A veces pongo mi cuerpo a disposición del que quiera llegar y llevar. Me convierto en un spot publicitario, en una estrategia de marketing y una captación al cliente. Sólo un par de veces me bastaron para ver que mi niña dulce se fue a dormir a quién sabe dónde, y que de tanto querer despertar no pude acariciarle el cabello para que sintiera que aún soy su compañía, aquí, en mí misma. A veces me pregunto hasta dónde puedo llegar, es que me hicieron con una manufactura programada a querer cada vez más. Que las calcetas azules, las notas, las gracias y el adiós. Tras la muerte de mi etapa colegio – casa la mayoría de edad se transformó en mi Dios y mi diablo. Y con un poco de motivación externa proveniente de raíces terrenales florezco como la luna calva. Tengo un par de amores clavados con rencor que sale a borbotones en un beso con violencia y el resto es olvido. El ayer no vale. El hoy es algo distinto al mañana. Y las cosas se hicieron mas simples cuando encontré guardería para mi niña de espera sufrida, y salí a buscar mis gracias perdidas, mis novelas de amor a medio leer, y unos cuantos esquemas quebrados por mi piel traviesa. Entre el tumulto me intento hacer notar, con un par de dotes bíblicos que me ayudan en la faena de encontrarme hablando a gritos en medio de música y humo. Y quiero volver cada vez, al punto más desquiciado de mis deseos, quiero completar esa imagen a ciegas que no alcanzo a mirar y hacerme insufrible, porque los despechos de antaño, me produjeron epistaxis donde comienza a descender la memoria, donde se empieza a acostumbrar al olvido, y luego; programar el cerebro para dejarlo vacío. La cerveza se almacena en barriles, mi pena en besos, mis pausas en frascos cerrados al vacío. Y yo, otra vez me escondo, tras las letras dignas de enmarcar en la basura que me rodea. |