Estábamos en otoño, una de las estaciones del año más bonitas a mi criterio, en donde el sol entibia pero no inunda en calor las tardes, donde las hojas de los árboles sobre el césped son el detalle perfecto propio de la época.
Era un día al igual que otros, cómo todos los chicos de mi edad, en el colegio. Escuchaba las palabras del maestro y miraba los números que anotaba en el pizarrón como si fuesen notas de una melodía desconocida.
Cuando de repente, ¡Crash!, un ruido que terminó con ese monólogo del maestro y llenó de intriga nuestros rostros. Era una pelota de fútbol, que llenaba de trocitos de vidrio el pizarrón, los bancos, las baldosas del aula. Luego un absoluto silencio hasta que la voz del maestro estalló.
-¡Otra vez! La tercera vez que Pablo rompe un vidrio de un pelotazo. ¡Lo voy a suspender, amonestar, expulsar! ¡No puede ser! ¡Me tiene cansado! ¡Cada vez que sale del aula es para hacer de las suyas!.
-El curso en defensa de nuestro compañero gritó: ¡No hay dos sin tres! Además porque estábamos en la hora de matemáticas. Si hubiésemos estado en la hora de lengua hubiésemos gritado: ¡No hay mal que por bien no venga! o ¡A cada sujeto su predicado!.
La realidad era esta, el vidrio estaba roto y Pablo que estaba en el patio, había disparado ese terrible botinazo contra la ventana del aula.
En esta época del año, en que comenzamos a pasar noches más largas y días más cortos, noches para soñar y días para vivir, Pablo al igual que muchos otros tenia sueños.
Como dice en su libro Jayme Barylko: “Soñar no es eficiente, pero produce otro efecto superior al de la eficiencia darle a la vida una dirección, un optimismo, un ideal, una aspiración...”
Ese es el pilar en la vida de Pablo, si bien es conciente que en el profesionalismo del deporte son pocos los que llegan, no se iba a quedar con el no lo intenté. Es por eso que pedía permiso para ir al baño y no perdía la oportunidad de darle unos tiritos al arco, con tan mal tino que siempre rompía algo. Todos nosotros le decíamos, ay ay ay Pablo ¡tratá de apuntarle mejor!, pero no había caso el muchacho se empeñaba en romper vidrios y ocasionar disturbios.
El maestro muy enojado salió del aula al encuentro de Pablo, éste temblando por que sabía que se había mandado la macana y que esta vez iba a ser decisiva. Si sus papás se enteraban iba a pasar el resto de su vida en penitencia...y se imaginan... ¡todos los días durmiendo siesta y tomando sopa! Pensaba él en la más profunda de su inocencia. Realmente no era vida. Al verlo en tal estado, el maestro se apiadó de él, hablaron sobre el tema, y Pablo juró no volver a patear una pelota.
¡Cómo se talan sueños en la actualidad!, ¡Cuántas veces una herencia social nos marca en el camino, cayendo en prejuicios!, ¡Cuántas veces nos encontramos en un mundo donde somos títeres de una terrible y cruel obra de teatro!
Pablo probablemente no se hubiese convertido en un gran jugador, pero ¿Quién tiene derecho de coartarle su capacidad para decidir que es lo mejor para él o no?
Lo importante es la capacidad de superación, el ímpetu con que cada día comienzas un día, la voluntad que emplees en él.
Me gustaría rescatar una reflexión de Nietzsche:

“El hombre no se apiada, se entristece. Necesitamos buscar la exigencia de un programa de vida que disuelva las masas y produzca individuos superiores.
¿Pero qué son individuos superiores? el que se exige a uno mismo, el que piensa todos los días, el que se libera de las rutinas, el que muere y renace a cada instante, el ser heroico, No es superior a otros, ES SUPERIOR A SÍ MISMO.-