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Inicio / Cuenteros Locales / Sagitadei / Comienzo y final de un día de muerte natural

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¿Quién iba a decir que ese día, que parecía tan normal, no lo fuera tanto? Pues bien, me levanté muy temprano, descubriendo que aún el sol no había salido y que el agua del cielo había descubierto por donde bajar a la tierra, como una ducha natural para bañar este planeta de tanta sociedad, perdón, suciedad.

Ese día empezó como siempre comenzaba, un duchazo, un desayuno solitario, la misma cocina y los mismos trastes de ayer. Pero los astros, o tal vez los dioses, preparaban algo oscuro, algo trágico, algo de horóscopo con tabla ouija, algo de tabaco con carta astral, algo de gitana y prestidigitador; algo sobrehumano se cernía sobre mi cabeza, pero aún no podía descubrir qué era. Tal vez algo de vudú con chocolate en el fondo de un pocillo. Era como si algo más grande que yo estuviera jugando conmigo de una manera que yo no esperaba.

Salí con rumbo a ninguna parte, como generalmente ocurre en este mundo, soportando la lluvia que caía sobre mi cabeza, como una carta de tarot con I ching, como Marte entrando en la casa de Aries, como un intento de inundar los pensamientos, de ahogarlos y que sólo se salvaran dos de cada especie. Caminaba, decía, por esas calles grises, llenas de gente oscura, de esa que camina con horcas portátiles de todos los colores que combinen con el gris, algo de moda con tradición, algo de yin con algo de yang.

Pasé por el parque nacional, último refugio de colores, un poco de tiempo atrasado, un poco de odio a la civilización, un poco de verde dentro de tanto gris; los niños jugaban en los columpios, jugaban con la lluvia, soñaban tocar las nubes cada vez que subían y cuando bajaban se impulsaban con más fuerza, esperando salir a volar y tocarlas y bajarlas y comérselas, porque seguramente son de azúcar. Y en mi cabeza pasa algo de ángeles, ángeles azules, ángeles niños que no se mojan y la lluvia y el diluvio y el arca para salvar a dos de cada especie y la caminata y el parque nacional y el verde dentro del gris.

El agua caía por mi rostro, mientras iba viendo el negro perfecto del asfalto, con sus rayitas blancas a cada lado y por el centro, sin imaginar aquello que iba a suceder, caminaba y levante la vista, porque para cruzar ambos lados hay que mirar, y no vi a ningún lado, aquello profético, un poco premonitorio, algo leído en varios tabacos, se estaba empezando a cumplir, aunque yo…

Iba con sus libros debajo de la chaqueta y su pelo caía sobre su rostro en una forma desordenada y húmeda, más húmeda que desordenada, ahora que recuerdo; empapada de pies a cabeza como estaba yo. Caminaba apurada buscando un refugio, tal vez para esperar a que escampara, tal vez buscando olvidarse de él, de su examen, de la maldita beca, del estúpido viaje que se lo había llevado, del maldito beso que le dio en el aeropuerto, tal vez eso, tal vez otra cosa. Ya nada más importó, y el arca se hundió, el gris se mezclo con el verde dando un matiz extraño, los ángeles se comieron sus nubes y engordaron y se convirtieron en demonios por su gula; todo se volvió ella, ella el centro de mi universo, ella la de los libros debajo de la chaqueta, la de los ojos que encerraban universos; ella, si, ella, algo de lámpara de Aladino, algo de genio malvado, algo de profeta apocalíptico.

Ese día nos conocimos, le invite un café, no tan oscuro, una de azúcar. Y charlamos, sabes, charlamos de cosas sin sentido, del próximo presidente, de la selección Colombia que había perdido otra vez, y los demonios niños obesos en su morbosa ansiedad de comida, de rastros de algo dulce y los últimos pensamientos que se hundían aunque trataban de asirse a un palo por ahí, ¿qué estudias?, yo filosofía, si, me gusta pensar cosas sin sentido. Tienes razón, ahora cualquier vaina es filosofía, y el nadaísmo y la metafísica, no la de Regina Once, la que hacen otros locos, o con cara de locos, ah, si, y literatura también. Rojo y Negro, el Quijote, me valió veinticinco mil pesos el bendito libro, pero bueno, muy bueno. Y el verde con el gris, un gris verdoso era todo lo que quedaba.

No sé bien como pasó todo aquello, tal vez el frío, tal vez una divina comedia que escribía lo sobrenatural, y esta vez no era Virgilio el que me llevaba por el infierno, era ella, imagen de aquella Beatriz que sube al poeta al cielo, que me llevaba simplemente a su apartamento, la confianza ya había crecido; caminamos, hablando de todo un poco, del tipo que la había conocido primero, antes que yo y sentí algo de odio mezclado con envidia, de desconfianza, y los pequeños demonios buscaban algo dulce que comer, y la tabla ouija decía “No”, pero su luz iluminaba. Ahora que lo pienso estando muerto, debí hacer caso al horóscopo y no salir, soy Aries, y ese día me recomendó una vela blanca.

Seguimos hablando mientras caminábamos, la situación de la izquierda, el comunismo, el Che Guevara y sus ideas mal entendidas por todos, la guerrilla sin ideales, los verdaderos ideales, el yin y el yang, la ciudad gris, el verde de los parques, la moda, la televisión y los programas buenos y los no tan buenos, cosas así, normales, sin que nada me diera a entender aquello de muerte que me esperaba, aquello de simple oscuridad, de complicada libertad.

Me parecía conocerla toda la vida y se lo dije, sí, puede ser que crea en la reencarnación, ¿no te ha pasado? A mi muchas veces, pero solo contigo es especial, siento que te conocía de antes, y ella suelta una carcajada sonora, y veo que su sonrisa, que se dibuja por primera vez en toda el día, tiene algo de predicción de Nostradamus. Hablamos de todo un poco mientras caminamos para llegar al edificio donde vive ella, de aquel muchacho que le prometió volver, de los amores y desamores, del mundo real, de la vida y de la muerte, de cómo nos gustaría morir. Hablamos de posibilidades, de encuentros y de amor, sobre todo de amor; porque el amor tiene algo mágico, tú sabes, algo de no-sé-qué no-sé-dónde. Y allí mismo la bese, el beso de la mujer araña, pensé, el terrible beso de Judas que así entregaba al hijo del hombre; ella se dejo besar y cerré los ojos y me perdí aún más, ya todos los pensamientos habían naufragado.

Me tomó de la mano, me llevó a su apartamento, donde me cubrió con sus alas de ángel de la muerte, donde simplemente me deje llevar, deje que tomara mi cuerpo e hiciera con él lo que quisiera. Algo como posesión demoníaca, algo de seven heaven, algo de mantra para lograr el contacto con la divinidad. Y subí al cielo, te lo digo, subí al cielo, conocí el paraíso de su mano.

Ahora que lo pienso estando muerto, ese día fue completamente diferente, ¿sabes? Ese día fue completamente diferente porque comprendí que el amar es morir, sí, esa es la forma más natural de morir, morir de amor debajo de un día de lluvia, que afuera continuaba.

Texto agregado el 07-05-2007, y leído por 236 visitantes. (0 votos)


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