Redención
Sólo cuando la aguja supera los doscientos kilómetros por hora, Daniel se siente vivo. La adrenalina aumenta sus reflejos y le proporciona una falsa concentración. En esos instantes, en los que es dueño de la carretera, por fin puede descansar su mente, olvidar de donde viene y a donde va. La velocidad le alivia el dolor de cabeza y desaparecen las voces de sus empleados que le gritan, los amargos reproches de su mujer y los silencios airados de su hijo. Puede incluso ignorar el sobre que se halla en el asiento de al lado y que aun no se ha atrevido a abrir, pero lo que no se desvanece es la sensación de que todo el mundo desea su muerte.
Un indicador luminoso de la carretera que lleva al aeropuerto le anuncia retenciones y se ve obligado a levantar el pie del acelerador. Las odiosas escenas vuelven a agredir su torturada mente y regresan pulsátiles los latidos de la jaqueca que le oprimen el cráneo. Los coches están ahora casi detenidos. Sus dedos tamborilean nerviosamente el volante forrado de piel. Enciende el equipo de música e inmediatamente lo vuelve a apagar.
Desde una valla publicitaria una guapa chica le sonríe, vestida con traje y corbata. A Daniel le gusta, y sin embargo aparta la mirada. Siempre se ha sentido atraído por las mujeres vestidas de hombre, le resulta seductor ese aire andrógino, pero jamás lo reconocería. Quizás, supone, ese interés puede esconder alguna sospecha de que posee una parte femenina. Sería horrible, odia a los homosexuales con toda su alma. Si pudiera, acabaría con ellos a golpes. También, si pudiera, borraría el recuerdo bochornoso de aquella mañana en el colegio, cuando sus compañeros abrieron de golpe la puerta del cuarto de baño y le encontraron abrazado a un amigo. Él no hacía nada malo, estaba seguro, pero aquellos crueles niños no dejaban de reír y de insultarlo. Esas risas y esos insultos le han acompañado toda su vida. Desea con angustia que el tráfico se haga fluido para volver a volar
Por fin se despeja la carretera y Daniel se embarca en una vertiginosa carrera contra sí mismo. Tal vez, piensa, yo también deseo mi muerte. La velocidad le relaja y se permite pensar en su próximo futuro en Panamá, lejos de todo y de todos. Tuvo la precaución de escamotear suficiente dinero antes de que apareciera la quiebra y, aunque no le apetece nada empezar una nueva vida, más bien por pereza, no le queda más remedio que huir. Ni siquiera ha tenido el valor de despedir a sus empleados cara a cara, lo ha hecho a través del teléfono móvil.
Al girar en una curva a la derecha observa sin querer el sobre de la clínica y se enfrenta con la palabra CONFIDENCIAL estampada con tinta verde. Hace ya más de seis horas que recogió el sobre y todavía no ha leído el resultado de los análisis, aunque considera que no debería tener miedo, no necesariamente. Las molestias de su estómago y la pérdida de peso pueden deberse a multitud de causas.
La carretera se ensancha y le permite a Daniel correr más todavía, aún con el peligro de efectuar algunas acciones temerarias para adelantar a los otros coches. Va muy rápido, pero todavía no es suficiente. Necesita sentir el vértigo del riesgo para poder relajarse, para evadirse de la realidad. Disfruta sabiendo que el más mínimo roce o la más pequeña de las imprudencias significaría la muerte. Otra vez vuelve a pensar en la muerte, pero no le inquieta, no le provoca ningún rechazo.
Algo más calmado, reflexiona ahora sobre su vida. Hay cosas que Daniel no comprende. No comprende, por ejemplo, que su mujer le reprochara tantas veces su desmedida dedicación al trabajo. Su mujer sabe que él procede de una familia pobre y que le ha costado mucho, muchísimo, llegar a donde ha llegado, y por lo tanto, ella debería de ser la primera en entender que él tenga que escapar desesperadamente de la pobreza, le tiene pavor. Recuerda con vergüenza que tuvieron que pedir dinero prestado para pagar el entierro de su padre. No podría volver a una situación así. Por eso se ha concentrado en sus empresas y en ganar dinero, para él y para su familia. La palabra familia le hace sonreír al tiempo que esquiva una furgoneta demasiado lenta para él. Sus intentos de construir una familia confortable no han dado precisamente buenos resultados. Con su mujer tuvo problemas casi desde el primer día. Y a su hijo ya lo da por perdido, a pesar de las esperanzas que tenía depositadas en él. Quizás ese haya sido su mayor fracaso.
Ve un hueco en la carretera y vuelve a adelantar, pero al iniciar la maniobra observa que un enorme camión se acerca a gran velocidad por el carril contrario. Aunque tiene tiempo de volver a su sitio no lo hace, sino que aprieta el acelerador. Tal vez piensa que puede conseguirlo, o tal vez no piensa en nada, pero el impacto es mortal.
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