Tu voz sonaba un poco extraña, distante
y a la vez buscando cercanía.
Hace un tiempo me quede con el recuerdo de tu mirada,
distraida, disfrazada.
Hoy tu voz me grita desde el fondo,
tan sigilosamente que ni tú lo escuchas.
Tan enredada, cotidiana y titubeante que no percibes que entre las palabras que dices,
se cuelan restos de soledad.
Quizás fue solo un momento, de aquellos en que nos cuestionamos nuestras decisiones,
y pensamos; ¿que hubiese pasado si?
lo que te impulso a llamar.
Te imagino observando la noche,
con la mirada perdida en la carretera,
que te aleja de esta ciudad y de mi.
Mientras me hablas de los cotidianos,
escucho también tus silencios,
que son más decidores que ninguna frase gastada.
Sabiendo que no mencionaras nada,
y con el sarcasmo que me caracteriza,
digo aquellas frases, que solo ambos conocemos
y ríes.
Imagino tu rostro y me sorprendo
también sonriendo,
ves como nuestra complicidad
da pequeños instantes de tregua,
a lo maquinal de nuestro existir.
La conversación se vuelve un poco incomoda,
especialmente para ti, no puedo negar que me seduce conflictuarte, quizás guardo la secreta esperanza que un día abandones tu cobardía
y digas de ti lo que yo ya se.
Pero con la misma perversidad que te lanzo al infinito, te recojo luego con dulzura aceptando mejor que tu, la condición que siempre nos ha envuelto.
Y solo basta una palabra para
regresar a lo irrebatible de nuestra vida,
me despido con la dosis de distancia y frialdad necesaria para que cada uno,
pueda continuar su rumbo.
Y aquel “cuídate” esconde las frases
que tu y yo, ya no mencionamos,
aunque el silencio se empecine
en hacerlas latentes.
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