Un Quijote más, una Quijotada más.
El juego del amor es cuando dos ciegos
se unen para hacerse daño.
Joaquín Sabina.
(y no nadie más)
… La misma pregunta tengo yo? Será que me parezco en algo al señor Quijano, sí no por lo de Quijote, al menos por lo de la triste, pero nunca melancólica figura, no, eso nunca. Nunca ni al Genio ni al Zote. Primero Sancho que un Rucio y mejor molino de áspero acero de Toledo inquisidor que un rocinante obediente, o mejor de galgo corredor, en que no se sienta y se vea el polvo que salpican los caballos, los buenos caballos y los borricos que de igual forma y de peor utilidad, se cuelan en las mejores caballerizas a expensas de sus soberanos rebuznos. Ah¡ burros de envidiada cordura, Ah¡ burros de ignota imaginación, que a punta de engaños lleváis la carga al despeñadero cuando por tu fuerza pudisteis haberla llevado como un pura sangre hasta el castillo.
Que sociedad tan burra¡ que cantidad de burros en esta sociedad¡ Igual ahí hay Sanchos que los llevan de cabresto de la Mancha a Toledo o viceversa, o al mal o al mar, o al nuevo mundo ya podrido, ya extinto con aromas no de incienso, sí de opio, de sal estrellada con ciudades antiguas.
Que Quijotescas ciudades pobladas de orangutánidas hombres con fusiones de animal rastrero, de animal bífido, de animal perdido, de gigantes circundantes y citidantes como los viejos molinos, altos, pálidos, imponentes y vacíos. Esta ciudad, esta puta ciudad sigue siendo una Quijotada más de la vida de orangutánidas, algunos cabresteros, algunos caballeros locos – tú loco lucha, y no te gastes en tibios devaneos, sino en rojo y en Tea – pero locos ilusorios que conquistan un mundo no carolingio, un mundo propio lleno de conquistas, el mundo que se les arrebuja bajo sus melenas flavas, cortas, crispadas o medio calvas.
¿Do están las fermosas que ido se han? ¿Do están? ¿Do están?. Do las penas y risas de bellaquerías de cabe la zahúrdas que las ahuyentaron con sucias bellaquerías, de hombres monos, hombres no pensadores, atrasados acaso en la cadena perdida, el eslabón no hay que encontrarlo en estos, está perdido. Avive el seso compañero y empiece la impertérrita copla, que aunque no cante yo, ni soy Rucio, ni soy Rocinante, más si soy tan bajo como el galgo, no muerdo a la espalda, como los borricos al ensillarlos.
No soy cantante, soy pésimo escucha, soy el galgo de tu puerta esperando no al amo, sí a la Dulcinea, dulce nea, melíca, melusinea, dulce y novata y mefistofélica. Cielo e infierno y purga de mis recuerdos que cuando te tengo como ahora, al menos has de cuidar de mis sesos podres y malolientes de recuerdos y rabias guardadas. Que virtud tan baja, que vida tan baja, pero tan óptima, esta cárcel al menos me dejó escribir y leer en la mente de mi locura y de mi cordura. No se es tan loco ni tan cuerdo, ni tan bajo ni tan alto como para subestimar, al enemigo se le conoce, mi buen Alonso. ¿Acaso tú conocías a tus enemigos ciclópeos de melenas Eolicamente crispadas?
Entelequia se debió llamar tu amada y no dulce nea, para que no confundieseis así cualquier ramera con una fermosa dama, o a una fermosa dama con una ramera, ni son lo mismo ni una es mejor que la otra, son mujeres, paridoras de sueños infinitas criaturas de mayéutica imaginación y ensoñación.
No más mi Alonso quítate la oxidada armadura o enciérrate una vida más y no vivas más que en una balzaciana comedia humana.
Texto de Quijano, Sancho, el galgo, Rucio, Rocinante pero no dulcinea, no los Eolicos movimientos, ni los ciclópeos contenedores, ni tu ni yo ni nada, o el eslabón ¿se encontró?. Muy tarde. O todos o ninguno o nuevamente un Dios y solo Alonso –y no Soriano- en su locura se entiende, yo me entiendo.
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