Otra noche de invierno como las anteriores, frío penetrante, desolación, pasmosa tranquilidad...
- Esta noche comienzo uno nuevo. Dijo en voz alta sin esperar que alguien lo escuchara, porque esto le ayudaba a soportar la pena de la soledad.
Durante aquel día había terminado de leer otro libro de su gigantesca biblioteca, un peldaño más para alcanzar su objetivo.
En la inmensa sala apenas iluminada se respiraba helada la humedad y el silencio aturdía los tímpanos. Cerca del hogar en cambio, el cómodo sillón estratégicamente colocado permitía a quien lo usara practicar de una lectura tranquila y tibia. Allí se ubicó preparándose para cumplir con su rutina, al mismo tiempo que las ocasionales chispas rompían la eterna monotonía con un murmullo hipnotizador.
Comenzó como siempre, contemplando la cubierta exterior del libro, como saboreándolo desde el principio. Sosteniéndolo con sus ya envejecidas manos giró la primera hoja: - “Memorias sin Tiempo” de Manuel L. Ebro. De inmediato un escalofrío recorrió su médula y como encandilado por un potente flash, su cerebro quedó en blanco por un instante. Pero luego recordó que estaba llegando al final de su objetivo: “Leer todos los libros de la biblioteca del castillo”. La cual había sido formada recopilando literatura tan variada como los reino de oriente y occidente que sus antepasados y él habían conquistado. Llegando a convertirse en una de las más grandes del mundo.
Lo que el anciano no recordaba era que hace muchos años, cuando el castillo estaba habitado por cientos de personas y el imperio estaba en su apogeo, su esposa, la Reina, repentinamente enfermó.
Los médicos dijeron al Rey que no conocían la cura para aquella dolencia. Éste, desesperado consultó al anciano más sabio del reino y el buen hombre le aconsejó:
- La Reina padece una extraña enfermedad de la que se sabe muy poco. Pero de seguro la cura está en alguno de los libros provenientes de distintas partes del mundo que Usted posee en la biblioteca real. El problema es que esos libros están escritos en diferentes idiomas que solo su Alteza conoce, por lo que sería conveniente que Usted mismo buscara la cura para su Majestad, la Reina.
Giró otra hoja y en el reverso de ésta encontró el retrato del autor con su firma debajo, en un costado. Justo en el momento antes de pasar a la siguiente página su mirada se detuvo en los ojos del retratado, los cuales le eran extrañamente conocidos. Pero no pudo recordar de quién se trataba.
En realidad, después de pasar los últimos 25 años encerrado en su castillo, leyendo día y noche sus muchísimos libros, había perdido la noción del tiempo y no recordaba ni su nombre. Tal vez era porque no lo necesitaba, ya que cuando leía, aún profundamente enamorado de su Reina, lo hacía con tanta pasión, tanta voluntad y tanta concentración que se transformaba de inmediato en el protagonista de su lectura.
Ahora su mano izquierda, que temblaba más de lo habitual se posó en su frente. Clásica posición de lectura que le ayudaba a sostener su cabeza y a aliviar el dolor en su joroba.
El libro comenzaba... “Estas son las memorias de un gran hombre cuya fuerza de voluntad, carisma y personalidad lo llevaron a vivir como Rey y Conquistador, siendo a la vez respetado y querido por su pueblo Aunque no todo fue felicidad...”
- Otra triste historia... pensó.
Cruje la pesada puerta mientras se abre lentamente...
- Aquí está su cena mi señor. Dijo con voz tenue el único sirviente que aún habitaba el abandonado castillo. Su madre, por haber sido sirvienta de la corte había llevado una vida buena y digna, por lo que él siempre se sintió agradecido con su rey y por eso todavía lo cuidaba.
El anciano lo ignoró como siempre y continuó leyendo. Porque la historia lo intrigaba.
- Seguramente se trata del monarca de algún reino olvidado, pero siento como si lo hubiera conocido.
El libro lo fue llevando por distintas épocas y circunstancias, en algunas de las cuales se vio más identificado que de costumbre. Llegando incluso a las lágrimas, aquellas que creía haber perdido hacía tanto tiempo.
La lectura continuó y a medida que avanzaba su mente se iba despejando. Así logró, con gran asombro verificar que lo que estaba leyendo era su propia historia, su propia vida.
Para ese entonces su nerviosismo era muy evidente. Apresurado, o más bien desesperado por llegar al final del libro, devoraba las hojas una tras otra.
- La enfermedad de mi esposa... ¿qué habrá sido de ella?, ¿cómo pude dejarla sola?. Pensaba mientras secaba sus arrugados ojos verdes.
Llegó a la parte en que el sabio le aconsejaba leer los libros, pero en ese momento el relato cambió. Así mismo el anciano no tenía más recuerdo en su mente que haber leído miles de libros.
El libro proseguía:
- “Querido Rey: espero que el repaso de su vida le haya hecho despertar a la realidad. Si es así ya habrá recordado que yo Manuel L. Ebro, autor de este libro, era conocido como el “sabio del reino”, aunque nunca me consideré portador de semejante facultad.
Ahora le contaré lo que pasó en realidad durante el último tiempo de su reinado. Una tarde mientras su alteza la Reina cabalgaba como de costumbre por los bosques que rodean el castillo, le pareció oír murmullos entre los matorrales. Y como eran voces conocidas bajó de su caballo y se acercó lentamente, pensando en hacerles una broma a aquellos hombres. Pero su sorpresa fue grande y al mismo tiempo aterradora al escuchar que estos caballeros, entre los cuales estaban los más importantes nobles y duques pensaban matarlo a Usted y repartirse sus magníficas riquezas en un futuro cercano.
Muy consternada, la Reina pensó toda la tarde la manera de salvarlo de una muerte inevitable.
Utilizando su encantadora personalidad logró engañar y convencer al más importante noble de esa corrupta sociedad, quien también era el líder de la secreta rebelión, de que la mejor manera de deshacerse de su esposo era hacerlo pasar por loco. De esta forma sería destituido y como no tenía aun un sucesor, el trono quedaría en sus manos.
Lo que no le dijo fue que mientras tanto, ella fingiría una extraña enfermedad y luego su propia muerte, para huir luego lejos del reino con la esperanza de poder convencer a su esposo de que la acompañara para comenzar una vida nueva lejos de allí. Ya que el Rey siempre le hablaba de su sueño de poder retirarse a disfrutar de la vida viviendo como una persona común.
El negocio le pareció bueno al ambicioso hombre. Y ahí es donde entro yo, bajo amenazas de muerte y tortura, este noble me obligó a mentirle a Usted, sabiendo que la tarea encomendada era prácticamente imposible y conociendo también su tenacidad para alcanzar cualquier objetivo.
Lamentablemente la Reina no contaba con la traición de los traidores, quienes la asesinaron poco tiempo después de que Usted fuera destituido y el reino dividido entrara en decadencia. A esa altura yo me sentía como el apóstol Pedro antes de que cantara el gallo. Al igual que aquel mi temor a morir no me permitió jugarme por Usted, pero el remordimiento me llevó a escribir este libro y a colocarlo entre los otros, con la esperanza de que alguna vez lo leyera y pudiera aliviar mi pesada carga dándome su perdón”.
Giró la última hoja y cerró el libro. Bajó su mano hasta el piso, tomó un leño y lo colocó en la hoguera.
Se levantó del sillón...
(Ahora pueden escoger entre tres finales distintos, a ver cuál es el que más les gusta) Sasá
|