Se despertó un día como cualquier otro. Su mamá gritándole, la lámpara en el rostro y el día estaba nublado, tal cual hace un año, a la misma fecha y a la misma hora.
Con lagañas en los ojos que sus dedos no pudieron sacar, se dirigió palpando las paredes en un camino que aún no conseguía memorizar – se habían mudado hace dos días – evadiendo cajas hasta que chocó contra el marco de la puerta del baño. Se desvistió con el dolor de su almas – de sus pechos para ser más preciso – y se metió la ducha con la ilusión de reconfortarse con la cálida agua que sacaría el moho de su sangre, despegaría sus párpados y vería nuevamente esa plácida realidad. Pero no fue así, abrió el agua y un frío glacial invadió su cuerpo ahogándole el grito que lanzaría treinta segundos más tarde al quemarse con el agua caliente. Al templarla logró desenmohecer su sangre, desoxidar sus huesos y abrir sus ojos. Reconfortada salió de la ducha, se miró con satisfacción al espejo al ver que la dieta estaba empezando a funcionar y las curvas – deseadas – aparecer.
Jubilosa se secó auto-seduciéndose con un libido por saciar. Se vistió y bajó a tomar su desayuno: yogur con cereales y dos tostadas con mantequilla. Se despidió y salió a tomar la micro.
Al subirse se encontró con Javier, sentando donde siempre. Comenzaron a comenzar trivialmente cuando ella notó algo en sus labios: con cada palabra producida sus labios sufrían deformaciones milimétricas cada vez más perceptible a la vez que se iban dibujándose con un aura fantasmagórico en el aire.
Siguió conversando como si no lo notara hasta que la forma de su hablante se transformo en algo inclasificable y el aire estaba viciado de palabras. Con fuerzas se paró cortando el aire con el cuchillo del almuerzo cuando el autobús chocó.
Se despertó un día como cualquier otro. Su mamá gritándole, la lámpara en el rostro y el día estaba nublado, tal cual hace un año, a la misma fecha y a la misma hora.
Bajó las escaleras conociéndose el camino de memoria, con lagañas en los ojos y se metió a la ducha deseando que pronto pudieran arreglar la suya y el calefón. Se salió rápidamente al ver que la presión de agua empezaba a declinar y observó su cuerpo más delgado de lo que nunca antes había estado, más de lo que cualquiera hubiera deseado. Se vistió con la ropa del lunes, que era también la del martes y del miércoles, y descubrió otro hoyo más. Buscó hilo en el cajón, pero no quedaba. Caminando lentamente se dirigió a la cocina a tomar el vaso de leche del día y decidió guardar el pan para la noche, siempre quedaba con hambre.
Con una rabia que se acrecentaba vio a su vecina subirse a su regalo de cumpleaños, un auto cero kilómetros. Al subirse a la micro que ya necesitaba cambiarse se encontró con Javier esperándola en el tercer asiento a mano izquierda, nada fuera de lo común. Se sentó y comenzaron a hablar que nueva receta habían descubierto para cocinar arroz. Mientras la micro comenzaba a acelerar y vibrar su contorno empezó a doblarse peligrosamente mientras la gente comenzaba a rondarla alrededor suyo susurrándole cuanto deseaban tenerla en su cama esta noche y cuántos deseos de clavarles una estaca en el pecho las mujeres al unísono que Javier la empezaba a envolver en un humo sofocante que concretaba las palabras en un verbo próximo a cumplirse. La noche llegó en el autobús.
Se despertó un día como cualquier otro. Su mamá susurrándole, la lámpara en su rostro y estaba lloviendo, tal cual hace un año, a la misma fecha y a la misma hora.
Ágilmente se dirigió al baño de su pieza donde desde hacía quince minutos se estaba calentando, el agua estaba a temperatura justa y Beatriz la esperaba para desvestirla, quitarle las lagañas, bañarla y vestirla. Se dirigió tras ello a la cocina donde le esperaba un desayuno deseable por muchos y gozado por pocos. Se subió a la limosina que la llevaría a la escuela.
Poco luego de subirse notó algo extraño en el trayecto: habían doblado a la izquierda en vez de la derecha aunque un minuto más tarde se rectificó. El camino se prolongó quince minutos, veinte, treinta y la vejez comenzó a hablarle a través de la ventana. Por la derecha se sentó un viejo buen mozo, imposible de resistir y sin saber cómo estaba recostada en su cama nuevamente con la vejez sentada a su lado y dándole el besito de buenas noches.
Se despertó un día como cualquier otro. Su mamá gritándole, la lámpara en el rostro y el día estaba nublado, tal cual hace un año, a la misma fecha y a la misma hora.
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