Abril, de un año cualquiera muy probablemente.


Para mí, que he aprendido a leer entre líneas y a escuchar lo no dicho aún:

Sólo en una breve coyuntura (a lo largo de mi así llamada vida) he podido observar mi verdadero rostro. No es aquel de los escapes fantásticos al mejor estilo de Houdini. No es aquel de los años tempranos perdidos en la sagrada inocencia, y menos el de la noche animal hastiada de claroscuros y acordes premeditados. Es el que manifiestan tus ojos ciegos en la oscuridad cuando me miras sin mi medio centenar de imperfecciones a cuestas, cuando me escuchas y finges no percatarte de mi alma deshabitada y su menguado instinto. Es el rostro que se manifiesta en tu corazón: el rostro del desterrado.

Mentiría si te dijera que este no es el momento oportuno. Bien sabías que llegada la hora no dejaría correr un solo segundo como otras tantas veces me sentí obligado a hacer. Antes de ti siempre fui partidario ciego del “no dejes para mañana” y ahora resulta que me deslizo en una prórroga permanente enajenada al “lo que puedas hacer hoy”. Debo reconocer que jamás fuiste lo suficientemente tolerante para aceptar los limones que del cielo te caían ni yo lo sobradamente despierto para ver que sin fe caminaba sobre el agua, como si la limonada se endulzara con satisfacciones y la fe fuese cosa de efectos especiales. Ya ves, tú haciendo malabares sin gracia con limones podridos en una plaza del centro y yo asumiendo mi naufragio puesto que las medias brazadas no resultan ni en un charco artificial. En eso ando, de incredulidad en la sangre, de naufragios en vasos de agua, sin una tierra mía bajo los pies, como Reinaldo Arenas, que bien decía: “El desterrado es ese tipo de persona que ha perdido a su amante y busca en cada rostro nuevo el rostro querido y, siempre autoengañándose, piensa que lo ha encontrado”. Es rara y misteriosa esa clarividencia de los buenos escritores que en sus letras nos reconocemos como parte de una verdad universal e infinita. Pero más que al amante he perdido el amor propio y más que buscarlo en un rostro nuevo examino con obsesión de taxidermista viejos conocidos… los poemas trasnochados de última página, los silbidos que el abuelo dejó colgados de las telarañas, las nubes de azúcar pegadas al cielo de la boca. Llevo un alma caducada que vive de nostalgias.

¿Cuánto tiempo hemos sido uno los dos? Desde que te descubrí en el guiño actuado de un estereotipo anónimo con la cabeza asomada en una esquina recogiendo mis pasos. Ese cigarrillo fumado hasta el último milímetro y la mirada por encima del hombro. La seducción de los nuevos caminos y la insurrección a punto de hervor abrieron la brecha, una butaca vacía (que en mi sala sobraban) y te hiciste con las riendas. Fue bueno ese frescor corriendo por mis venas, el creerme el rey del mundo, atreverme a domar leones, pura pantalla. No me distinguía entre tanta niebla. Fue bueno mientras duró. Creía que era bueno. Los reyes son unos aburridos integrales sin oficio y los domadores unos arrogantes sin remedio, prefiero ser de los que apuesta al andar sin prisas, a las causas perdidas, a los pequeños detalles que no se olvidan. Voy armándome, descubriéndome, agregando ingredientes a mi antojo. Sé que sabor no quiero dejar en los demás. Sé lo que no quiero ser. Gracias. Te lo debo.

Tantos rodeos para decir adiós y un par de líneas hubiesen bastado, las manos en los bolsillos hurgando entre la pelusa acumulada y la mirada baja esperando mañanas subrayan la actitud, te lo dije, dejando para mañana lo que puedo hacer de un disparo certero en medio de la frente. Los malos tragos cuanto más rápido mejor. Sólo he querido dejar constancia que no fui uno de un par de líneas, de esos a quien ni la sombra se le vio, y el cielo me salve si permito pasarse algún semitono, las cuentas y los finales claros por si el día menos pensado los recuerdos hacen mella. Nos vamos a echar de menos, lo sé. No va a ser fácil, también lo sé, y lloraré, y dependiendo de cuan limpio esté el piso me arrastraré por los rincones, y seguro dejaré escapar tu voz cuando llame el gato a comer, y que decir del cereal tan asqueroso al que me acostumbré por esa manía tuya de sustituir los huevos con tocino por fibra. Te voy a extrañar… pero más me extraño a mí. Me cansé de guardarme, de colgar los deseos tras la puerta del armario. Quiero abrir mi viejo baúl, el mismo que puse en tus manos confiando que compartiríamos historias, que después sólo sirvió para guardar ese silencio de otoño. Lo voy a abrir, ahí debe estar la toalla de flores hawaianas que atada a mi cuello fue la mejor de las capas que súper héroe alguno pudo tener, los discos de acetato sobre cuyas notas cabalgaban las risas, las acuarelas de mil mundos, los creyones de mil colores, los dragones, la buena voluntad, las fórmulas químicas y las ecuaciones matemáticas, la humildad, los paseos sin permiso al río, las arañas que alimentaba con los saltamontes atrapados en el rosal, los sapos de los que corría, la colección de piedras comunes y corrientes que para mí eran estrellas caídas, las monedas encontradas en los bolsillos del pantalón de papá, los abrazos que me quedan por repartir, los amores al otro lado de la alambrada, los sueños en blanco aún por escribir. Lo voy a abrir para decirnos adiós. Que no sea un adiós de esos eternos y para siempre, imposible borrar y retroceder, la experiencia bien vale sus tinos y sus tropiezos. Nunca olvidaré que por ti he vuelto a mí.

p.d.: Eh!.. Nada, sabes cuanto me gustan las postdatas.


(Publicado en la revista "Weekend" en mi columna Telegramas 2.0)