Miraba siempre al cielo y no sabía por qué. Decía lo infinito y no entendía por qué. Pensaba lo filosófico y profundo y nunca comprendió por qué. De repente, sin ires y venires, sin vueltas y sin revueltas, sin decir no ni decir sí, ahí se encontró con la palabra que al oído, dulcemente, le repetía: estás muerto, estás muerto, estás completamente muerto.