I
No tiene muy claro que vaya a asistir. Nota agitación en su propio actuar. Invierte el tiempo entre minucias, argucias y estratagemas. [[¿Enjuague bucal si, enjuague bucal no?]] Sonríe al espejo. [[Definitivamente no, no quiero que le parezca estar besando a un anciano]]. Entra en la ducha; concienzudamente acicala cada rincón de su cuerpo, se frota, se mira, se vuelve a mirar. Aclara los restos de jabón, que se pierden por el desagüe. Dispone el pelo hacia atrás, abre la mampara y toma el albornoz. Tras pasar la mano a modo de limpiaparabrisas por el empañado espejo, arquea las cejas, sonríe.
Sólo restan cuatro horas…no es tiempo. Se embute en los vaqueros. [[Mi camiseta de Jim Morrison, dónde anda. Quizás le parezca un adolescente. ¡Ésta es la buena, probablemente le guste la película, igual conoce el grupo. “Easy Rider”, me gusta como queda]].
Y son sólo cuatro horas, pero debe salir ya. Son algo más de trescientos kilómetros. Ha descartado la moto, no sería la primera vez que llega con apariencia monacal, con el pelo aplastado por el dichoso caso. Toma las llaves, la cartera, el móvil, la llamativa bolsa de “Woman´s Secret” que alberga el sugerente conjunto verde que ha elegido para ella; cierra ventanas, apaga luces y se va.
Félix no puede evitar la extraña sensación, mezcla de impaciencia y temor. Abandonando la ciudad por la salida Este, suena Bloc Party en el MP3 del coche, “Banquet”. Realmente no duda que vaya a ser un festín, lleva meses esperando la fecha; duda que vaya a mostrarse templado cuando la tenga en frente. ¿Qué timbre tendrá su voz? Se pregunta mentalmente.
Se mancha las manos de gasolina cuando para a repostar. [[Mierda]]. Suerte que el dispensador de gel de baño en esa estación de servicio huele a mora. [[Todo un detalle, a falta de guantes bueno es]]. Se introduce en el interior del vehículo, Piensa en Paloma.
El aparcamiento del motel está prácticamente vacío, llega puntual. [[Debe ser alguno de esos coches, quizás el Saxo azul]]. Entra en el local.
- Buenos días.
- Buenos días.
- ¿Han retirado la reserva de la 36?
- Aún no. ¿Nombre?
- Félix Román.
- Aquí tiene.
- Gracias, estaré en la cafetería.
Félix fuma “Chesterfield”, desde pequeño. Prende uno, da un sorbo a la clara que ha pedido; espumosa, como le gusta.
No han transcurrido veinte minutos, apenas dos claras (más), cuando Paloma traspasa la puerta con andares firmes; su media melena rebota a cada paso
II
Paloma no tiene prisas, se depiló la noche anterior. Enciende la radio mientras el agua del grifo toma la temperatura adecuada. Envuelve su pelo en ese champú que no cambiaría por ningún otro, jamás. Temerosa, echa un vistazo a su abdomen [[Está perfecto]]. Sus rizos le enredan los dedos. Agarra el bote de gel, efecto peeling, y se embadurna a conciencia. El transistor emite esa canción deliciosa de finales de los sesenta, en la que Brigitte Bardot presume de Harley Davidson. Con suma gracia deposita un pie, y luego el otro, sobre la minúscula toalla del suelo; con algo de dificultad (puesto que odia pisar el suelo del baño descalza) alcanza la toalla anaranjada y comienza a secarse. No quiere parecer salida de una película de los ochenta, así que descarta el secador, decide usar espuma. Hace ya buen tiempo y ésta es una ocasión perfecta para recuperar su vestido blanco. Quizás le confiere porte ibicenco, pero no importa, le encanta la prenda e intuye que a él también le gustará.
Ahora sí debe apresurarse, porque siempre se le olvida cómo pierde el tiempo frente al armario. No quiere maquillarse en exceso, eso no, pero un poco de colorete nunca está de más. [[Aaaaqui, otro poco aquí..]]. Se perfila los labios con una maestría que sólo la experiencia otorga, se lanza un beso a través del espejo, sonríe.
Ya va tarde. [[¡Si es que lo sabía!]]. Sale pitando, atraviesa el jardín con un melódico taconeo. [[Joooder, la dichosa rebeca, sabía que se me olvidaba algo]]. De vuelta, rebeca en mano, saca del bolso las llaves del coche. Da el contacto, extrae el recopilatorio de Kilo Veneno, y busca entre los Cd´s el último de Elis Regina. Pulsa el mando, mete primera. [[En marcha]].
Ha pasado hora y media al volante; está contenta, tiene ganas de verle otro año más, pero nerviosa…muy nerviosa.
Al llegar al parking otea, buscándolo con la mirada, las inmediaciones de la puerta principal. Aparca cómodamente, se mira en el retrovisor interior, sonríe.
Recepción. [[¡Mierda, mierda y mierda otra vez! ¿Cómo he sido capaz de olvidarme su regalo?]]
- Hola, buenos días.
- Buenas, señorita.
- ¿Han retirado la reserva de la 36?
- Treinta y seis, treinta y seis… ¡oh si! El caballero la espera en cafetería.
- Muchas gracias, hasta luego.
No aparenta estar nerviosa, pero lo está, y tanto. Dentro del bar, lo divisa en la tercera mesa, sólo, de cara. Félix la mira sonriente, mordiéndose ligeramente el labio inferior.
Se besan las mejillas.
III
Se saludan, se toman las manos, se observan.
- Estás radiante.- Risas.
- Gracias, tu también. ¿Viniste en moto? No la he visto fuera…
- Eh, no no…estaaaa… está en el taller; si, cada seis mil kilómetros.
Deciden tomar algo, puesto que él sigue con media clara.
- ¡Camarero! Sirva cuando pueda un….
- Un margarita.
- Un margarita, gracias.- Le apasiona la distinción de ella, su porte, su saber estar.
Conversan, de banalidades, del día a día, de las ganas que tenían de encontrarse. Los ojos de ella se postran sobre los de él, éste esgrime una media sonrisa y acaricia el dorso de su mano, aquélla responde montando sobre la suya el pulgar; entrelazadas, sus manos compensan los grados de diferencia: frías las de ella, tibias las de él. Una insinuación con la mirada y ella asiente. Pagan con veinte euros. No saben cuánto es, pero no esperan el cambio.
El pasillo de la tercera planta acaba con su paciencia, se abre hueco entre el pelo, aspirando el aroma dulzón. El contacto es inevitable, el terso cuello lo recibe.
Se gira, ladeando la cabeza, como si tuviese cosquillas; pero lo besa sin dudar. Se ha roto la tregua. Su espalda contra la pared, pintada de ocre; siente las manos de Félix por sobre su cuello, andando y desandando esa senda guiada por su carótida.
Adora la sensación que le provocan sus dedos, finos como colines, despeinándolo por detrás.
Introducen la tarjeta; la puerta se abre, invitándoles a entrar. Dejan sus cosas, se abrazan, respiran profundamente, apretándose los cuerpos.
Él la separa, la mira reparando en cada pliegue, en cada detalle de su hermosa faz. Pasa ligeras sus manos, rozando ambos brazos sutilmente para alojarlas en su quijada. Vuelve a besarla, a intervalos, despegando a duras penas los labios en cada envite.
Ella se gira, retrocede un par de pasos hasta que las corvas de sus rodillas lindan con el colchón. Aprieta sus hombros, su pecho; balancea su pelvis hacia adelante y hacia atrás. Le sonríe, susurra en su oído como excusa para lamer sus lóbulos. Sabe que lo tiene, que se tienen.
Caen, inevitablemente caen sobre el cuadrilátero.
Remanga el vestido ibicenco, los muslos se le antojan abrazaderas; se agarra a ellos de mil formas.
Le saca la camiseta, palpa sus costados. Observa como Félix se abalanza sobre sus senos; no los besa, los abarca. Siente su nariz al contacto con los pezones, una de cartígalo, los otros flamígeros.
Pronto quedan ellos, en esencia; sus ropas no son más que un bulto en la moqueta fucsia.
Quiere comprobarlo. Regalarle a su paladar ese sabor dulzón, que apuesta, ella esconde.
Se lo impide, le mantiene la cabeza entre sus pechos. Pronto se arrepiente. Le empuja hacia lo profundo, nota su respiración. Cierra los ojos al contacto de la lengua, pero mira por momentos el banquete de su amado. Vibra, vibra como hace tiempo no lo hacía. Llega un punto en que debe cerrar las piernas; necesita tomarlo y que la tomen.
No la penetra, se funden. No hay movimiento, se analizan en quietud.
Ase sus caderas sin presión, justamente. Cree oír unas palabras emanadas de su boca. Se acerca aún más.
[[No olvides este momento]]. Lo toma por los glúteos, que se contraen en la embestida. Recorre su espalda hasta los límites de ésta, regresa.
Se baten, se retuercen. Modifican sus ritmos, se encuentran…transcurre como si fuera un súper ocho, a saltos. Y no quieren que termine esta película.
Ella se va, se va y no puede evitarlo.
Él observa, como expectante. No ha terminado ella cuando empieza él, le levanta los brazos, le junta las muñecas en su mano derecha y le atrapa el pelo con la izquierda.
Ella lo recibe, cálido.
Continúan degustando el sudor ajeno, yacen amortajados en la piel del otro. Respiran, parecía que se hubieran olvidado de hacerlo.
La tarde les regala nuevas sacudidas, nuevas sensaciones. Recuerdan los caminos que conducen al placer.
Se hace tarde. Vestidos, ella con su conjunto verde, él con sólo una camiseta (recibió el mejor de los regalos) se acarician a pesar del frío. El bello de punta, la piel de gallina.
- ¿Cenamos?
- Tenemos que irnos.
- Tienes razón, feliz Beltaine.
- Feliz Beltaine, mi amor.
FIN
¡ Ánimo a todos l@s cuenter@as! Es delito dejar pasar el Beltaine. ¡Recibid la primavera!
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