Estaba en andén de la estación de aquel pueblo lejano, esperando el tren que lo llevaría de regreso a su vida normal, y entonces miró adelante, con los ojos entrecerrados por el sol buscó tu figura en la distancia, y entre la turbiedad de su mirada y el resplandor intenso solo pudo ver hacia su interior, y tu ya no estabas, habían sido días maravillosos los que juntos pasaron en la estancia, las caminatas, los paseos a caballo, los atardeceres junto al arroyo, todo quedó de pronto en el pasado,
la llegada de Antonio había trastocado aquellos idílicos días en este profundo desencanto, en esta pena honda que te abatía.
Habías llegado a pasar unos días de descanso a la estancia de tus tíos, y allí te encontraste con ella, vivaz, joven y atrevida, el romance surgió con naturalidad, nada ni nadie te aclaró que estaba casada, claro, de la relación nadie se enteró, estaba casada con Antonio, el capataz de la estancia, hombre bastante mayor que ella y un tanto taciturno, quedaron en ti los recuerdos de esos días maravillosos, llenos de amor y felicidad, ahora te marchabas dejando atrás como un cuento, quizá los días más felices de tu vida fueron esos y quien sabe si habría otra vez. |