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El mandato de anoche.






“Sepan, mortales hombres, que hay Cosas Allá Afuera, cosas que sólo existen por y para la Venganza”

Kenshiro.

El sol salió esa mañana, como lo hace siempre y como lo seguirá haciendo. La gente salía de sus casas, a trabajar, a estudiar, a practicar algún deporte, en fin, a hacer todas esas cosas que solemos hacer para llenar nuestra existencia. Era un día normal, como cualquier otro. Eso al menos es lo que todos quisimos que pareciera. La verdad es otra, la historia es muy confusa, no se puede relatar lo que pasó la noche anterior a ese día.
Un vendedor de seguros se encontró con un farmacéutico y se detuvieron a conversar un rato sobre lo que se habla en esas circunstancias, el clima, algún partido de fútbol interesante, las noticias, etcétera, etcétera. En eso, y vaya a saber por qué, el vendedor de seguros dijo:
- Y dígame, ¿qué opina sobre el asunto de anoche?
- No sé de qué me habla –dijo el farmacéutico.
- Vamos, de lo que pasó anoche, como a las dos de la mañana.
- Anoche no pasó nada y ya no quiero que me moleste –dijo el farmacéutico mientras seguía su camino, no sin antes lanzarle una mirada amenazadora.
La misma miraba encontró, el vendedor de seguros, en una señora que justo salía a la vereda cuando él hizo la pregunta prohibida.
Cerca del mediodía, otros dos conversaban. Igual que antes, un poco de esto y un poco de aquello, nada importante. Hasta que uno de los dos preguntó:
- ¿Y, cómo te preparás para lo de hoy?
Al otro lo invadió una sensación de malestar, de esas que suelen aparecer cuando se menciona algo que nunca tendría que haberse dicho.
- Vos estás loco –le dijo–. No hay que hablar de eso.
- ¿Por qué diablos no? ¿Sólo porque ellos lo dijeron?
- ¡Shhh! ¡No los nombres!
Más o menos al mismo tiempo se llevaba a cavo una asamblea constituida por las autoridades de la ciudad. La tensión, como dicen, se podía cortar con un cuchillo. Todos hablaban a la vez, lo cual no es raro, pero nadie decía nada sobre lo que todos querían hablar, lo cual tampoco es raro. En eso se pudo oír entre el griterío, la palabra, esa palabra la que todos eludían: Los Innombrables. Luego, silencio. Silencio y expectativa. ¿Cuáles serían las consecuencias de haber pronunciado la palabra? Nada ocurría.
Una de las autoridades eclesiásticas se puso de pie.
- Yo no voy a callar. El Señor, nuestro Señor, me protege y los protege a ustedes también. Yo no me voy a privar de nombrarlos: ¡Los Antiguos!
Todos voltearon para ver a aquel representante de la Fe que había osado decir lo que no había que decir. Todos esperaban algo.
- Así es, no debemos rendirnos al mandato de Los Antiguos. ¿Cómo se atreven a desafiar a nuestro Señor, quién los habilita para venir por la noche a darnos tan nefasta orden y luego decirnos que sigamos nuestras rutinas como si nada hubiera pasado? ¡Qué total aberración! ¿Cómo es que ustedes, traidores de la Fe en Dios, siquiera estén considerando seriamente en cumplir dicha orden?
- Por favor, padre, cálmese –dijo el intendente de la ciudad.
- Nada me voy a callar sobre este siniestro, pues confío en que Dios está conmigo, mas no va a estar con ustedes si siguen actuando así.
Apenas terminó de decir las últimas palabras, el agente de la Fe cayó muerto. La vida se le fue en milésimas de segundo. Probablemente ni lo haya sentido.
Lo que siguió a esto fue que se abrió la puerta de la sala en la que estaban todos reunidos y un extraño sujeto entró. No se le podía distinguir el rostro, tal vez no tuviera uno para distinguir. Dio unos pasos y dijo:
- Esa fue una muestra de lo que pasa cuando se desafía en mandato de Ellos.
- ¿Quién es? –preguntó uno, pero sin dirigirse a nadie específicamente.
- Soy el Nigromante, mensajero de Ellos, los Innombrables. Les traigo instrucciones: tienen hasta el ocaso para cumplir con el mandato de anoche, de no ser así, las consecuencias que habrá están fuera de su imaginación. Esta es una prueba que ellos les imponen. Obedezcan y no tendrán mayores inconvenientes.
- ¿Mayores inconvenientes? –protestó uno– ¿Qué puede ser peor de lo que nos exigen? ¡Que se vayan al diablo todos!
Una segunda muerte repentina calmó todos los ánimos de protesta.
- Vean lo que ocurre cuando se levanta la voz. Ya lo saben, hasta el ocaso.
El misterioso sujeto se marchó.
El debate continuó un tiempo más, pero ahora con mucho menos bullicio. Ya no se sentía la tensión, sino la sumisión.
- Los medios de comunicación dirán a las personas que lo aconsejable es cumplir con la orden.
La asamblea se dispersó y todos regresaron a sus hogares listos a cumplir con el mandato.
El intendente entró a su casa y miró a su esposa:
- ¿Lo hacemos? –le dijo.
- Sí –contestó la mujer.
Ambos fueron a la cocina, sirvieron dos platos de comida, que mezclaron con veneno para ratas y los pusieron sobre la mesa.
- Chicos, a comer –gritó la esposa del intendente.
Lo niños acudieron al llamado de su madre, como siempre lo hacían. Se sentaron en la mesa.
- Coman ustedes chicos –dijo su madre–. Nosotros ya comimos.
Naturalmente, los chicos comieron de la comida envenenada sin sospecha alguna, sin imaginarse nada. Tal es lo concebible.
Esa noche, el intendente y su esposa hablaban.
- No puedo soportar lo que hemos hecho –dijo ella.
- Calma, es mejor así, es mejor que hayamos cumplido con el mandato. Volveremos a tener hijos, todo esto fue sólo una prueba.

Texto agregado el 03-05-2007, y leído por 127 visitantes. (0 votos)


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