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Era una de esas noches. Una de esas malditas noches en las que sabes que todo, absolutamente todo te va a salir mal. Pero ella estaría ahí. Me lo habían asegurado. Su hermana, nada menos.
Todos parecían felices. Yo también parecía feliz, pero no lo estaba. Si, ella había llegado incluso antes que yo, pero con un mastodonte de unos tres metros de altura que no perdía oportunidad para abrazarla o darle un beso. Que asco. Ni el vino en esta ocasión es capaz de borrar esa imagen de mi cabeza. Su delicado cuerpo apretujado sin misericordia contra el cuerpo de aquel animal, estrujando de su alma hasta la última gota de amor. Mierda. Me voy de aquí. Una vez afuera, acompañado sólo por mi caja de vino, apareció su hermana vestida... bueno, casi vestida. No la culpo. El calor infernal de esa noche estuvo a punto de transformar mi vinito en "navegado". La pequeña polera sin mangas, cubriendo sólo lo necesario, se agitaba ante mis ojos descubriendo parte de sus senos cada vez que ella respiraba. Su pequeña falda se movía a lado y lado junto con su cintura, descubriendo fugazmente su culo perfecto, sus muslos perfectos. Estaba descalza. Su sonrisa me descolocó. Sus ojos me hipnotizaron. Me daba excusas, como disculpándose por la actitud infantil de su hermana. Si, ella era mayor. Dos años y medio mayor. Se notaba también en su rostro, en sus ojos más experimentados, tal vez sin la inocencia de la menor, pero con un brillo misterioso y encantador.

Caminamos lentamente, compartiendo el vino tibio. En la calle no se veía mucha gente, por lo que no nos preocupamos de esconder la caja cada vez que bebíamos. Llegamos a su departamento. Nos despedimos sin tocarnos, sólo con una sonrisa y una palabra. Si me pagaran un peso por cada estupidez que hago, sería millonario. Di media vuelta y dirigí mis deprimidos pasos a mi departamento. "Si quieres que me devuelva, me vas a estar mirando" pensé. Miré hacia atrás y allí estaba ella, con una sonrisa, viendo cómo me alejaba. Me detuve, por supuesto. Lo estúpido me dura sólo hasta que lo poco de animal que me queda se hace cargo. Deshice mis pasos hasta quedar frente a ella, separados sólo por un suspiro. Sus ojos fijos en los míos, mis manos incontrolables acariciaron tiernamente sus mejillas. Su mano derecha se apoyó tímidamente sobre mi pecho. Sentía el calor de su respiración en mi rostro, cerca, muy cerca. Sus pies descalzos acercaron sus labios a los míos, y nos fundimos en un beso tierno, tranquilo, sin apuros, investigando, aprendiendo, saboreando. Mi mano derecha se apoyó en su cuello. La izquierda en la parte baja de su espalda para acercarla a mi cuerpo un poco más, sólo un poco más. Sin aviso su mano presionó mi pecho, sólo lo suficiente para separarnos. La miré un poco desconcertado. Ella me miró, preocupada, asustada... ¿culpable? Le sonreí. Un ligero movimiento negativo de mi cabeza. Atrapé su mano sobre mi pecho y la apreté con ternura. Me miró hacia arriba, un poco más tranquila. Nos volvimos a besar. Sentía su respiración acelerarse cada segundo, su pecho contra el mío, agitándose. Sus manos recorriendo ansiosas mi espalda, mi cabeza. Sus pequeños, casi imperceptibles gemidos dentro de mi boca. Perdí la noción del tiempo. Me sumergí en el mar de sensaciones, en la tormenta imperceptible de clamores y sentimientos.

La miré a los ojos. La luz de la tímida farola que iluminaba la calle hacía centellear las minúsculas gotas de sudor en su pecho, subiendo y bajando al ritmo de su respiración. ¿Fue acaso un beso de despedida? ¿Tal vez una invitación para subir a su departamento? Mierda. La duda se reflejó en mi rostro, en mis ojos. Ella sonrió. Me tomó de la mano y dio media vuelta para entrar al edificio. La sensación familiar en el estómago, aquella mezcla de nervios y alegría, aquella que conoces el primer día de navidad del que tienes conciencia me acompañó mientras subíamos la escalera, deteniéndonos en cada descanso a saborearnos un poco más.

Desperté antes que ella. Siempre despierto antes que ellas, pero esta vez era diferente. La miré mientras dormía, tratando de recordar cada detalle de su rostro, de su cuerpo apenas cubierto por la sábana. El sentimiento era nuevo para mí. Con cuidado quité el mechón que cubría parte de su rostro. Su belleza, ayer sólo insinuándose entre los matices negros y blancos de la noche, hoy era evidente. Abrió lentamente los ojos, estirando sus músculos probablemente tan adoloridos como los míos. Dejé que me vistiera. Dejó que la vistiera. Salimos de su cuarto sólo para encontrar a su hermana sentada en el sillón. Regueros negros marcaban sus mejillas, siguiendo el camino de las lágrimas derramadas. ¿Lágrimas? ¿Por mí? Imposible, después del show que me montó la noche anterior. Nos miró y se le escapó una sonrisa triste.

Nos pasamos el resto de la tarde entre la comisaría y el hospital, haciendo la denuncia por abuso sexual y constatando las lesiones. Me mantuve al margen. No podía hacer nada. En algún minuto nos abrazamos los tres. Las dos hermanas lloraron largamente apoyadas en mí. Algo se rompió dentro de mí, sólo para dar paso a algo más grande.

Esa noche las llevé a mi departamento. Cociné para ellas y comimos en silencio. Las llevé a mi cuarto y las acosté en mi cama. Me senté en el suelo y apoyé mi espalda contra la pared, como era mi costumbre. Las escuché llorar hasta muy tarde, hasta que finalmente ambas se quedaron dormidas. Toda la noche me la pasé tratando de darle nombre a lo que crecía dentro de mí. Era un sentimiento extraño, gris, con el ácido inconfundible de la rabia y el amargo profundo del dolor. Pero había algo más. Matices azulados y rojos, dorados y plateados, todos mezclados en un árbol que crecía cada vez más y que hundía sus raíces cada vez más profundo dentro de mi alma. Las primeras luces del alba me trajeron la respuesta. Me acerqué a la cama. Con cuidado quité el mechón que cubría parte de su rostro, sólo para descubrir un horrible moretón. Giró su cabeza y me sonrió. Me tomó del cuello y me besó dulcemente en los labios, mientras con la otra mano guiaba mi cuerpo hacia la cama. Me recosté entre las dos hermanas. Se acurrucaron contra mi cuerpo y durmieron tranquilas. Como nunca, yo también dormí.

Texto agregado el 03-05-2007, y leído por 310 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
08-12-2007 ¡DÉJAME IMAGINARLO! pantera1
10-05-2007 La narración impecable..( un inciso ...me giro..Ah lo olvidaba..menos mal que mi compañera no entiende mucho el español)..!Vaya relato!..Será la primavera que la sangre altera..Bromas aparte...Fue un placer... churruka
09-05-2007 increible. genial narrado, pausado, suave, trankilo, buenisima historia. me encantas. ;) LaMillan
 
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