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Decidió que esconderle a su mujer que había estado tomando una cerveza con aquella compañera de trabajo tan rubia no era mentirle sino que se estaba guardando un secreto. Eso era, ¡un secreto! Al fin y al cabo, su esposa podría pensar mal y tampoco era cuestión de preocuparla por nada. Además, se merecía tener un poquito de vida privada, ¡qué coño!



Claro, que las cervezas se repitieran eran consecuencia única de las circunstancias de su trabajo, y había que ser coherente: si uno decide tener un secreto, ha de mantenerlo, ¿verdad?



¿Acaso hacía mal si quedaba con ella a cenar aquel viernes? Le dijo que era una cena de trabajo, ¡y no mentía! Total, cuando estaba con su compañera buena parte de la conversación era sobre trabajo, cosas de las que no podía hablar con nadie más porque nadie las entendería del todo.



Vale, lo de hacer el amor en el coche mientras la llevaba a casa no estaba previsto, cierto, pero… ¿qué es una aventurita tras tantos años de matrimonio? Una gota en un vaso de agua.



Eso sí, tenía que reconocer que notó cierta punzada cuando, maleta en mano, cerró la puerta para acudir a aquella convención en Zamora… Pero se le pasó cuando la vio a ella en el hall del hotel, con aquel vestido que le marcaba las caderas…



Sospechó que algo iba mal en cuanto la miró. Tenía una mirada como… incrédula, entre asustada y contenta, y ojeras típicas de haber llorado. No esperó a que llegara la cerveza: Estoy embarazada, le dijo, Y quiero tenerlo. Azorado, él sonrió. Pero porque no sabía qué cara poner.



No le pidió que dejara a su mujer, ni que cambiara de vida, ni que se escaparan a cualquier parte del mundo, nada de eso. Sólo que procurara estar con ella cuando fuera a nacer el niño. Y, bueno, seguir viéndose en secreto, eso también.



El niño nació y tenía la misma cara horriblemente arrugada que, según él, tienen todos los recién nacidos. Aunque no puedo evitar ver dibujado en los labios del crío un rictus que se asemejaba a un interrogante. Y en sus ojitos, dos marcas como cruces en un plano del tesoro.



El niño fue creciendo y él lo iba viendo de tanto en tanto. La madre, volcada en su hijo, comenzó a espaciar sus encuentros con él: en realidad nunca más visitaron Zamora.



Por eso decidió que esconderle que había estado tomando una cerveza con aquella compañera de gimnasio, tan morena ella, no era mentirle, tan sólo se estaba guardando un secreto. Eso era, ¡un secreto!


Texto agregado el 04-05-2007, y leído por 647 visitantes. (17 votos)


Lectores Opinan
04-08-2008 hay los secretos...siempre se hacen mas grandes....buena historia. lisinka
12-06-2007 Me ha encantado, ante cuentos tan sorprendentes,sólo me puedo quitar el sombrero. Chapeau. ***** marta_25
11-06-2007 Que bien escribis!!,me encanta cuando en mismo relato no te deja parar de leerlo,Besos y mis humildes 5***** mystica_1503
06-06-2007 Me gustó mucho tu relato, sobre todo por la ironía. GemmaC
28-05-2007 Suma y sigue! jajaja! Fantástico cuento circular. 5 estrellas. jau
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