*Son RELATOS:
"Durante el viaje se canta y charlotea;
los islotes están frente a la costa,
más allá de la Isla, y el viaje es largo".
Knut Hamsum.
NADA COMO LA LLUVIA
Desalojaban el edificio cuando sonó otra erupción con estruendo. Llevaban varios meses con la amenaza del airado volcán, pero el viejo Kracontoa se había animado a despertar precisamente en el mejor momento para sus intereses. El lo sabía bien que era nativo de allí y qué tanto trabajo de años le había costado regresar a su tierra con proyectos nuevos y con nivel de vida nuevo, algo en extremo difícil para los muchachos de la isla. Los años en el extranjero le valieron para consolidar su carrera universitaria y por fin encontrar un puesto de prestigio en que poner su esfuerzo al servicio de los habitantes del archipiélago, algo que soñó desde niño, una oportunidad para los chicos como él, para la que se había preparado y que no quería desperdiciar.
Como ingeniero medioambiental le cabía la responsabilidad de proporcionar a la isla del progreso necesario para que la riqueza aflorase a sus vidas, lo había visto fuera de allí y antes, cuando los turistas llegaban a su isla haciendo gala de sus adelantos. Siempre sintió curiosidad por ese mundo que les visitaba y ahora era el momento de beneficiarse de ello. Las tareas de prospección iban a comenzar la semana siguiente, tan sólo pendientes de la aprobación de su informe técnico. El objetivo consistía en crear una red organizada de plataformas petrolíferas que permitirían dotar a la isla de una infraestructura avanzada, calles asfaltadas, mejores viviendas, más amplias, como las que conoció en el continente, autopistas, metro y un sinfín de servicios que dejarían atrás el modo de vivir a la antigua usanza. Se trataba de un pequeño sacrificio para mejorar, a cambio era necesario taladrar la matriz de la barrera coralina, destruir parte de la riqueza natural que hasta ahora atraía a ellos la riqueza para instalar allí la fuente misma de dicho bienestar. Daban por seguro que se les echarían encima las asociaciones ecológicas internacionales, pero todo estaba analizado al detalle. La cara oculta de la política obra así, si uno se arma de poderosos padrinos puede solapar obstáculos incómodos y la Compañía que le contrató había dispuesto cada pieza del engranaje para que nada se escapase a tal misión. Desde luego que influyó que él fuera originario del lugar, se había formado a su imagen y, también en semejanza, su ambición prevaleció sobre los antiguos modos de vida de la isla, era el momento de saltar hacia adelante sin miedo ni escrúpulos por ridículas nimiedades. La multinacional había delegado en él su confianza y además había dispuesto sus medios, sus convincentes recursos, así que se lo había tomado como algo personal, era su deber y se sentía el elegido para convertir aquel proyecto en un privilegio. Estaba a un paso de alcanzar este fin cuando las veladas amenazas del mítico volcán pasaron al primer lugar para erigirse en el protagonista prioritario...
En las escaleras la gente se agolpaba ante la inutilidad de los ascensores, el vocerío y la preocupación acompañaba los rostros, interrogantes hacia la situación de la realidad exterior. Codo a codo con el director general alcanzaron el pasillo del vestíbulo principal, a duras penas conseguían avanzar. El director se dirigió a él en voz alta y le tendió las carpetas por encima de las cabezas del resto de personas...
-...Tenga, ahí van los pasajes! Continuaremos la reunión en la Central, la próxima semana en el continente !
Se separaron al salir a la calle, transformada en un absoluto caos por el hervidero continuo de gentes y vehículos, mientras las erupciones se sucedían. Un intenso olor a azufre y una nube asfixiante de cenizas lo inundaban todo. Ahora parecía que iba en serio, tras años de callada actividad, el volcán ponía en jaque a la población y por fin las autoridades se veían obligadas a tomar medidas inmediatas. A pesar de los avisos y ensayos previstos para estos casos, al llegar la ocasión es inevitable que el desconcierto y el desorden se apoderen de los isleños. Tomó la transversal que llevaba a los garajes y, por un momento, pareció escuchar la voz de su padre contándole las historias de la isla... Se le vino a la mente la leyenda de la creación del mundo que le narraron de niño, pero la desechó con un repetido gesto de burla, había estudiado la importancia de la existencia del átomo, el nacimiento de las galaxias y el origen interestelar. Le costó un triunfo salir del atolladero del centro urbano, los coches bloqueados provocaban una trampa a la salida de la ciudad, pero conocía los entresijos de aquella isla como la palma de su mano. Condujo por la pista antigua de tierra hasta llegar a la carretera de la costa y, desde allí, hasta la playa donde era ya imposible hacer avanzar al vehículo... Lo abandonó en la cuneta, los papeles volaron de las carpetas y también los pasajes. Sin intención alguna por recuperarlos, se dirigió andando hacia la orilla a pesar de la intensidad del temporal. Enfrente suyo contempló la gran barra de arrecifes que se iba a convertir en víctima de su futuro proyecto, las olas chocaban contra ella y se rompían en pedazos de espuma empujadas por el viento... Escuchó la voz del abuelo y la canción del clan de los Nmuri al que pertenecía. Sin dejar de caminar por la arena se arrancó la corbata y, desabrochada la camisa de seda, las tiró al mar. Hizo lo mismo con el pantalón y la chaqueta de renombrada marca europea, pero ininteligible para las gentes de la isla, más preocupadas por el sustento y la sonrisa de la familia. Eran las voces de sus ancestros las que salían al encuentro, incapaz de desoirlas, corría ahora sobre la arena mojada hacia el palmeral. Entró en la cabaña que tantas veces apartó en sueños desde el continente, donde se crió y creció y escuchó historias. Sabía dónde se encontraba el cinto de los Nmuri y el collar de plumas, luego se sujetó en la frente la cinta anudada de flores, símbolo de la madre isla y recitó los cantos de la abuela luna cuando salían a pescar...
El ruido de los truenos sustituyó al volcán. Se acercó a la orilla y dejó que la lluvia le azotase el rostro, sabía que no había nada como la lluvia. Sabía que los dioses estaban enfadados, que el volcán les había castigado... Que no existían otras tierras ni continentes ni tampoco la riqueza negra...
El autor.
luistamargo@telepolis.com
*”Es una Colección de Cuadernos con Corazón”, de Luis Tamargo.-
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