Luz, cuánto te debo agradecer tu constante brillo, en esta única instancia de mi existencia, dónde conseguir ver, a veces, es tan difícil, donde conseguir creer, a veces, es sólo una cuestión de abrir la ventana de la razón, pero sin tu influencia, Luz, que poco cree, quién sin tí, no puede tener fe.
Cuando abrí los ojos, gracias a ti, vi la vida.
Tú me diste el reflejo del camino a seguir y no hiciste que me perdiera en la oscuridad.
Tú fuiste mi capacidad para diluir las muchas dudas con las que topé en mi humilde peregrinar.
Tú me diste una razón para ver mi pasado, sobre el cuál, aprendí a ver mi presente, el cual servirá de alimento a mi futuro.
Eres cómo una madre, que me consuela en cada uno de mis tropiezos, pues haces ver en mis ojos, lo que significa la victoria del éxito, después del tormento de una caída.
Tú mano mágica mece mi cuna y me arropa en el desconsuelo del fracaso y la amargura.
Levanto mi ojos y te veo tan llena de esperanza, que quise copiarme de ti, ahora mi estancia es más llevadera, pues tu fuiste la gran maestra y yo simplemente, un alumno que se fió de tu dulce resplandor, para seguir con buen pie mi carrera.
Nunca te apagues Luz, no dejes de respaldarme y como conmigo hiciste, hazlo ahora con otros que sienten y se resienten de los pasos de su vida.
Danos a todos, tu brillo y tu arrogancia de Reina de la esperanza, de libertadora de egoísmos, de luchadora de libertades, de entonaciones brillantes que gobiernen con justicia los espacios más oscuros que nuestra mente y corazón, aún tienen reservados y que sin ti, Luz, jamás verán su libertad.
Luz, gracias por estar donde estás, sólo quise que supieras que agradezco tu digna grandeza, ahora me siento más cerca de lo que tú eres, más libre, más emotivo, como tu haces con cada cuál que te mira y a quién devuelves siempre ese brazo de buena compañera y amiga.
Escrito por Carlos Them
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