correré, la abrazaré y le pediré que me engañe. Es extraño, se supone que llegaría en dos días más.
Me dijo entonces que mi piel estaba seca y que mi lagrimal apenas si sudaba de la emoción, también me dijo que traía olor a rosas. La miré, miré sus ojos reflejando mi cuerpo con una nitidez digna de un espejo. Me detuve a pensarlo, a obserbar mi cuerpo y fingir no estar así. Le contesté que ya lo sabía y que mi olor en realidad no me sorprendía. Es cierto, yo siempre estuve atrapado.
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