EL COLECCIONISTA DE CAJITAS DE MÚSICA
Me llamo Álvaro Rodríguez y Rodríguez. Procedo de la alta aristocracia española.
A mi familia nunca le han faltado ni riquezas ni dinero. Desde hace muchos años ostento el titulo de Conde de la comarca, mi servicio lo completan cuatro asistentes. Soy el mayor coleccionista de cajitas de música del mundo. Las tengo de todos los colores, tamaños, formas y materiales y con mil y una melodías diferentes. Proceden de todos los países del planeta, incluso les podría decir que también de países imaginarios que habitan exclusivamente en alguna que otra mente de los fabricantes de estos magníficos objetos. Hay que me han costado poco conseguirlas, otras son regaladas, y poseo algunas que valen verdaderas fortunas. Mi afición me vino a muy temprana edad cuando mi madre me regaló mi primera cajita diciéndome que era mágica y que las personas obedientes al oír su contenido quedaban irremediablemente dormidas.
Por aquel entonces parece ser que era un verdadero desastre para dormir.
Al oír por primera vez las notas que salían de aquella cajita, quedé dormido al instante, quizás por el cansancio que llevaba arrastrando desde hacía tanto tiempo o tal vez por las encantadoras notas que salieron mágicamente de una preciosa cajita... El caso es que desde el despertar de aquella noche, yo empecé a pedir cajitas de música.
Al principio se las pedía a mi distinguido padre cuando partía a lejanos países, también a quien me tuviese que hacer algún regalo por cualquier circunstancia. Más tarde continué adquiriéndolas y coleccionándolas. Aún hoy sigo haciéndolo, tengo una gran habitación exclusivamente para ellas. Yo la llamo cariñosamente: “La Gran Caja” En ella paso horas y horas limpiándolas, admirándolas, tocándolas, abriéndolas cariñosamente para que dejen salir el bello contenido que encierran. Llegados a este punto creo que ustedes se preguntaran por qué les cuento esto. Verán, les quiero explicar la historia que hay detrás de una de mis cajitas favoritas.
Actualmente tengo sesenta años, pero lo que les voy a relatar ocurrió hace unos cuarenta. Por aquel entonces, siendo joven y teniendo todo lo que se me antojaba, no entendía bien a la gente cuando hablaba de los valores de la vida. Fue entonces cuando llegó hasta mis oídos la existencia de una cajita fabulosa que decían que tenía forma de Luna. Decían que era muy bella, confeccionada con madera y plata, pero nada se sabía sobre su música, cosa que me intrigó bastante.
Sólo saber de su existencia quise que fuese mía. Envié a mis hombres para saber a quien pertenecía dicho tesoro.
Días mas tarde ya tenía toda la información sobre la mesa de mi despacho.
El dueño de la caja era un hombre anciano que vivía solo, en una casa muy antigua en un pobre pueblo de humildes habitantes. Estaba a cuatro días de camino.
Otras veces había enviado a alguno de mis sirvientes, pero aún no se por qué razón decidí ir personalmente. Hice que me acompañara mi fiel y ya mayor hombre de confianza, el bueno de Juan. Ya hace muchos años que murió, pero su recuerdo vive en mí como también el de Don Sebastián. Aprendí de ellos tantas y tantas cosas.
Recuerdo que salimos a primera hora de la mañana de un claro día de abril.
También recuerdo que mi excitación crecía a medida que nos acercábamos a nuestro lugar de destino y que me estaba obsesionando intentando no pensar en la melodía que encerraba aquel deseado objeto. ¿Qué pasaría si la música ya la tenía repetida en otra cajita? Juan intentaba tranquilizarme desviando la conversación hacia lo bonito del paisaje, de sus colores, de sus olores, pero a la que él bajaba la guardia por un momento, yo volvía a hablar sobre el mismo tema.
Por fin llegamos al pueblo y pudimos corroborar la pobreza de aquellas gentes, por eso me sorprendió comprobar lo felices que eran. Preguntamos por la casa donde habitaba Sebastián, dueño de la cajita deseada. Al llegar frente a la entrada de su hogar Juan tocó en la puerta y como nadie contestaba, volvió a repetir varias veces la llamada. Al poco pudimos oír unos pasos arrastrados.
- ¿Qué desean estos escandalosos señores?- Escuchamos al otro lado de la puerta.-
- Usted debe ser Don Sebastián- dijo al verlo-. Yo soy Juan y hablo en nombre de mi señor, el Conde Álvaro Rodríguez y Rodríguez…
- Me ha gustado lo de Don pues poseo el arte de hacer bellos objetos. Pueden llamarme Don a secas.
- Don, sabemos que posee una cajita de música en forma de Luna…
- ¿Acaso es pecado poseer un objeto que yo mismo he fabricado?
- No, no nos ha dejado hablar Don, venimos a comprárselo.
- Siento decirles que la cajita no está en venta.
- Pero…si aún no le hemos dicho cuanto estamos dispuestos a pagarle.
- Parece ser que cuánto más rica se cree la gente, más sorda se queda. La cajita no está en venta.
- Le ofrecemos 1000 monedas de oro.
- ¿Quién es tan tonto como para querer comprar un objeto sin verlo?
- Es usted muy astuto, le ofrecemos 1500 monedas de oro.
- Me están haciendo perder el tiempo, y para mí el tiempo es muy valioso. Si son observadores, cosa que dudo un poco, se habrán dado cuenta que mi edad es avanzada. No está en venta, creo haberlo dicho ya antes muy claro.
- Juan déjame hablar a mí con este viejo.
- Mira por dónde este Conde ya me ha degradado, de Don Sebastián he pasado a ser un viejo y parece que testarudo. Al menos he hecho que el Conde aterrice en tierra y utilice su propia voz.
- Mire, le vamos a ofrecer 2000 monedas de oro. Tanto usted como yo sabemos que con esta cantidad no tendría que trabajar más en toda su vida y hasta podría tener lo que usted quisiera.
- Y, pongamos por caso, si yo quisiese tener mi cajita de música y no quisiese ni dejar de trabajar ni sus frías monedas de oro.
- Pero, usted es pobre.
- ¿Quien le ha dicho que lo soy?
- Si salta a la vista.
- ¿A qué vista? Acaso será a su propia vista, pero no a la mía. Creo que estarán de acuerdo conmigo si les digo que se puede ser rico o pobre de otras muchas formas que no sean hablando sólo de monedas o propiedades en forma de castillos, o posesiones de títulos. Mis manos son ricas en experiencias, por haber fabricado infinidad de objetos a cual más bello y mi corazón es afortunado por poder regalar dichos objetos a quien me plazca, y aunque mis manos no toquen monedas de oro, me siento más afortunado de poder tocar un árbol o la mano de un amigo, que de tocar ese frío metal. Soy afortunado por poder ver una puesta de Sol, por poder sentir que las gentes que me conocen me aprecian de verdad por ser como soy y no por lo que poseo o dejo de poseer, por poder contemplar la belleza que encierra la Luna…
- Señor, le hablamos de otro tipo de riqueza – dijo Juan-
”Ya estoy cansado de este asunto, mañana vendremos con nuestra última oferta y ya verá como no la va a poder rechazar. Le voy a dar una lección, le demostraré que todo tiene su precio, todo lo tiene.” Dije enojado.
- Dudo mucho que consiga demostrármelo, pero si lo consigue me sentiré afortunado por haber aprendido algo más.
- Hasta mañana.
- Aquí me encontrarán.
Juan y yo fuimos al centro del pueblo para buscar alojamiento, pero allí no encontramos ningún hotel, ni motel, ni posada ni nada por el estilo. Le preguntamos a un hombre que estaba sentado delante de la puerta de entrada de su hogar dónde podríamos pasar la noche. El hombre nos ofreció su casa y parte de su comida a lo que accedimos. Mientras cenábamos abordamos el tema por el cual nos encontrábamos en aquel pueblo.
- Juan ¿Cuántas monedas crees que le debemos ofrecer para que acepte?
- Señor, creo que le ofrezcamos las monedas que le ofrezcamos va a decir que no vende la cajita de música y si además sólo le podemos hacer una oferta, pues usted le dijo que sería nuestra última oferta, el asunto se nos ha puesto muy cuesta arriba. Siento decirle que lo tenemos muy difícil.
- Entonces ¿Crees que nos tendremos que ir sin ella? Sería la primera vez que… En este caso ¿De qué me sirve ser tan rico?
- Ese hombre es muy listo pero creo que se me acaba de ocurrir una muy buena idea. Si, darle la vuelta a la tortilla.
- Pero ¿Qué estupidez estás diciendo?
- Señor, no es ninguna estupidez. Le diremos que sea él quien ponga el precio.
- ¿Crees que eso puede funcionar?
- Al menos de entrada no podrá rechazar nuestro precio. En ese caso sería él quien lo pondría ¿Qué podemos perder?
- Bien pensado creo que tienes razón. Si, me gusta la idea Juan.
Al día siguiente quisimos pagar la comida y el alojamiento pero el señor de la casa no nos quería cobrar nada. Di discretamente órdenes a Juan para que escondiese en algún lugar de la casa un puñado de monedas de oro y nos dirigimos con paso firme hacia nuestra cita con Don Sebastián.
- Buenos días caballeros, creo que hoy nos podremos entender mejor que ayer.
Al menos eso intuyo ya que no han aporreado la puerta.
- Buenos días Don. Venimos con nuestra última oferta.
- Vaya, hoy parece que le toca hablar al Conde. ¿Cuál es esa oferta a la que no podré resistirme y que me demostrará que todo tiene su precio? Les advierto que no les voy a dedicar más tiempo del que se merezcan.
- Lo sabemos Don, por eso hemos decidido que el precio lo ponga usted.
- Hmmm eso cambia un poco las cosas. Déjenme pensar. ¿Qué es lo que yo estaría dispuesto a querer a cambio de mi cajita? Muy astuto, antes de llegar ustedes yo no tenía esta clase de problemas pero quizás se pueda buscar alguna manera para que todo el mundo salga beneficiado con este asunto. La verdad es que me han sorprendido con este ofrecimiento. Ha sido cosa de Juan ¿Verdad Conde?
- ¿Qué más da eso ahora? Piénseselo, le damos un par de horas.
- Señores, ya se me ha ocurrido algo pero me gustaría que se tomasen ese tiempo para dar un paseo por el pueblo y conocer y saludar a la gente con la que se encuentren por las calles.
Juan y yo recorrimos durante el tiempo acordado las calles de aquel bello pero viejo pueblo. Transcurridas las dos horas nos personamos ante Don.
- Don, usted dirá.
- Me gustaría saber qué han sentido al recorrer el pueblo y al hablar con sus gentes.
- Pero… ¿Qué tiene que ver eso con el asunto que nos ocupa?
- Tiene mucho que ver, Conde.
- Hemos apreciado que la gente es feliz, que el pueblo tiene muchos años…
- Por ahí vamos bien señores. Como saben a mi me queda poco de vida. La cajita se la hice hace muchos y muchos años a mi mujer como regalo de bodas. La hice en forma de Luna porque cada noche se quedaba por unos instantes mirándola y pidiéndole que le dijese al Sol que el nuevo día estuviese lleno de amor, paz y de felicidad para todos. De plata porque este material me decía que le recordaba a la Luna brillando al lado de las Estrellas, y de madera para acordarnos de nuestros orgullosos pero humildes orígenes. A partir de tener la cajita mi mujer hacía lo mismo pero escuchando las notas de su melodía preferida, la que yo le había puesto a tan delicado objeto. Curiosamente, hace un par de años, un día por estar enferma no pudo ver a la Luna ni pedirle lo de cada anochecer. Aquel amanecer se durmió para siempre mientras escuchaba las notas que salían de la cajita de música. Desde aquel día soy yo el que le pide a la Luna que cuide de mi amada mientras yo no lo pueda hacer. Es por eso que les pido poder pasar con la cajita el resto de mis días mortales. Cuando yo muera podrá ser para el Conde si antes ha dado a cada habitante del pueblo su peso en oro. También tiene que restaurar todos los rincones del pueblo que lo requieran sin quitarle ni un ápice de su personalidad.
- Todo eso está muy bien pero ¿Para usted qué quiere?
- Señor creo que Don se ha explicado a la perfección.
- Si pero…
- Ya se lo explicaré durante el camino de regreso a casa.
- No si lo que quiero decir es que le hemos demostrado que todo tiene su precio.
- Señor Conde, si usted lo ve así, este viejo Don no le va a llevar la contraria.
Hace ya tantos años de estos hechos y estas conversaciones… Pero es que en aquellos días me quedaba mucho por aprender ¡Y vaya que si he aprendido!
Sólo me resta contarles que antes de fallecer Don habíamos cumplido todas sus peticiones. Al morir él me trasladé a vivir a su pueblo desde donde estoy escribiendo estas líneas. Decir que desde aquel día, al anochecer, busco el emplazamiento de la Luna y entonces abro la cajita y le pido lo que antaño le pedía la mujer de Don. Hoy me siento más rico, aunque mi riqueza palpable, hace años que no es tan grande. La repartí entre las gentes que vivían a mí alrededor. Cuanta razón tenía Don al hablarme con aquellas palabras tan sinceras que brotaron aquel día de corazón. Curiosamente ahora en vez de cuatro hombres tengo a todo un pueblo deseoso de cumplir mis deseos. Pero lo que yo deseo es que sean tan felices como lo soy yo. Cada mes me regalan una cajita de música de una belleza sin igual y que contienen mágicas melodías. No sé quién las fabrica, y no me lo quieren decir. Supongo que Don debía tener algún aprendiz a quien enseñó su sabiduría, aunque me gusta pensar que es él quien las hace y me las manda desde algún lugar, y que está con su querida mujer. Me gusta pensar que cerca de ellos también vive mi gran amigo Juan.
Cada día me paso algún tiempo en La Gran Caja. Una vez me quedé dormido con la cajita de música de la Luna abierta y soñé que al estar estirado y durmiendo, la música llenaba mis oídos y que cuando no cabía en ellos ni una nota más, la música resbalaba por todo mi cuerpo hasta impregnarlo por completo y hacerlo flotar y que me transportaba cerca, muy cerca de la Luna. Al fijarme en ella vi tres puntos mucho más brillantes que el resto y pensé que posiblemente podrían ser Juan, Don y su mujer. No quiero dejar de escribir sin antes decirles que la melodía que escucho cada noche en mi cajita de música es Claro de Luna del maestro Debussy y que esta melodía no la tengo repetida en ninguna de mis otras muchas cajitas de música, quizá eso la haga más mágica aún si cabe.
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Quiero dar las gracias por el pulido del texto a:
CLARALUZ
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