No pudieron hacer nada los médicos por salvar a la madre que aquella lluviosa tarde dio a luz a la criatura más horrenda que jamás ha pisado la tierra. Era un bebe arrugado, como todos, pero este, aun más. Podría decirse que tenía la cara completamente desfigurada, pero no, siendo un poco piadosos, habría que decir que conservaba una mínima armonía entre sus facciones. Tenia los ojos saltones, como los de un sapo, y para remarcar aún mas su aspecto anfibio, unas pupilas amarillas, si, amarillas, perturbaron a la comadrona y las enfermeras que asistieron el alumbramiento, pues este ser, a diferencia de todos los bebes, nació con los ojos bien abiertos. Entre restos de sangre, podía distinguirse una nariz chata y apuntando hacia la frente, una de esas que dejan ver claramente las fosas nasales. Sin más miramientos, diríamos, que este ser, era feo, más feo de lo que se pueda describir mediante palabras.
Vivió con su padre hasta los siete años, pues éste falleció cuando trabajaba en la mina. Fue la única victima de un derrumbamiento en las galerías más profundas. Así pues, fue trasladado nuestro desgraciado protagonista a un internado en el que permaneció hasta cumplir la mayoría de edad, posiblemente porque ninguna familia se atrevía a acoger en sus hogares a este pobre niño. En el orfanato, fue el objetivo del noventa por ciento de las bromas que los demás niños, necesitando descargar su crueldad, cometían. El diez por ciento restante fueron dirigidos al bedel, que cascado por los años era una presa muy fácil. Además, los adultos responsables no solían atender a las quejas de éste, ya nuestro amigo, debido a que procuraban evitar todo contacto con él, seguramente por asco. Pero el chaval sobrevivió a la infancia y se adentro, en el inhóspito mundo de los adultos. Cuando digo inhóspito, me refiero para con nuestro compañero, porque, como se pueden imaginar, nadie quiso darle trabajo. En todas las entrevistas que tuvo, según cruzaba el umbral de la puerta del despacho, los jefes de personal, no tardaban en inventar alguna excusa para anular tal encuentro cuanto antes, por lo que tuvo que mendigar durante un par de años, hasta que, casi sin querer, consiguió por fin un trabajo. Ocurrió que, un día por pura casualidad, se cruzó con un capataz de una mina que resultó ser ciego. Así pues, le ofreció un trabajo inmundo, de condiciones pésimas y mal pagado, pero al fin y al cabo, un trabajo. En cuanto a compañeros, no tuvo, por la misma razón por la que tampoco los tuvo en el orfanato, pero ya se había acostumbrado. Se convirtió insensible a las burlas y bromas de los demás empleados. Trabajó de esa manera durante cuarenta años, entre polvo y más polvo, deslomándose catorce horas al día inhalando vapores tóxicos continuamente. Lo que tenía de feo lo tenía de resistente, pues nadie en esas condiciones soportaba más de un día, y acabó realizando los trabajos más inhumanos de la mina. Así pues, sólo y sin familia, pudo jubilarse a los 68 años de edad, y pasados cuatro meses, no más, una parálisis le dejo postrado en una silla de ruedas.
Cuando esto sucedió, fue trasladado a un geriátrico, y allí, conoció a una mujer. Si, como oyen, una mujer. Estaba sentado sólo, como de costumbre en un banco del recinto del hospital cuando esta mujer, una ancianita de unos 70 años, se le acercó. Cuando nuestro protagonista alzó la mirada para entablar una conversación, misteriosamente, la anciana no retrocedió presa del temor que causaba su cara, como solía pasar con el resto de la gente, y entonces, un rayo de felicidad atravesó por completo a nuestro ya queridísimo amigo. Sintió por una vez en la vida un mínimo de aprecio, sintió que los amarillos ojos de aquella ancianita eran dos soles que invadían por completo su alma y que de su estómago, miles de golondrinas comenzaron a revolotear. Notó tal vació en su cuerpo, que por un instante, olvido por completo su asquerosa vida. Seamos sinceros, fue asquerosa, y creyó, durante ese maravilloso segundo, que había sido feliz en su vida.
Como es comprensible, el cuerpo de un anciano no pudo soportar tal inundación de emociones desconocidas, y su ya viejo corazón, sobrecargado por el trabajo al que no estaba acostumbrado, dejo de latir.
No me pregunten como llegó esta historia a mis oídos, porque aunque algunos o algunas no me creáis, no lo recuerdo. Yo solamente me he limitado a escribírosla lo más fiel a la realidad que he podido, y prometo que no la he alterado ni un ápice, a sabiendas.
"Las criticas más duras son el mejor calzado para seguir adelante" |