Con tu puedo...Cap 41.
Tres años de salario
Todos estaban en la reunión, o pareció que estaban todos, quienes estaban en los turnos trabajando no pudieron asistir. Al finalizar sus jornadas un delegado se reuniría con ellos para expresar lo dicho en la asamblea. Hubo un grupo que no llegó a la reunión, por alguna curiosa razón, no fueron extrañados.
Mariana habla al oído de su madre. María mira a su hija, le hace un movimiento de negativa con la cabeza. Mariana insiste de manera seria, su madre habla al oído a su marido.
José Manuel llama a su hija, la lleva a un costado de la sala.
—¿Hija, es cierto lo que dice su madre?
—Sí, padre.
—¿Usted no está pidiendo permiso o sí?
—No papá, no estoy pidiendo permiso, les aviso solamente.
—Y si le digo que no me parece lo que hará.
—Lo sentiría mucho, padre.
—¿Está segura de lo que hará?
—Si, papá, muy segura, nunca me arrepentiré, de lo que sí me arrepentiría sería no haberlo hecho.
—Hija, usted es ya toda una mujer y si lo ha pensado bien, yo sólo puedo aceptar lo que hará.
—Gracias papá.
José Manuel, abraza a su mujer y besa levemente sus labios, le sonríe y le dice que sí con la cabeza. Un par de lágrimas caen de los ojos de María, luego de secarlas, sonríe a su marido y le acaricia la mejilla. Mariana se acerca a ambos, una amplia sonrisa ilumina los ojos de la niña.
—Está grande nuestra hija, ya se nos irá.
—Sí, pero, no puedo dejar de verla como a una niña.
Alamiro, Juvencio, José Manuel, los hermanos, Inti y Luciano, se quedaron hasta el final, cerraron la sala y se fueron caminando. Mariana tomó del brazo a su novio y caminó con él.
—Mañana a las siete de la mañana tengo reunión con Fernando Gómez – Informa Alamiro.
—¿Vamos a ver si hay algo en la cantina? Miren que estoy cantando de hambre – Invita Luciano.
—Sí ¿Por qué no?
María, Lastenia, Ernestina, Mireya y Clotilde, caminan un poco más atrás del grupo, van conversando en voz baja. A ratos se ríen. En la cantina está Julia y su jefa, aún cuando iban a cerrar, aceptan al grupo. No desean atender a más gente. Les preparan unos sanguchitos “atención de la casa”, abren una botella de vino que la reparten por igual. Sin mediar palabra, las mujeres se sientan alejadas de los hombres y hacen sus planes.
—Alamiro – Es José quien habla- esa reunión de las siete de la mañana puede tener varios objetivos para Gómez y debes manejarte en todas: una, meterte preso y enviarte con los guardias a Iquique, recuerda que a esa hora pasa el tren. Una segunda podría ser que te ofrezca plata para que te olvides y te vayas de la Oficina. La tercera es que te pida más tiempo que vendría a ser lo más lógico, eso es lo que pienso.
—También creo lo mismo, el Administrador lo que más quiere es saber quienes son el resto de dirigentes, me pide que vaya con todos, pero iré sólo.
—Bien Alamiro, si hay huelga hay que tomar otras medidas, de hecho creo que vas a tener que trasladar tu cama a la sala de teatro, ya que no debieras estar sólo en las noches o cuando duermas. La sala será el lugar que tendremos para reuniones y todo lo demás.
Gómez ha estado toda la tarde en la oficina del telégrafo, ha ordenado que ningún mensaje que llegue se entregue sin ser leído por él, luego de irse a dormir dejó en el telégrafo al tal Eduard y a un guardia.
Envió telegramas a su abogado en Iquique y a una oficina en Antofagasta.
Ha pedido milicos y policías, le han dicho que tome medidas para que no pase nada. Lo de Antofagasta es al parecer algo de trabajo.
—Alamiro, amigos, son muchas las cosas que nos jugamos, incluso la vida – Habla Luciano – a ratos tengo miedo y en otros mucha fe en que saldremos bien, eso sólo dependerá de nosotros, de la conducta y de que no se escape el movimiento de las manos. En la huelga grande hizo falta más unidad, más organización.
Tenemos que hacerlo bien, hay que asegurar que Alamiro nunca ande sólo por el campamento, de eso nos encargaremos nosotros, con mi paisa y los hermanos Aravena ya que todo es posible.
—Gracias, Luciano, la verdad no creo que sea necesario que me acompañen.
—Alamiro, debes saber que no te mandas sólo, y por que te queremos vivo vas atener que hacernos caso. Debes entender que no eres un hombre sólo, que eres parte de todos, de los grandes y de los niños, por lo mismo, todos somos responsables de ti. Y tal como asumiste por si y ante sí él presentarte sin compañía ante el patrón, así mismo, nosotros resolvimos por nosotros que no andarás sólo por el campamento, cuando acabe esto ya veremos.
—Pero, yo...
—Alamiro.
—¿Juvencio?
—Lo que te dice Luciano, lo conversamos los compañeros y lo resolvimos así, creo que nos entenderás.
—Bueno, creo que no tengo alternativa.
—No, no hay alternativa. Entonces SALUD por el éxito.
—¡Salud!
Las siete mujeres se acercaron al grupo de hombres, Julia habló.
—Miren niños, el patrón ya nos mandó decir que habrá que cerrar la fonda, nosotras no la cerraremos hasta que se nos obligue.
—Gracias
—Hemos conversado, hay más de cincuenta mujeres que están inscritas para cocinar, amasar y hacer lo necesario para apoyar la huelga, también para cuidar lo que haya que cuidar. No vamos a dejarlos abandonados niños. Y nosotras también queremos hacer salud por el éxito de esto que se gesta. ¡Salud!
—¡Salud!
Acabó la reunión y se fueron retirando, Luciano, Tito y Mireya acompañaron a Alamiro.
—Nosotros le vamos a dejar, Marianita.
—Alamiro, yo te voy a dejar a ti.
—¿Qué ocurre, Marianita?
—Nada, Alamiro, solo que yo te voy a ir a dejar.
—Permiso, me voy a adelantar con mi niña – dice Alamiro, no entiende la conducta de su novia, de la que piensa está celosa porque Clotilde se ha unido a la gente que prepara la huelga.
Los acompañantes, sonríen y le dejan adelantarse.
—¿Qué ocurre Mariana?
—Eres un tonto, no entiendes nada de nada, esta noche te acompañaré, y no digas nada, que si es necesario duermo en la puerta de tu casa.
—¿Y los papás suyos, Marianita?
—Alamiro, soy grande, a ellos les avisé. Pasaremos esta noche como marido y mujer.
Alamiro abrazó fuertemente a Mariana y la besó con pasión, caminaron abrazados hasta la puerta de la casa. Allí se despidieron del resto de sus amigos, cada uno de los cuales se abrazó con Alamiro, deseándose éxito.
Entraron a casa trenzados en un fuerte abrazo, los ojos de Alamiro mirán ansiosos, los de Mariana con picardía. No saben qué decirse, no necesitan decirse nada, sus manos hablan, sus ojos conversan, sus piernas danzan la danza de la vida, sus dientes chocan, sus lenguas se mezclan en otro abrazo tan húmedo como sus sexos.
Las manos van arrebatándose las ropas, al llegar a la cama, es poco lo que resta por quitar hasta quedar infinitamente desnudos. Alamiro se siente fuerte, ternura y torpeza hay en su actuar frente a Mariana. Cuando caen a la cama. Mariana le abraza con sus morenos brazos y sus suaves piernas. Alamiro entra en el cuerpo de Mariana, entra con la premura del que no conoce y explora por primera vez la profundidad del amor, ingresa con la misma fuerza con la que en cada jornada de trabajo hace entrar la barrena en el caliche, barrena que en cada golpe rompe la costra de mineral. Su sexo es como la primera barrena, esa que usa para orientar las que vendrán luego hasta dejar listo el cañón para colocar el explosivo y hacer saltar el mineral que irá a los campos de trigo y hará germinar con fuerza cada una de sus espigas.
El movimiento de ambos es apresurado, urgente, ansioso, cada cual quiere dejar una marca endeleble en el otro. Y llega el primer orgasmo en Alamiro, luego de unos segundos vienen los de ella, descubriendo que ha sido premiada con múltiples orgasmos, sólo ahí, luego de esa urgencia por poseerse mutuamente, descansan. En ese descanso, comienza la segunda aventura, esa de conocer los misterios de la geografía de cada uno, cada trozo de piel que se tocan. Son como las esponjas de mar, se absorben, se exploran mutuamente, se conocen. No hay palabras.
Viene una segunda vez, tan apasionada como la primera, es más suave, más tierna, cada cual brinda todo para satisfacer al otro y triunfan en su amor. Luego viene el descanso. Alamiro abraza a su niña, la acaricia con mucha ternura, antes de dormir le pregunta.
—¿Por qué viniste esta noche?
—Porque el día que te acepté y luego cuando me dijiste que querías casarte conmigo, comencé a pensarte como el hombre con él cual pasaré mucho años. Alamiro, tengo mucho miedo de que te pase algo malo, no confío de los patrones, son malos, malos de dentro, malos del alma y pueden hacerte mal, hasta matarte, por eso vine y por lo mismo sé que mi padre no dijo nada en contra, creo que me leyó el pensamiento. Soy tu mujer, Alamiro, por eso estoy acá y no me importa que mañana me vean salir contigo. ¿Lo entiendes, Amor?
—Gracias Marianita, el otro día les dije a mis compañeros que si ganamos en un par de meses querré casarme contigo, y si estás de acuerdo lo hacemos.
—¿Verdad?
—Sí, Mariana, no quise que fuese antes, por lo mismo, porque sé cómo es el patrón y ésta nunca me la ha de perdonar.
—Ahora, amor, cierra los ojos y duerme, que a las siete se definirá nuestro futuro.
Alamiro beso los labios de su Mariana y cerró los ojos, en segundos estaba dormido, un sueño suave, un sueño que ha sido escaso en los últimos días. A las seis y media lo despertó Mariana, ya que ni siquiera sintió la llamada de la sirena de la maestranza a las seis.
Se levantó de inmediato, se lavó prolijamente, mientras, Mariana preparó café colado. Se vistió como si fuese a la Filarmónica en domingo y luego de desayunar, salió con Mariana que del brazo le acompañó hasta la entrada de la Administración.
Muchos ojos vieron al hombre que llevaba algo de la Redención necesaria para los cuerpos sufridos de los mineros y sus familias.
—¡Pase! – dijo secamente el Administrador-
—Gracias – dijo Alamiro y entró.
—¿Y los otros?
—¿Qué otros?
—Los que son tus acólitos.
—Yo, los represento a todos.
—Bueno, mejor.
—Usted dirá, señor.
—Mira, quiero que te vayas en paz de mi Oficina, te puedes ir o te puedo echar, si te vas te ayudo a que no tengas problemas por mucho tiempo, te puedo pagar tres años de salario y todo en dinero.
—¿Y si no quiero irme así?
—Bueno, puedo tocar este timbre, llamar a los guardias y enviarte preso a Iquique, te tendrán meses o años en la cárcel.
—Sí, como los que encarcelaron en Iquique después de la Escuela.
—Peor, pero, yo te estimo y creo que me hubiese gustado tener un hijo como tú.
—Gracias, pero, no es el mejor modelo de padre, prefiero a mi viejo.
—Bueno, te voy a echar, te voy encarcelar, ya verás, no te perdonaré esto.
—Yo no me perdonaré, si no hago por los míos lo que tengo que hacer. Y usted también podría hacer que me maten en la pampa ¿O no?
—¡No soy asesino! Eres un atrevido
—Soy un minero con muy poca educación.
—Has de saber que lo que piden es mucho, no se lo voy a dar. Debería bajar los salarios, estamos perdiendo plata.
—No le creo, señor.
—Bueno, ya sabes, además sabes que las oficinas principales están en otro país.
—Sí, sus socios son de Londres
—Nada puedo hacer si no es con el visto bueno de ellos y ellos quieren los ametralle.
—Claro y usted ha de pagar las culpas por la matanza, lindos socios tiene.
—Necesito pensar esto. En una semana te respondo, ahora voy a salir de la Oficina, así que ándate a contar que no les daré nada de nada, cero. Y les meteré balas a todos.
¡Guardias!
—Señor ¿nos llamó?
—Sí, acompañen a este individuo y no me lo dejan un segundo solo, que no hable con nadie. ¡Entendieron!
—Sí señor
—Don Fernando, pensé iba a dar solución a nuestros problemas, está en sus manos resolver esto, no es mucho lo que pedimos, sólo un poco más de salario y mucha dignidad, nada más pedimos, recuerde que necesitamos una respuesta hoy.
—Nada, de nada, cero. ¡Sal de acá, socialista inmundo!
—Antonio. Quédese, el resto vaya a dejar al señor a su casa para que luego vaya a su labor, en la plaza, sigue allí.
Curiche
Mayo 5, 2007
|