En la oficina, una vaga comezón en el canal auricular. En un impulso de creatividad tomo un ganchillo para papel y lo desenrollo, convirtiéndolo en una herramienta. El largo y delgado alambre de acero entra en mi oído y la diminuta rugosidad del extremo truncado a presión ataca el punto exacto, borrando la comezón y otorgando a la piel interna un extraño placer, una estimulación casi sexual.
Pero eso no es todo. Los ecos de la sensación activan un segmento de mi sensibilidad auditiva que nada tiene que ver con las perturbaciones atmosféricas que forman los sonidos de todos los días. Me llegan, inesperadas, las ondas residuales de una conversación lejana, transmitidas en una frecuencia invisible del espectro de la realidad. El hallazgo me intriga. Me enderezo en mi silla, quieto, respirando lentamente, ajusto la posición de mi cabeza para tratar de escuchar. Hay algo, extrañas criaturas presentes en la distancia, eventos tomando lugar debajo, detrás de lo visible, como si habitaran otra dimensión, y adivino que se encuentran mucho más cerca de lo aparente. Se me eriza la piel. Por un instante me siento como un ciego que viera tan sólo parcialmente con un ojo y por primera vez: formas difusas, luces y sombras, nada concreto. Mi oído izquierdo es el único enlace a este contenido indescifrable.
Aquí vienen otra vez: murmullos, movimientos. Algo pasa pero no puedo saber qué. Escucho atento, incluso mi corazón disminuye su ritmo hasta pulsar lentamente, tratando de hacer el menor ruido posible. La señal se vuelve más débil, mi oído está regresando a la normalidad, las sensaciones en el interior de mi canal auditivo se apagan poco a poco. Lo último que presiento es que algo me ha detectado y fluye hacia mí, soy un intruso y se me inspecciona, pero la presencia se desvanece, o me desvanezco yo de esa otra realidad. Mi oído se desensibiliza y estoy de nuevo escuchando sólo el bajo zumbido del ordenador y el aire de la calefacción. Los indicios del otro mundo desaparecen como luz que se va, como una puerta que se cierra.
Mi secretaria se acerca, escucho sus pasos aproximándose por el pasillo. Miro fijamente el diminuto ganchillo de acero entre mis dedos y furtivamente, como un ladrón, lo pongo en mi bolsillo.
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