Sofía, la Gran Reina de la Sabiduría.
-Alicia, Arlette, Esther, Elizabeth, Isabel, Carolina...
Nombres y más nombres. Era todo lo que podía escucharse en el recinto. Ahí estaba. Se trataba de un pequeño grupo de personas al parecer discutiendo algo, sin llegar a un acuerdo. De pronto, de entre todos se levantó una mujer de no gran estatura.
-La niña se llamará Cristina –dijo alzando su dedo índice para alcanzar mayor altura- como yo, su madre y como su abuela. Desde luego seguiremos esta tradición y completaremos las tres generaciones.
La abuela no podía ocultar su agrado, estaba feliz.
-¡Claro! –dijo con gran seguridad-. No pensarían que mi primera nieta iba a llevar otro nombre que no fuera el de Cristina.
La niña era la primera mujer que había llegado a la familia de la madre. Anteriormente sólo habían nacido hombres y ya sumaban cuatro los nietos, hasta que llegó la tan esperada niña. Por parte del padre sucedía lo mismo, pues ella era la primera nieta, sólo antecedida por su hermanito Emilio quién era poco más de un año mayor que ella.
-Mmm…, bueno, está bien -dijo el padre de la niña-, pero también se llamará Ana, en honor y a la memoria de su tía.
Lógicamente el hombre también quería hacer su contribución y, siendo su hija, tenía derecho, aunque lo de Ana, su tía, se lo había sacado de la manga porque lo que en realidad hizo fue hacerle honor a su madre llamada Juliana. Como el nombre de Juliana Cristina no se iba a oír muy bien, decidió sólo dejarlo en Ana, es decir, las últimas tres letras del nombre de su progenitora, dando de paso un golpe certero a su suegra en esa guerra fría que sostenían, ganándose también una mirada de esas que hablan por sí solas y que pueden interpretarse como un “¿no te podías quedar callado?”, por parte de la madre de su esposa.
-O.K. -dijeron los padres-, entonces se llamará ¡Ana Cristina!
-¡Muy bien! -dijeron todos los presentes- ¡Muy bien!
¡Qué tontos e ilusos eran los padres de la niña! Ellos creían haber llegado a un acuerdo y haber tomado una decisión, lo que no sabían era que pronto intervendrían los mágicos poderes de la todopoderosa y omnipotente Sabiduría.
El que todo lo puede, el gran Sabio del Universo, el Creador de todo, había enviado a Sofía a esta Tierra con una gran misión, por lo que le pidió a su colaboradora, la gran Sabiduría, se asegurara de que todo saliera según lo planeado, cumpliéndose así su voluntad.
-Bueno –dijo el Juez de lo Civil-, el Padre y la Madre, acérquense.
Este hombre era de una personalidad increíble, muy gentil y educado, sonriente en todo momento, muy bien vestido y refinado, pero al parecer llevaba algo de prisa y simplemente ignoró a los padrinos.
-¿Cómo se llamará la niña?
La Madre de la niña, quién siempre deseaba ser la primera en todo, se adelantó al Padre.
-¡Sofía! –dijo, asombrada de su agilidad y capacidad de respuesta rápida, casi brincando de la emoción, empuñando su mano y haciendo una señal de victoria.
Repentinamente se dio cuenta, ¡no lo podía creer!, ¿qué había dicho?
-¿Qué? ¿Qué dije?
Su esposo apenas podía creerlo, se le fue el habla y sólo miró a su cónyuge con infinita incredulidad y desaprobación, al mismo tiempo que todos los ahí presentes, abuelos, hermanos, tíos y demás familiares la volteaban a ver y luego se miraban unos a otros, murmurando “¿Qué no se supone se llamaría Ana Cristina?”. La Madre no daba crédito y trataba sólo con gestos, porque también se le había ido el habla, de disculparse y de explicar que no sabía qué es lo que había pasado.
La abuela paterna, quien mantenía en sus brazos a su nieta, se acercó a su nuera Cristina y le entregó a la niña.
-Bueno señores –replicó el Juez-, eso es todo.
Entonces caminó hacia la niña, ahora en brazos de su Madre, le hizo algunas caricias, le sonrió y la tomó del dedito índice de la mano derecha. Al hacerlo se vió un bello chispazo de magia. La pequeña de sólo tres meses respondió emocionada haciendo gracias y emitiendo un hermoso gritito de alegría.
-¡Hasta la vista Sofía! –dijo aquel hombre- ¡Gran Reina de la Sabiduría!
Después se dirigió hacia la salida pero, antes de irse, recordó algo.
-Se me olvidaba, cualquier cambio al nombre, después de que la niña haya cumplido 18 años y ya tenga uso de razón, siendo ella misma quien tal vez pudiera decidir, si quiere o no cambiarlo.
Tras un largo silencio para digerir el hecho, finalmente el abuelo paterno se decidió a hablar:
-¡Sofía! ¡Sofía! –dijo dirigiéndose al abuelo materno-. Ése es su nombre, no sabemos de dónde o por qué vino, pero es un bonito nombre.
La emoción se transmitió y todos comenzaron a celebrar, lanzando porras de júbilo porque la reciente integrante de la familia ya tenía nombre ¡Sofía!
Hay situaciones, como la que acababa de suceder, que parecieran juegos o bromas de la vida o el destino, pero que en realidad son un disfraz usado por la Gran Sabiduría para cumplir las órdenes del Todopoderoso. La vieja y astuta Madre Sabiduría, sin pedir permiso a los progenitores, se había colado con su invisibilidad entre todos los invitados, se había acercado a la Madre de la niña y había lanzado un leve suspiro en el momento adecuado, tocando los labios de ésta y diciendo suave y ligeramente con una voz encantadora “¡Sofía, Sofía, debe ser el nombre!”.
Tampoco había pedido autorización a los progenitores, autonombrándose madrina de la niña.
-¡Comadre! ¡Compadre! Oh, vamos, es un sabio nombre y de ahora en adelante a mi niña linda acompañaré, ¡será un hada!, ¡tendrá grandes dotes!
Ni tarda ni perezosa, la vieja comadre comenzó a cumplir su promesa. Al poco tiempo ni la Madre ni el Padre comprendían por qué la niña siempre con su dedito señalaba los sitios o los lugares donde había libros, documentos u objetos que contenían información muy importante y muy valiosa. Esto acrecentaba la cultura de los Padres, abuelos o familiares, quienes por curiosidad leían o accedían a dicha información, pues por fortuna se encontraban cerca de ella en el momento preciso.
Así, puede decirse que Sofía fue instruyendo poco a poco a sus Padres y parecía que sabía de sus capacidades. De tal forma, a su Madre siempre la guió a los lugares y libros donde ella podía aprender sobre los cuidados de los niños. La forma de darse a entender, siendo bebita, era señalando con el dedito y diciendo “ah, ah”, el lenguaje de los bebés. Algo chistoso sucedió un día cuando su Mamá por algún motivo no entendía lo que Sofía quería y la niña se desesperó, gritando y señalando con el dedo el lugar exacto donde estaba lo que deseaba que ella viera y, casi jalándola con su impulso, la llevó al sitio para mostrarle un libro titulado Lo que nos gusta comer a los bebés.
Un día, Sofía escuchó a su Mamá decirle a su Papá: “Eres un soñador y eso no nos dejará nada bueno”, y, prosiguió la mujer: “El hilo negro ya está inventado, ya para de soñar, yo estoy aquí para bajarte de tu nube y ponerte los pies sobre la tierra”. Eso no le gustó nada a la bebita ya que ella podía entender todo debido a su don divino y, aunque no hablaba aún, buscaría la manera de comunicarse con su Padre para hacerle llegar un mensaje lleno de sabiduría.
Más tarde, jugando con su hermanito Emilio con letras de plástico, de colores y con imanes y un pequeño pizarrón y, estando presente su Papá, Sofía comenzó a darle las letras a éste, quien al irlas colocando sobre el pizarrón en el orden en que las recibía formó el siguiente mensaje:
Escribe tus sueños
Ésa es la idea
Y el medio
Para transportar ese
fantástico y fabuloso mundo a esta Tierra
La pluma y el papel serán tus herramientas
Sueña
Y sigue soñando que nada ni
nadie te detenga y verás que eres más
grande que la Luna
el Sol y las Estrellas
Aquel conmocionado hombre apenas y daba crédito a lo que se mostraba ante sus ojos, no podía creerlo.
-¡Cristina! ¡Cristina! –gritó- Ven, corre, ¡ven a ver esto!
Rápidamente la mujer se acercó y se le explicó cómo Sofía lo había hecho. Ella también estaba muy sorprendida y no lo podía creer.
A partir de ese día el Papá de Sofía comenzaría a escribir y escribir, siempre asesorado por su hija. Primero escribió versos y poemas en su mayoría dedicados a sus hijos, tales como el siguiente:
A MIS QUERIDOS Y ADORADOS HIJOS
Emilio y Sofía son sus nombres
Los mencioné en el orden que llegaron a mi vida
El cual nada tiene que ver con la importancia de uno y otro
A los dos los amo por igual y los quiero de verdad
Son mis hijos adorados y agradezco al que todo lo puede
El habérmelos enviado y le pido que como el gran Creador de todas las cosas
me dé un poco de Magia y pueda yo expresarles todo lo que siento
Creatividad señor, dame creatividad y el don de soñar
Pronto sentí cómo llegó a mí la inspiración más grande y poderosa,
Siendo capaz de imaginar las cosas más bellas, fantásticas y hermosas
Y logré un mundo maravilloso para ellos fabricar,
Acompañado de la música más esplendorosa y fabulosa
y no pude ni un sólo instante ya parar
La, la, la, la
La, la, la, la, la, la, la
La, la, la, la
La, la, la, la, la, la
En verdad este hombre ya no paró nunca hasta su muerte, escribió innumerables obras, algunas famosas, siendo la de mayor importancia El gran vendedor de ideas, la cual escribió inspirándose en su hijo Emilio y donde habló de un misterioso encuentro entre un hombre autonombrado El vendedor de ideas y un pequeño niño de 3 años a quien se le vendió la idea de ser Mago y que fue instruido por el vendedor, que probablemente tenía un grado mayor al de un Mago, hasta la edad de 33 años, enseñándole todos los conocimientos divinos y convirtiéndolo en el Mago bueno más grande del Mundo y más grande de todos los Tiempos. Este libro, comienza así:
“¡¡¡Ideeeeeaaaassss!!! ¡¡¡Lleve sus ideeeaaasss!!! Las tenemos justo de acuerdo con sus necesidades, con sus habilidades y con sus posibilidades ¡¡¡Ideeeaaaassss!!! Lleve sus ideas, ideas grandes, ideas frescas ¡Deténgase y compre su idea! Le aseguro que no se arrepentirá, pues más vale una gran idea que inmortalice su existencia que un mundo de conocimientos pero sin orden, sin rumbo y sin inteligencia”.
Para Sofía, su Padre escribió un cuento de niños muy bonito, aunque esto ni siquiera hubiera sido necesario para inmortalizarla, ya que la gente que la conoció y reconoció su don, voluntariamente escribió su historia. Todos la describieron como una especie de Rey Midas con su dedo Mágico sólo que, a diferencia de este personaje, ella no convertía las cosas en oro, sino en Sabiduría. Y siempre aparecía sentada en su trono construido de libros, siempre sonriente, con un esplendoroso y reluciente vestido largo y blanco y una corona de un metal desconocido y precioso adornado con las piedras de la Sabiduría.
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