Escribo, con apego máximo en la hoja, en busca de contactos furtivos perdidos entre las líneas de mis manos. Descifro puentes que me llevan a mi misma soledad, y llegan nombres a posarse en las palmas de la plaza. Comprendo y vuelvo a confundir mi pelo alborotado con un palpitar sordo. No hay ecos porque he callado, no hay sombras suyas ni de nadie; el abrir y cerrar de ojos me ha borrado cualquier sol cabizbajo y roto. Y miro todos los trozos de ese espejo plano que se ha llevado cada recodo duro de mi piel seca, como lágrimas estrelladas con las ventanas de invierno. Creí reír cuando lloraba y me esparcí en el mismo fango que vi terminado al mirar a mis pies. Creí también, una vez en las hadas, pero sólo a cenicienta le alcanza para cuentos. Yo y mi cigarro, grisácea, sucia y agria. De limones tengo varios relatos, simplemente echando un vistazo a mi pasado. Atrás mujer de líneas y palabras, asustas a cualquiera con tu filosofía masoquista y tus broches de oro almíbar. El dulzor ya no alcanza para tanto, ni tantos actos pudieron encerrar un "yo" arrepentido, un falso testigo de ese demonio que ronda cuando otra vez converso con la tinta, plástico y árbol... No es casualidad su destrozo, cada rincón hecho pedazos, y vuelvo a la estrofa de la canción triste con la afinación aliada a mis intenciones infantiles. Nunca dio frutos esta historia porque heme aquí narrándola desde el fondo cual concepción casta crece en los adentros del tiempo donde no rige el déjalo ni menos el mátalo, haz espacio en tus sienes, haz caber un hablante lírico experto en explicaciones vanas, ni tan fuertes ni tan aceleradas pero sí ajenas a todo vicio de seguir condenando mi camino a un sector sombrío como desprecio de perro, en este; el final del tiempo. |